sábado, 3 de septiembre de 2011

IMITADORES DEL MAESTRO II

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. 1ª Corintios 11:1
A todos nos gustan las definiciones. Que las cosas sean claras, precisas y concretas. Ya tienen algo de eso en la entrada anterior. Pablo sin embargo, hablaba de sus propias vivencias, no de definiciones.
Cómo llegó él a ser un imitador de Cristo es lo que expone en Filipenses 3. Pasó de una vida de oposición manifiesta a una de completa sumisión a Su voluntad; de estar lleno de odio hacia los cristianos a ser uno de ellos; de estar contra él a estar “en él”, experimentando su poder y su gracia en forma plena y abundante.
Su encuentro con Jesús camino a Damasco transformó su vida, y ya nunca fue el mismo. 
Pero esta experiencia de imitación y de completa identificación con el Señor que lleva a la perfección, no es algo que se alcanza instantáneamente; es un proceso gradual que culminará en el momento de la glorificación.
Así lo aclara en el párrafo siguiente: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filipenses 3:12-14
Habiendo tomado una decisión, “quemó sus naves”, dejando todo atrás en búsqueda de tan glorioso objetivo. No alocadamente ni siguiendo una actitud emocional, sino después de haber meditado, analizado y comparado lo que tenía detrás y lo que le esperaba por delante.
Es allí donde muchos que desean ser cristianos se engañan. No toman en cuenta el poder del pecado, ni las tendencias que gobiernan sus propias vidas, o las pruebas, chascos y oposición que les esperan. Les gusta mirar solo el lado luminoso de la experiencia cristiana, y cuando soportan el fuego de la tribulación se desalientan.
Sin embargo el apóstol no se engañaba. Desde el principio le fueron mostradas las dificultades que le esperaban en su servicio al Salvador: “porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:16).
Lo que diré a continuación no resulta agradable: la vida cristiana se compone mayormente de dificultades, dolor y sufrimientos.
¡¡¡Pero vale la pena!!! 
Cualquier sacrificio o prueba que tengamos que afrontar resulta insignificante al lado de la gloria que nos aguarda. El amor de Dios, el gozo de su compañía, la paz que da el Espíritu, el poder que se manifiesta en nuestras vidas, exceden por mucho cualquier cosa dolorosa que nos acontezca.
A continuación, él extiende los beneficios de su imitación de Cristo a todos los creyentes. “Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros”. Filipenses 3:15-17
¿En qué quedamos? ¿Perfectos o no? Parece contradictorio...
Continuaremos con el estudio de este pasaje en la entrada siguiente.
Por ahora, recordemos que imitar a Jesús implica una decidida actitud, una especialización en lo que realmente importa, una disposición a dejar atrás el pasado y concentrarse en lo inmediato a fin de ganar lo eterno. Digamos con Pablo: “una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filipenses 3:12-14