viernes, 15 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD I

“Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume”. Juan 2:13-17
Una imagen de Cristo que pocos quieren retener en la mente -y muchos prefieren descartar-, es la que se ve plasmada en esta escena. 
El Señor, azote en mano, echando a los mercaderes del templo. Las monedas y otros enseres rodando por el suelo. Los mercaderes y líderes religiosos huyendo, llevando solamente el terror marcado en sus rostros...
¿Quién amaría la visión de un Dios castigador?
Al iniciar su ministerio público (y lo haría de nuevo antes de la crucifixión), Jesús entró al templo de Jerusalén. Al observar el infame comercio que se desarrollaba allí, se indignó.
En lugar de adoración, silencio, reverencia, y respeto por el lugar designado para acoger la presencia divina, se veían escenas de avaricia, contiendas y amargura. Los sacerdotes y cambistas habían perdido de vista su función y se enfocaban en las ganancias; robando a los pobres, dejando de lado las necesidades del pueblo y pervirtiendo la adoración y el respeto que se deben a Dios.
¡Qué fácil se le hace al corazón humano perder de vista lo sagrado!
Pero, por más que nos repugne el aprovechamiento de los rabinos y sacerdotes, nos cuesta imaginar al Salvador enojado y amenazante. Preferimos recordar su amor, su paciencia, su bondad y sus milagros.
¿Es más cómodo, verdad?
No obstante, la manifestación de su justa ira tenía un propósito redentor, tal como se evidencia en la siguiente cita: “En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para Israel y para el mundo. Desde las edades eternas, había sido el propósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de Jerusalén fuese un testimonio continuo del alto destino ofrecido a cada alma”. El Deseado de Todas las Gentes Página 161
El templo de Jerusalén era pues una metáfora del templo del alma. Debía mantenerse puro y santo. Pero la infidelidad de sus dirigentes lo había contaminado, y casi había perdido su propósito.
Lo mismo sucede en nuestras vidas.
El Espíritu Santo quiere hacer morada en cada alma, pero las contaminaciones del mundo se interponen entre él y nosotros. La verdadera adoración que Dios demanda, es tapada por la mundanalidad y la irreverencia.
Necesitamos, tal como en aquellos días, la presencia de Cristo para que limpie el templo de nuestro ser. Su brazo que se levanta, no para herir, sino para sanar, es la garantía de nuestra restauración. Su palabra poderosa debe convencernos de que el corazón es terreno sagrado y no debe ser mercantilizado con la codicia y absorbido por las banalidades de la vida.
Su casa no es casa de mercado; es lugar de oración. Es terreno sagrado, de encuentro, de sanidad y de renovación.
Por el bien de tu salvación eterna, ten esto siempre presente...
Solamente una visión tal nos puede ayudar a recuperar el respeto por el Señor a quien hemos despreciado con nuestras acciones.
Un día solemne, la escena de la purificación del templo se repetirá, aunque esta vez a escala global. 
La mano de Jesús ya no llevará un azote de cuerdas ni irá rodeado de sus humildes discípulos. Llevará en su diestra el cetro de su poder y su escolta serán millones de ángeles. Pero la reacción de quienes han vivido contaminando el templo de sus almas será la misma: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” Apocalipsis 6:14-17  
¿Has permitido al Señor que te limpie de toda contaminación, o ese día te encontrará pidiendo a las rocas que caigan sobre tí?
Es mi deseo que su venida te encuentre en gozosa y ferviente alabanza por su liberación.

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