jueves, 28 de abril de 2011

SIETE ACTITUDES QUE IMPIDEN VENCER

La vida cristiana es una lucha constante. Si mantuviéramos una actitud de confianza perfecta en el Señor, nuestra experiencia sería de constante progreso en la fe, pero...
¿Por qué siempre tiene que haber un pero..?
Por la misma analogía de la lucha que menciono, se puede ver que en nosotros se desarrolla un duro combate entre nuestra naturaleza caída y la gracia de Dios. Pelean contra el llamamiento divino nuestras tendencias adquiridas y cultivadas hacia el pecado; el viejo hombre se resiste a morir, y vez tras vez tiende trampas ocultas a los ojos de los que no velan con perseverancia.
El Enemigo de las almas intenta además -por todo medio posible-, cerrar el camino a la convicción a fin de que no seamos salvos. Procura cegarnos, desalentarnos, llenarnos de culpabilidad y duda. Infunde desconfianza, incredulidad, rebeldía, celos y descontento. Nos echa en cara nuestros fracasos y quiere hacernos creer que ya hemos ido más allá del alcance de la paciencia de nuestro amante Dios.
Por medio de la intemperancia, el orgullo, el egoísmo, la suficiencia propia, el amor al mundo o la vanidad, procura cerrar el corazón a la voz de Cristo.
Puede utilizar como instrumentos suyos tanto a sus demonios y a los hombres pecadores como a nuestros seres queridos y hermanos en la fe. Le sirven tanto las influencias externas como nuestros propios defectos de carácter para causar nuestra perdición.  
Esto último es especialmente efectivo, pues por más que podamos soportar las presiones externas, es muy fácil que nos tomen desprevenidos nuestros propios malos deseos.
Menciono a continuación siete de esas actitudes que son muy frecuentes entre el pueblo de Dios y que cierran el camino a la victoria. Lo hago con la esperanza de que tú y yo podamos huir de ellas, siguiendo el consejo del Señor cuando dijo: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”. 1ª Corintios 10:12
  1. Creerse mejor que los otros: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado”. Romanos 3:9
  2. Confiar en la propia sabiduría: “Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos”. 1ª Corintios 3:19
  3. Ser incrédulos: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. Hebreos 3:12
  4. Ser indiferentes: “Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas. Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios”. Mateo 22:4,5
  5. Ser inconstantes: “¿Qué haré a ti, Efraín? ¿Qué haré a ti, oh Judá? La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece “. Oseas 6:4
  6. Ser orgullosos: “Y envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá”. Números 16:12
  7. Desconfiar de la misericordia divina: “Saliste al encuentro del que con alegría hacía justicia, de los que se acordaban de ti en tus caminos; he aquí, tú te enojaste porque pecamos; en los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos?” Isaías 64:5
La última pregunta puede y debe ser contestada con un enfático SÍ.
No necesitamos temer que Dios se canse de nosotros y nos abandone. Su paciencia, su amor, su gracia y su misericordia son inagotables y sólo encuentran un límite en nuestras propias malas elecciones.
Alcemos nuestros ojos hacia Jesús sin vacilación, confiando plenamente en el que es "poderoso para salvar"; él es la fuente de aguas vivas a quien podemos acudir con confianza para saciar nuestra sed de salvación.
Digamos con el profeta: “Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido. Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Isaías 12:1-6
Amén. Aleluya.

domingo, 24 de abril de 2011

CRISTO VIENE


¡Oíd, oíd, ya suena la trompeta;
aclamad, aclamad con frenesí:
la mies está madura y Cristo viene
a llenar el alfolí!

Escúchase en el fondo de las tumbas
el canto victorioso y triunfador
de las huestes de santos que durmieron
en la paz del Señor.

Los reinos de la tierra se han airado,
y pronto, ya muy pronto van a ser
los reinos del Señor, en donde Cristo
reinará con poder.

¡Mirad, mirad, ya viene el Rey de gloria
en medio de su corte angelical;
proclamad su inminente advenimiento
en un himno triunfal!

En fe y en gracia el santo pueblo aguarda
al victorioso Mártir de la cruz.
¡Desciende y ven, que ansiosos te esperamos!
¡Oh, ven, Señor Jesús!

