martes, 9 de marzo de 2010

HERIDAS DE GUERRA

Todos llevamos cicatrices. Algunas son visibles y otras invisibles pues se hallan en lo más profundo de nuestras almas. Las cicatrices evidentes pueden en algunos casos ser motivo de verguenza y tratamos de cubrirlas, pero hay otras de las que nos enorgullecemos. Los soldados muestran sus heridas de guerra con manifiesta satisfacción como prueba de su valor en combate y les agrada contar como las recibieron. Los mayores gozan en mostrar las huellas de su trabajo y son fuente de repetidas e inagotables historias para sus hijos y nietos.
Las heridas emocionales son otra cosa, pues sin excepción tratamos de ocultarlas de la vista de los demás.
Cada hijo e hija de Adán ha sido herido, mutilado y desgarrado por el pecado, que nos ha golpeado por fuera y por dentro con una terrible furia proveniente del Maligno y clamamos como el salmista:"Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído. Temor y temblor vinieron sobre mí, y  terror me ha cubierto. Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad." Salmos 55:4-8
Familias desgarradas por hijos rebeldes, divorcios y contiendas, la enfermedad, la pobreza, las calamidades, la violencia irracional, la guerra y un sinnúmero de otras desgracias acosan a la humanidad con saña creciente haciendo que el siguiente abismo de maldad que nos espera sea más insondable que el anterior.
Sin embargo hay esperanza en las heridas. Las manos y pies lacerados de Cristo que Tomás deseaba tocar abrieron para nosotros el camino de la salvación. Las heridas de guerra de nuestro Salvador, que fue varón de dolores y experimentado en quebranto, son la garantía de nuestra paz eterna. "Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos". Zacarías 13:6
Los estigmas causados por nuestros pecados y transgresiones en su cuerpo bendito nos han reconciliado con el Padre, nos han abierto las puertas del Paraíso de Dios y dado acceso al árbol de la vida.
Las marcas imborrables de los clavos que Jesús llevó al cielo nos dicen que nuestras propias heridas un día desaparecerán. Tanto las cicatrices externas como las que llevamos grabadas a fuego en nuestro ser más íntimo, serán borradas cuando acabe el conflicto y seamos tranformados en un instante al recibir cuerpos inmortales y perfectos.
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra han pasado" (Apoc. 21: 1, VM). El fuego que consume a los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de maldición. . .     Sólo queda un recuerdo: Nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ven las únicas huellas de la obra cruel efectuada por el pecado. . . En sus manos y su costado heridos, de donde manó la corriente purpurina que reconcilió al hombre con Dios, allí está la gloria del Salvador, "allí mismo está el escondedero de su poder". "Poderoso para salvar" por el sacrificio de la redención, fue por consiguiente fuerte para ejecutar la justicia para con aquellos que despreciaron la misericordia de Dios. Y las marcas de su humillación son su mayor honor; a través de las edades eternas, las llagas del Calvario proclamarán su alabanza y declararán su poder. 
    La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad. En el Cristo glorificado contemplarán al Cristo crucificado.... Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y vean la gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin, entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo: "¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!" ¡Maranata: El Señor Viene! Página 360