martes, 17 de agosto de 2010

GLORIA Y ALABANZA

"Entonces Moisés dijo: Esto es lo que mandó Jehová; hacedlo, y la gloria de Jehová se os aparecerá".  Levítico 9:6
En el antiguo relato de la consagración de Aarón y sus hijos, tal como aparece en Levítico capítulos 8 y 9,  podemos encontrar preciosas lecciones para los cristianos de la actualidad.
En la construcción del tabernáculo en el desierto hay un sinnúmero de detalles sobre ceremonias, materiales y procedimientos, que a primera vista resultan fatigosos. Algunos concluyen que no tienen el menor sentido o que, cuando mucho, son partes anecdóticas de la Biblia.
Pero nuestro Dios es detallista. Si se toma el trabajo de hacer una simple flor o una hojita de pasto con infinito cuidado y perfección, ¿con cuánto más detalle no revelaría lo concerniente a nuestra salvación?
Por eso, creo que hallaremos campo fértil para la meditación en esos "detalles sin importancia"
Cuando se acabó de construir el tabernáculo, todavía quedaba un asunto pendiente de resolución. En un edificio santo, ¿podrían oficiar seres pecadores? ¿Era Aarón o cualquier otro digno de hacerlo?
El Señor mismo proporcionaría la respuesta: "Entonces Moisés hizo acercarse a Aarón y a sus hijos, y los lavó con agua. Y puso sobre él la túnica, y le ciñó con el cinto; le vistió después el manto, y puso sobre él el efod, y lo ciñó con el cinto del efod, y lo ajustó con él. Luego le puso encima el pectoral, y puso dentro del mismo los Urim y Tumim. Después puso la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra, en frente, puso la lámina de oro, la diadema santa, como Jehová había mandado a Moisés. Después Moisés hizo acercarse los hijos de Aarón, y les vistió las túnicas, les ciñó con cintos, y les ajustó las tiaras, como Jehová lo había mandado a Moisés.
Hizo acercarse luego los hijos de Aarón, y puso Moisés de la sangre sobre el lóbulo de sus orejas derechas, sobre los pulgares de sus manos derechas, y sobre los pulgares de sus pies derechos; y roció Moisés la sangre sobre el altar alrededor".
Levítico 8:6-9, 13, 24
Lo notable del rito es que Aarón y sus hijos no hicieron nada por sí mismos. Incluso lavarse y vestirse fueron tareas que les fueron negadas, debiendo permitir que lo haga Moisés. Es un símbolo adecuado de la obra de la gracia, en la cual nuestra parte consiste en dejar que Dios haga todo el trabajo.
Fueron lavados, vestidos, y finalmente se les colocó sangre en varias partes del cuerpo. Sin la sangre de Cristo "no hay remisión de pecados", seguiríamos siendo pecadores condenados a muerte. Necesitamos ser lavados en ella, vestidos con su justicia y coronados con la tiara de la "santidad a Jehová" (Exodo 39:30).
Siete días después de esta ceremonia, Aarón y sus hijos oficiaron por primera vez los ritos del santuario. Delante de todo el pueblo debían realizar las ceremonias exactamente como el Señor les había mandado. No debían apartarse en nada de su mandato. No había lugar para la improvisación o el exhibicionismo.
"Entonces Moisés dijo: Esto es lo que mandó Jehová; hacedlo, y la gloria de Jehová se os aparecerá.
Después alzó Aarón sus manos hacia el pueblo y lo bendijo; y después de hacer la expiación, el holocausto y el sacrificio de paz, descendió. Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros".
Levítico 9:6, 22-24
Cuando el Señor nos manda a hacer algo, nos capacita para hacerlo. Dudar en obedecer sus mandatos es dudar de su poder para salvar.
Aunque la obediencia no salva, siempre es el fruto de la salvación. Si bien esta no tiene méritos en sí misma, nuestro pasaje nos revela una progresión: la obediencia es el camino que lleva a contemplar la gloria de Dios. Contemplar su gloria da paso a la alabanza.
¿Por qué suele ser tan pobre a veces nuestra alabanza? Porque no hemos contemplado suficientemente su gloria. Y no contemplaremos su gloria a menos que obedezcamos en plenitud su voluntad en nuestras vidas.
¿Obediencia? ¡Alerta! ¡Tengan cuidado!, eso es cosa de fanáticos...
Hemos escuchado tanto y tan seguido de los males y peligros del legalismo, que la obediencia hasta parece pecado, siendo en realidad una cuestión de fe. Dios es el autor de la fe y la obediencia y requiere de ambas. Cuando simplemente obedezcamos por fe toda la luz que brilla en nuestro camino, entonces tendremos algo que decir al mundo, y en consecuencia la tierra sera iluminada con su gloria (ver Apocalipsis 18:1).
Recordemos siempre que Él nos llamó para que revelemos su gloria y le demos alabanza, como está escrito: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable". 1ª Pedro 2:9