Julio Macías Flores

sábado, 23 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD VI

“Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino;
Pues se inflama de pronto su ira.
Bienaventurados todos los que en él confían”. Salmos 2:12
Bien pueden acusarme de buscar textos extraños en la Biblia, pues el citado es uno de ellos.
La primera parte del versículo presenta una advertencia referente a no causar la ira del Hijo de Dios; ¿te imaginas a un Jesús rabioso?
Y la parte final consiste en una bienaventuranza ¿un tanto contradictorio, verdad?
Pero si leemos todo el Salmo 2, veremos que habla de los reyes (o cualquier autoridad) que se rebelan contra la supremacía de Dios. Desde el punto de vista divino, ver al ser humano levantándose contra su Creador es, además de doloroso, un completo y total despropósito.
En estos tiempos de intensa agitación internacional, el elemento unificador es el olvido de Dios. Nadie lo tiene en cuenta o invoca su auxilio para salir de esta situación (excepto algunos fanáticos religiosos).
Existe una adversión y rebeldía -implícita o explícita-, contra todo lo que sea o recuerde a Dios; su nombre, su iglesia, su autoridad, sus instituciones y ritos, sus leyes o sus símbolos. Es ya mayor pecado social ostentar una cruz en cualquier parte, que tener una conducta sexual aberrante. Se prohibe a los deportistas manifestar su fe o devoción cristiana, mientras casi nadie se opone a que tengan conductas egoístas y malintencionadas (en tanto sean exitosos).
Quiero cerrar esta serie sobre Jesús, el respeto y la autoridad, examinando los principios que surgen del encuentro del Señor con el procurador romano:
“Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene. Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone... Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César”. Juan 19:10-15   
  1. La autoridad viene de arriba. Deberían recordarlo los que están en autoridad, como Pilato. El creía que se hallaba en dominio de la situación por el hecho de que ostentaba poder; pero como lo descubrió en presencia del Salvador, su poder era apenas una modesta delegación de Roma, que a su vez recibía su poder desde lo alto.
  2. ¡He aquí a vuestro rey! Por más que el Señor estaba lastimado, abusado y sangrante, su porte digno y su calma ante los insultos y maltratos de la multitud lo recomendaban como el verdadero Rey de Israel. El contraste con las autoridades civiles era más que evidente.
  3. Rebelarse contra la autoridad divina es un pecado potenciado por la obstinación ciega de quienes la desconocen. El conocimiento de la verdad hace más grave su rechazo, por lo que estos hombres llenaron la medida de su culpabilidad al ir contra su propia conciencia.
  4. El respeto a la autoridad de Dios siempre está en conflicto con las ambiciones de poder de los hombres. El egoísmo no puede convivir con el respeto al señorío de Cristo. Cuando Pilato les presentó al Redentor como su rey, su corazón impenitente se negó a reconocerlo y eso fue su perdición.
  5. En ese conflicto, le toca a cada ser humano elegir de que lado va a estar. Si se somete a la autoridad divina o cede ante la presión de la autoridad civil. Los judíos que condenaron a Jesús eligieron como rey a un gobernante terrenal y despreciaron al Señor de la vida.
Pero recordemos que el texto inicial culminaba con una bienaventuranza. El mismo Rey que fue crucificado vendrá como Rey del Universo para asumir el mando de este descarriado planeta.
Termino donde empecé, en la obra de purificación que Dios desea hacer en el templo del alma, antes de purificar el mundo con fuego. La rebeldía contra su autoridad traerá frutos amargos. “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” Romanos 1:18
Su venida hará estremecer de terror a todos los que despreciaron su soberanía; pero a quienes lo recibieron como su Salvador, su venida les será motivo de gran regocijo.
Te invito hoy a someterte a la potestad del Hijo
Bienaventurados todos los que en él confían”. Salmos 2:12

