lunes, 14 de junio de 2010

REPRENDER EL PECADO

"Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado". Isaías 58:1
Recuerdo una ocasión de mi niñez en la que estabamos jugando en la cama de nuestros padres con mi hermano mayor. De pronto nos empeñamos en una encarnizada guerra de almohadas. Al escuchar los gritos y el ruido, una de mis hermanas mayores acudió para poner orden; pero en lugar de traer calma, ocupó mi lugar en la contienda tomándose a almohadazos con mi adversario, mientras yo me divertía con la ridícula escena.
Entre el pueblo de Dios sucede a veces algo similar, aunque no tiene nada de divertido.
Muchos hay que ven las faltas en los demás y se escandalizan, y se ocupan en denunciar el pecado ajeno; pero al intentar corregir el mal, con demasiada frecuencia se enredan en discusiones, provocando un perjuicio más grave que el que dicen combatir. Su ardor procede más bien del orgullo que de una santa indignación hacia el mal, y en seguida manifiestan un espíritu de crítica, condenación y enojo hacia sus propios hermanos, hiriendo a quienes debieran sanar.
La vocación "profética" de denunciar lo malo no es algo que uno deba asumir por cuenta propia.
Es cierto que los cristianos son llamados a denunciar la iniquidad con una voz clara y firme. No debe haber transigencia con Babilonia. Si callamos ante el pecado abierto, la injusticia y el error, nos hacemos cómplices de estos males como si los hicieramos nosotros mismos. Hay un refrán que dice sabiamente: "es tan ladrón el que espera en la puerta como el que roba en la huerta".
Esta obra triste, pero necesaria, fue la de los profetas de la antigüedad. Es también la tarea de los profetas modernos, y será la obra final del remanente que denunciará los pecados de Babilonia. El Señor comisionó a Isaías, a Jeremías, a Juan el Bautista entre otros para denunciar los males de quienes se llamaban a sí mismos el pueblo de Dios. Cristo mismo, con lágrimas en sus ojos, clamó contra la hipocresía de los dirigentes religiosos de su tiempo.
Pero es cierto también que la obra de corregir lo deficiente no debe estar en manos del criterio siempre falible de un solo hombre o de algunos pocos.
En las relaciones entre los hijos de Dios, Jesús dejó un modelo supremo en Mateo 18:15-17: "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano".
Es aquí la iglesia quien debe administrar la disciplina, luego de que se hubo tratado el asunto con la mejor de las cortesías y con el mayor tacto posible.
En el caso particular de que la iglesia se halle en decadencia o que ya esté en abierta apostasía, el asunto se encuentra todavía en las manos divinas.
Nadie debe pensar que ha sido comisionado para una obra de esa naturaleza en virtud de que no cayó en las faltas de sus hermanos. Emprender una reforma sin haber sido especialmente llamado por el Señor induce a la exaltación propia y producirá únicamente frutos amargos de disensión, contienda y división.
Cuidémonos de ser mensajeros sin mensaje. La Biblia advierte acerca de aquellos que proclaman: "Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú; éstos son humo en mi furor, fuego que arde todo el día". Isaías 65:5
El mensaje divino procura remediar el mal, corregir el error e inducir al arrepentimiento. Sus resultados, cuando la advertencia es obedecida, serán firmes conversiones, seguidas de una reforma y un reavivamiento genuinos.
Cuando los resultados no son estos, sinó que se manifiestan disensiónes, dura crítica, agrias denuncias y airadas descalificaciones, tengamos por seguro que el espíritu que dirige esa obra no es del cielo, sinó terrenal, animal, diabólica.
La cita siguiente dice con mucha sabiduría que: "Los hombres duros y criticones con frecuencia se disculpan o tratan de justificar su falta de cortesía cristiana porque algunos de los reformadores obraron con un espíritu tal, y sostienen que la obra que debe hacerse en este tiempo requiere el mismo espíritu; pero tal no es el caso. Un espíritu sereno y perfectamente controlado es el que más conviene en cualquier lugar, aun en la compañía de los más toscos. Un celo furioso no hace bien a nadie.... Aunque los ministros de Cristo deben denunciar el pecado y la impiedad, la impureza y la mentira, aunque son llamados a veces a reprender la iniquidad, tanto entre los encumbrados como entre los humildes, y a mostrarles que la indignación de Dios caerá sobre los transgresores de su ley, no deben ser intolerantes ni tiránicos; deben manifestar bondad y amor, y un espíritu deseoso de salvar más bien que de destruir".  Joyas de los Testimonios Tomo 1 Página 566
La iglesia de Cristo, su remanente del tiempo del fin, está todavía más necesitada de reprensión que el antiguo Israel o que la iglesia apostólica. Por algo se la identifica en la profecía de las 7 iglesias de Apocalipsis 2 y 3 con la tibia Laodicea, a quien Dios amenaza con vomitar de su boca (¡le da náuseas!).
Sin embargo no necesita ser reprendida por aquellos que todavía tienen que aprender de la mansedurmbre del Cordero de Dios, de la tierna simpatía del Buen Pastor hacia sus ovejas descarriadas, del amoroso trato del Padre, que castiga y reprende porque ama.
Clamemos al Señor por el poder de su Espíritu en nuestras vidas, oremos para que su iglesia sea purificada, pero no por mano humana, sinó por Aquel de quién se dijo: "Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará". Mateo 3:12