lunes, 7 de marzo de 2011

LÍDERES CONSAGRADOS

Una de las grandes carencias de la iglesia en la actualidad es la falta de dirigentes que ejerzan un liderazgo consagrado.
En los días apóstólicos -y aún antes-, los líderes eran elegidos por el testimonio que daba el Espíritu Santo. Hombres en quienes se veía la obra interna de la gracia, y que eran ejemplos de humildad y consagración. Se los elegía mediante ferviente oración y ayuno y con el concurso de toda la congregación.
Avanzando el tiempo, a la muerte de los apóstoles, los que eran movidos por el Espíritu fueron reemplazados por los “profesionales de la religión”, y la iglesia entró en su edad más triste.
La apostasía ganó terreno, y progresivamente, los líderes dejaron de ser nombrados por su consagración y lo fueron en base a su preparación teológica, su prestigio social o incluso por su fortuna.
No quiero decir con esto que esté mal tener conocimientos de teología; no me malentiendan. No digo que se deje de preparar a nuestros pastores. Hacen falta líderes bien capacitados para enfrentar los retos de esta época moderna. No debe haber improvisados liderando la iglesia, ni podemos dar al mundo la impresión de que somos un grupo de ignorantes dirigidos por otros ignorantes.
Simplemente describo una realidad palpable.
Tenemos seminarios, colegios y universidades que conceden grados y posgrados teológicos; se puede alcanzar en ellos un elevado grado de conocimiento, tal como nunca se dio en la historia de la iglesia.
Pero tenemos pocos Elías, Pablos o Bernabés. No se ofrecen entre las carreras teológicas doctorados “del Espíritu” ni vemos graduados “summa cum laude” de Humildad, Entrega o Consagración.
Los resultados están a la vista.
Corremos mucho y no llegamos a la meta. Se trabaja demasiado, al límite de las fuerzas, pero no se alcanzan a cubrir las necesidades de la gente. Muchos dirigentes están trabajando hasta el agotamiento para llevar adelante programas espectaculares, costosos y abarcantes a nivel mundial, pero los frutos, los verdaderos frutos, son escasos y efímeros.
¿Por qué esto es así?
Porque es muy fácil ocuparse de lo tangencial y olvidarse de lo esencial, del Poder que otorga sus verdaderas credenciales a los ministros del evangelio:
“El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su representante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se piense poco, se ve sequía espiritual, obscuridad espiritual, decadencia y muerte espirituales. Cuandoquiera los asuntos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela, falta, aunque se ofrece en infinita plenitud”. Hechos de los Apóstoles pág. 50
Vendría bien examinar un ejemplo bíblico de líder consagrado.
Al llegar a ser rey, Ezequías encabezó una profunda reforma en Israel, restaurando el servicio del templo, haciendo volver a sus labores a los levitas y eliminando los ídolos y la idolatría de Israel.
Como en cada ocasión en que ocurre un reavivamiento, Satanás está atento para causar dificultades. Las noticias de la inminente invasión asiria parecían asestar un golpe mortal al despertar espiritual de los judíos, que no estaban en condiciones de resistir a tan poderoso enemigo.
El registro sagrado dice entonces lo siguiente acerca de las acciones del consagrado rey:
“Después de estas cosas y de esta fidelidad, vino Senaquerib rey de los asirios e invadió a Judá, y acampó contra las ciudades fortificadas, con la intención de conquistarlas. Viendo, pues, Ezequías la venida de Senaquerib, y su intención de combatir a Jerusalén, tuvo consejo con sus príncipes y con sus hombres valientes, para cegar las fuentes de agua que estaban fuera de la ciudad; y ellos le apoyaron. Entonces se reunió mucho pueblo, y cegaron todas las fuentes, y el arroyo que corría a través del territorio, diciendo: ¿Por qué han de hallar los reyes de Asiria muchas aguas cuando vengan? Después con ánimo resuelto edificó Ezequías todos los muros caídos, e hizo alzar las torres, y otro muro por fuera; fortificó además a Milo en la ciudad de David, y también hizo muchas espadas y escudos. Y puso capitanes de guerra sobre el pueblo, y los hizo reunir en la plaza de la puerta de la ciudad, y habló al corazón de ellos, diciendo: Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas. Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá”. (2ª Crónicas 32:1-8)
Aparecen en este relato las características que debiera tener un líder movido por el Espíritu Santo:
  • Busca el consejo de hombres de probada experiencia y valor
  • Consigue el apoyo de los demás, no trabaja solo
  • Da el ejemplo, trabajando junto a sus seguidores
  • Muestra una voluntad resuelta
  • Es diligente en tomar las precauciones necesarias
  • Capacita y prepara a los demás
  • Alienta y motiva a su gente
  • Reconoce la necesidad de confiar en Dios
  • Da evidencias de que se apoya en el poder divino
  • Gana la confianza de los suyos
Necesitamos más líderes como Ezequías, Elías o Juan el Bautista; nos hacen falta urgente Pablos y Pedros; y no los conseguiremos en los clasificados del periódico o por la sola acumulación de grados universitarios.
La iglesia languidece hoy por falta de esa clase de liderazgo. Líderes, en fin, que muevan al pueblo a pelear las batallas del Señor, con la inquebrantable confianza de que “con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas”.