viernes, 22 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD V

“Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:7,8
Tarjetas de crédito, tarjetas de débito, préstamos de amigos o familiares, entidades financieras, empeños, pagos en cuotas, usureros...
Variados son los medios por los cuales las personas procuran vivir por encima de sus entradas. Los abundantes créditos y promociones nos impulsan a vivir para el hoy gastando el dinero de mañana. 
El apóstol nos recomienda no deber nada a nadie; pero al mismo tiempo, avanza sobre otros aspectos que van por encima de lo económico. No tenemos que ser deudores del respeto, el honor y el amor debidos a nuestro prójimo, a la sociedad o al estado.
Bien es cierto que  a veces nos enfrentamos a situaciones injustas. Intereses demasiado altos, impuestos extorsivos, demandas abusivas y otras situaciones más que el lector quiera agregar.
En los tiempos de Cristo, los romanos dominaban el mundo y cobraban elevados tributos a los pueblos sometidos. A esto se sumaba la codicia de los publicanos que los extorsionaban, y de los sacerdotes que lucraban sin remordimientos con lo sagrado.
En ese contexto, sucedió el siguiente incidente: “Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17:24-27
En un impecable razonamiento, el Señor le demostró a Pedro que su Maestro no debería estar obligado a pagar el impuesto del templo.
En realidad, toda la maniobra estaba destinada a lograr que Jesús se reconociera a sí mismo como alguien del común del pueblo, y no como el tan esperado Mesías. Pero él no cayó en la trampa.
Cristo menciona aquí dos clases de imposiciones:
  • Tributos: Eran una imposición de la nación dominante (del griego télos, "derecho de aduana", o "impuesto"), que se cobraba sobre las posesiones o los bienes.
  • Impuestos: los necesarios para el sostenimiento del templo -sin relación con los diezmos-, eran cobrados por personas diferentes de los publicanos; su cobro era voluntario pero pagarlos demostraba lealtad hacia la fe judía. Las dos dracmas se convertían al valor del siclo del templo, dando buenas ganancias a los deshonestos recaudadores.
Lo que ordenó el Señor a Pedro a continuación, es un modelo de como debemos relacionarnos con las injustas exigencias de la autoridad. Podría haberse negado a pagar con todo derecho, pero prefirió no entrar en controversias. No obstante, por medio de un sencillo milagro, dejó en claro que no renunciaba por ello a su propia autoridad.
A veces, como cristianos, somos tratados injustamente y nos toca pagar costos indebidos. Asumir esos compromisos no significa renunciar a nuestra dignidad, sino simplemente cumplir el evangelio, que demanda que estemos dispuestos a renunciar a lo que nos corresponde a fin de cumplir con el gran principio del amor.
Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” Mateo 5:38-41
Pablo recogió ese principio al instruir a los corintios acerca de los conflictos entre hermanos: “Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?” 1º Corintios 6:5-7
El orgullo humano se resiste a estos mandatos bíblicos (pues no son consejos, sino órdenes), pero Dios demanda de sus hijos una conducta regida por principios superiores.
Este principio de perder para ganar, que forma parte de las muchas “contradicciones” del evangelio, es nada menos que el espíritu que reina en el cielo. Si queremos estar allí, debemos aprender a vivir conforme a él.
¿Debes pagar algo injusto? 
Que no te pese; después de todo nos esperan riquezas eternas, ante las cuales lo terrenal resulta en anémica comparación.
Ama al prójimo cumpliendo la ley. Cumple la ley amando al prójimo.

miércoles, 20 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD IV

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. Exodo 20:12
Una de las señales de los tiempos y más clara muestra del desorden que produce el pecado, es la desobediencia a los padres (ver Romanos 1:30; 2º Timoteo 3:2).
Lo veo cada vez más patente en mis alumnos, que no les hacen caso, desafían su autoridad y buscan deliberadamente ocultar a sus padres sus actividades, convirtiendo así a sus mejores consejeros en perfectos extraños (claro está que los padres tampoco están exentos de culpa en este asunto).
¿Cómo se relacionaba Jesús con la autoridad paterna? Veamos el único relato del Cristo preadolescente que nos proporcionan las Escrituras:
“Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos”. Lucas 2:41-51
Se evidencia aquí un claro orden de prioridades, presentados de modo inverso en la narración:
  • Los doctores de la ley
  • Sus padres
  • Su Padre Celestial
El  lugar preponderante en su vida lo ocupaba su  Padre Celestial; sus “negocios”, sus asuntos, tenían prioridad.
Había ido al Templo en busca de comunión con su Padre y al encontrarlo se quedó allí. En ese lugar comprendió por primera vez lo que le significaría ser “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el ritual de los sacrificios se vio a sí mismo derramando su sangre por la humanidad. Bien que los sacerdotes cumplían los ritos en forma mecánica y sin meditar en su elevado propósito, pero el  pudo discernir en la sangre de los inocentes animales lo que representaban en verdad: un anticipo de la cruz.
En la pregunta de Jesús  -“¿por qué me buscabais?”-, está implícito el hecho de que José y María no tenían nada que temer ni objetar de su conducta. Siempre les había obedecido y siempre lo haría. No se trataba de una falta el que estuviera allí; se encontraba simplemente cumpliendo su misión.
Ellos olvidaron a su Hijo (hasta que lo necesitaron), entretenidos en sus propios “negocios”, y fue por su propio descuido que pasaron tres días de agonía en su búsqueda.
¡Qué lección! No debemos tener temor de que Dios se olvide de nosotros, sino de que nuestras prioridades no estén ajustadas y nos olvidemos de buscar constantemente su presencia.
Los doctores de la ley -rabinos, escribas y fariseos entraban en esa categoría- eran tenidos por autoridades entre el pueblo. Su función era interpretar la ley divina. Pero sus tradiciones y ritos en verdad oscurecían su significado, por lo cual Jesús se diirgió a ellos para escucharlos.
No me imagino a Cristo con la soberbia propia de los adolescentes de hoy día, que creen que lo saben todo y menosprecian a los mayores. No; primero les oía y luego les preguntaba. Su actitud y sus palabras mostraban respeto, incluso a estos extraviados “biblistas”.
Sus humildes preguntas y su candor juvenil impresionaron tanto a estos hombres -que veían ante sí a alguien que comprendía las Escrituras mejor que ellos-, que pensaron en convertirlo en uno de sus discípulos.
Pero Jesús no se sometería  a sus opiniones ni seguiría sus caminos. Él era la luz del mundo y no tendría comunión con las tinieblas que rodeaban a esos orgullosos hombres. Ellos son mencionados en la historia en primer lugar tan solo porque eran los más necesitados de recibir luz.
Así, sus prioridades eran las correctas: primero Dios, luego su familia y luego los que necesitaran de su ayuda. Aunque a veces pareciera anteponer los últimos a su familia, era porque nunca su Padre y la obra que le encargó dejaban de tener la primacía. Su autoridad lo era todo. El servicio que prestaba a los afligidos era su misión, encargada por el cielo, y ésta tendría siempre preferencia por encima de cualquier otra consideración terrenal.
¿Cómo están tus prioridades? ¿Ocupa la autoridad de Dios el primer lugar en tu vida?

lunes, 18 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD III

“Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. (Mateo 22:21)
Jesús era la suprema autoridad del universo, sin embargo, en su humanidad fue siempre respetuoso de toda autoridad.
Pero también enseñó que cada autoridad tiene su esfera de aplicación, su jurisdicción o límite, el cual no debe traspasar.
“Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Mateo 22:15-21
¡Qué sabiduría extraordinaria!
En una sola frase, corta y sencilla, no solamente cortó de raíz la polémica cuestión, sino que además sentó las bases de la libertad de culto, la libertad de conciencia y la separación entre iglesia y estado.
  • Dar al César lo que le pertenece:
Tal concepto obliga a los cristianos a respetar a sus autoridades, cualquiera sea el signo político que tengan (recuerda: los romanos no eran democráticos).
También los impulsa a colaborar con el bien común, sin aislarse de la sociedad, a cumplir con sus obligaciones de pagar impuestos, y a trabajar fielmente -incluso en condiciones injustas-, tal cual lo hizo José.
Es un límite marcado también para la ingerencia religiosa en la vida secular. El Estado debe permanecer separado de la iglesia. No deben los cristianos esperar que la sociedad sea más justa por imposición religiosa, ni confiar en medios de presión terrenales para imponer sus creencias. Podemos predicar, pero no imponer; podemos enseñar, pero no obligar; podemos solicitar y protestar ante la injusticia, pero no tenemos derecho a utilizar la fuerza del César para que los demás crean como nosotros.
  • Dar a Dios lo que es de Dios:
Encontramos en esta indicación un freno para el poder humano ilimitado. En el terreno de la conciencia, ningún ser humano puede interferir, puesto que el Señor mismo no lo hace.
Ningún estado tiene el derecho de indicarles a sus ciudadanos lo que deben creer, ni privilegiar una forma de culto sobre otra. Nadie, individualmente o en conjunto puede obligar a otros a ir en contra de sus convicciones en lo que se refiere al culto.
La iglesia no debería aliarse con el estado para conseguir ningún tipo de ventajas temporales. Eso fue precisamente lo que sucedió durante la Edad Media, y los resultados fueron catastróficos: oscurantismo, miseria, fanatismo, dogmatismo, ignorancia, pérdida de los más elementales derechos humanos, persecución, matanzas y guerras religiosas.
En el ámbito individual, dar al César lo suyo y a Dios lo suyo implica que los creyentes vivamos para Dios en el más pleno de los sentidos. Si amamos a Dios de todo corazón y el ocupa el primer lugar en nuestra vida práctica, amaremos a nuestro prójimo y obraremos para su bien.
Pero, en caso de conflicto entre Dios y el César, las lealtades deben inclinarse hacia nuestro Creador por sobre las imposiciones humanas, a riesgo de acabar en el desastre. Así actuaron los dirigentes religiosos judíos cuando pusieron su lealtad de parte del César, y así fue como crucificaron a Cristo.
Los apóstoles comprendieron bien este principio cuando declararon: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

sábado, 16 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD II

“Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad?” Lucas 20:1,2
La intención de los líderes religiosos de Israel era desacreditar a Jesús. Y nada mejor para hacerles perder el respeto por él, que cuestionar su autoridad.
Después de todo, pensaban ellos, ¿quién se creía ese oscuro rabino de Galilea para predicar y hacer milagros sin su permiso
No se daban cuenta que Cristo era la encarnación misma de la autoridad.
Pero Jesús los desairó enfrentándoles en su propio terreno. Les preguntó acerca de la fuente de la autoridad de Juan el Bautista y no supieron que contestar sin poner en evidencia sus malas intenciones.
Para aclarar toda duda, el Señor contó entonces esta parábola sobre la autoridad y el respeto: “Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo. Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a éste echaron fuera, herido. Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto. Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡Dios nos libre!” Lucas 20:9-16
La evidente asociación del relato con su tenaz oposición al llamado divino, arrancó de ellos una espontánea exclamación de terror. Pero Dios no los libraría de los resultados de sus propias decisiones malvadas.
Es que respetar al Hijo es respetar al Padre. Si no tenían respeto por Cristo, tampoco lo tenían de verdad por el Dios a quien decían venerar.
El pueblo judío vio cumplida esta parábola en sí mismo. A lo largo de su historia había rechazado vez tras vez los llamamientos divinos, hasta que no hubo ya remedio.
En su misericordia, Dios envió a su Hijo para que abandonaran sus malos caminos, pero ellos lo mataron, colmando así la copa de su iniquidad.
Los juicios que siguieron, con la matanza de miles, la destrucción de Jerusalén y la dispersión del pueblo elegido, fueron nada más que las lógicas consecuencias de rechazar al Hijo y de atreverse a reclamar: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:25). Desde ese momento perdieron su condición de pueblo elegido, y su misión en la tierra fue traspasada a la naciente iglesia cristiana.
Pero esta advertencia es también para nuestra generación, pues no estamos en mejores condiciones que el pueblo en los días de Cristo. Tenemos un mensaje precioso en vasos de barro, pero debemos ser respetuosos de ese don concedido generosamente por el cielo. No podemos gozar de las bendiciones de nuestra elección, hecha por gracia, si al mismo tiempo desafiamos su autoridad.
Predicar el evangelio es un privilegio, pero al mismo tiempo, impone una solemne responsabilidad. Pablo lo afirmó con claridad al decir: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1º Corintios 9:16)
El último mensaje angélico dirigido a la tierra, antes que los juicios de Dios caigan sobre ella, dice precisamente: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado”; quién no lo haga, “él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira”.  Apocalipsis 14:7,10
Los que predican el evangelio de la gracia salvadora y del segundo advenimiento de Cristo lo hacen bajo su autoridad. Tienen pues la carga de predicarlo, no solamente con palabras, sino con hechos, ejemplificándolo con la propia vida. De otro modo, los juicios de Dios caerán sobre sus cabezas.
“Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:22-24).
¿Tienes respeto por el Hijo?
Tendrás vida eterna. 

viernes, 15 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD I

“Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume”. Juan 2:13-17
Una imagen de Cristo que pocos quieren retener en la mente -y muchos prefieren descartar-, es la que se ve plasmada en esta escena. 
El Señor, azote en mano, echando a los mercaderes del templo. Las monedas y otros enseres rodando por el suelo. Los mercaderes y líderes religiosos huyendo, llevando solamente el terror marcado en sus rostros...
¿Quién amaría la visión de un Dios castigador?
Al iniciar su ministerio público (y lo haría de nuevo antes de la crucifixión), Jesús entró al templo de Jerusalén. Al observar el infame comercio que se desarrollaba allí, se indignó.
En lugar de adoración, silencio, reverencia, y respeto por el lugar designado para acoger la presencia divina, se veían escenas de avaricia, contiendas y amargura. Los sacerdotes y cambistas habían perdido de vista su función y se enfocaban en las ganancias; robando a los pobres, dejando de lado las necesidades del pueblo y pervirtiendo la adoración y el respeto que se deben a Dios.
¡Qué fácil se le hace al corazón humano perder de vista lo sagrado!
Pero, por más que nos repugne el aprovechamiento de los rabinos y sacerdotes, nos cuesta imaginar al Salvador enojado y amenazante. Preferimos recordar su amor, su paciencia, su bondad y sus milagros.
¿Es más cómodo, verdad?
No obstante, la manifestación de su justa ira tenía un propósito redentor, tal como se evidencia en la siguiente cita: “En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para Israel y para el mundo. Desde las edades eternas, había sido el propósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de Jerusalén fuese un testimonio continuo del alto destino ofrecido a cada alma”. El Deseado de Todas las Gentes Página 161
El templo de Jerusalén era pues una metáfora del templo del alma. Debía mantenerse puro y santo. Pero la infidelidad de sus dirigentes lo había contaminado, y casi había perdido su propósito.
Lo mismo sucede en nuestras vidas.
El Espíritu Santo quiere hacer morada en cada alma, pero las contaminaciones del mundo se interponen entre él y nosotros. La verdadera adoración que Dios demanda, es tapada por la mundanalidad y la irreverencia.
Necesitamos, tal como en aquellos días, la presencia de Cristo para que limpie el templo de nuestro ser. Su brazo que se levanta, no para herir, sino para sanar, es la garantía de nuestra restauración. Su palabra poderosa debe convencernos de que el corazón es terreno sagrado y no debe ser mercantilizado con la codicia y absorbido por las banalidades de la vida.
Su casa no es casa de mercado; es lugar de oración. Es terreno sagrado, de encuentro, de sanidad y de renovación.
Por el bien de tu salvación eterna, ten esto siempre presente...
Solamente una visión tal nos puede ayudar a recuperar el respeto por el Señor a quien hemos despreciado con nuestras acciones.
Un día solemne, la escena de la purificación del templo se repetirá, aunque esta vez a escala global. 
La mano de Jesús ya no llevará un azote de cuerdas ni irá rodeado de sus humildes discípulos. Llevará en su diestra el cetro de su poder y su escolta serán millones de ángeles. Pero la reacción de quienes han vivido contaminando el templo de sus almas será la misma: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” Apocalipsis 6:14-17  
¿Has permitido al Señor que te limpie de toda contaminación, o ese día te encontrará pidiendo a las rocas que caigan sobre tí?
Es mi deseo que su venida te encuentre en gozosa y ferviente alabanza por su liberación.

COMENTARIOS ANGUSTIOSOS...

He recibido algunos comentarios que son verdaderos clamores de angustia...
Me gustaría responderles, tanto a quienes piden ayuda, como a quienes no están de acuerdo con algunas de las cosas que publiqué. Todos sus comentarios han sido y seguiran siendo publicados, pero me han causado gran inquietud
No responderé con mis palabras, sino con la esperanza que brota a raudales de la Palabra de Dios. 
Por favor dejen sus correos electrónicos, con la confianza de que les contestaré en privado, sin exponer detalles de nada ni publicar sus direcciones o nombres en ningún caso.
Bendiciones en Cristo.
Willy

martes, 12 de abril de 2011

CORDERO DE DIOS - ACRÓSTICO


Cuando el pecado reinaba,
bajó a socorrernos Jesús
Oscuro este mundo estaba,
lo iluminó con su luz
Rey celestial que bajando,
la redención consumó
Dios iba así rescatando,
lo que el enemigo arruinó.
Era él bondadoso y humilde,
tan manso cual un  cordero
Rey de amor que su vida rinde,
en acto de amor verdadero
Obediente, sublime maestro,
 ¡su vida entregó en la cruz!

Demos hoy gracias al cielo,
alabanza al cordero de Dios
Esperanza, tu paz y el anhelo,
de tener vida eterna con vos.

Dolorido, el precio pagaste,
del rescate del pobre mortal
Inclinado tu rostro triunfaste,
sobre el malo y el odio fatal
Olvidada está ya mi mentira,
mi orgullo y loca vanidad
Señor, ¡hoy mi alma suspira,
por tener tu sublime amistad!

Willy Grossklaus

sábado, 9 de abril de 2011

SUMISIÓN

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”. 1º Pedro 5:6
¡Qué cosa difícil puede resultar humillarnos!
No hablo aquí del sentimiento que resulta cuando alguien nos desvaloriza, ni cuando somos menospreciados en público, menos todavía cuando nuestros fracasos son expuestos públicamente.
La humillación se presenta en las Escrituras como una virtud. Es ser sinceros en reconocer lo que verdaderamente somos. Humillarse es reconocer nuestro lugar en el universo, el de seres creados; sin más dominio que el concedido en los sabios planes divinos.
Somos criaturas, no dioses; por lo tanto no podemos ocupar el lugar de Gobernantes del Universo (pues nuestro universo resulta ser ridículamente pequeño).
Sin embargo, desde la más pequeña cuota de autoridad que recibimos, nos convertimos en tiranos y opresores de los demás.
La soberbia, el orgullo y la vanidad suelen jugarnos malas pasadas y hacernos creer que somos o tenemos algo especial, por lo cual los otros deben reconocer nuestra superioridad.
Cuando esto no sucede, el impulso carnal es maltratar a quienes estimamos inferiores a nosotros por carecer de alguna ventaja o cualidad. Y allí comienzan todos los problemas de relación.
En el siguiente relato de las Escrituras vemos un claro ejemplo de ello: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido. Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo. Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia. Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur. Y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Y ella respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora. Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano”. Génesis 16:1-9
Un elemento extraño de la historia, es que en tanto Dios le indica a Agar que se someta a su dueña, nada dice acerca de la abusiva conducta de Sara ni de la falta de intervención de Abraham.
Bien es cierto que Agar obró mal, pero sus amos tampoco estaban libres de culpa.
No obstante, el foco del relato es que la situación se solucionaría -al menos temporalmente- cuando ella se colocara sumisamente en manos de su ama. Tal indicación le llevó a reconocer la bondad, el cuidado y la supremacía divinas en su vida:
“Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve”. Génesis 16:13,14
¿Por qué será que somos tan remisos a reconocer la soberanía de Dios ?
¿Será porque solo nos vemos a nosotros mismos?
La realidad de la presencia divina llevó a Agar a sujetarse a una autoridad que antes había desafiado. Lo mismo hará por nosotros si estamos dispuestos a colocarnos sumisos bajo la mano de Dios, nuestro Amo y Señor.
Humillémonos.