jueves, 30 de septiembre de 2010

MARCA REGISTRADA

"Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios, temible en hechos sobre los hijos de los hombres". Salmos 66:1-5
A comienzos del siglo XX, el pastor O.E. Davis viajó al interior de las selvas de Guyana en respuesta al ruego de un jefe indígena que había soñado con un hombre blanco que llegaba con un libro negro. El pastor Davis deseaba alcanzar a este pueblo a quienes Dios había hablado por medio de una visión, pero el viaje era difícil y peligroso. Llegó cerca del monte Roraima, donde enfermó de malaria y luego murió. Sus esfuerzos no fueron en vano porque muchos en la tribu aceptaron el evangelio y adoptaron para sí el nombre del abnegado misionero. Son conocidos como los "indios Davis".
Historias como esta pueblan nuestros relatos misioneros. A lo largo de los siglos muchos hombres y mujeres, a veces familias enteras dejaron sus comodidades para llevar el mensaje del evangelio "a todo el mundo", como lo reclama la gran comisión.
Se cumplen ya 150 años de que un grupo insignificante de creyentes, remanente del movimiento millerita, adoptara como propio el nombre de Adventistas del 7º Día, pasando a convertirse hoy en una iglesia de alcance e influencia mundial.
¿Qué significa nuestro nombre?
Como en el relato inicial, adoptamos un nombre para honrar lo que creemos, como señal de las doctrinas que consideramos más relevantes y apropiadas para definirnos, y para definir nuestra misión como cristianos.
Ser "adventistas" es desear con todo el corazón la venida de Cristo, para acabar con el largo reinado del pecado sobre la raza humana. La añadidura "del 7º día" coloca en lugar relevante los mandamientos de Dios, sobre todo el sábado como memorial de la creación.
Ninguna de estas doctrinas tendría sentido si se las colocara fuera del contexto de nuestra necesidad de la gracia divina, de la justificación por la fe y del sacrificio expiatorio de Jesús. Pero en su debido marco, el sábado y el advenimiento magnifican las grandes doctrinas anteriores, revelan el amor de Dios y nos libran tanto de la gracia barata como del legalismo.
Estas dos características no solo nos diferencian de otros grupos religiosos, nos remiten al gran tema de la adoración. A quién, cómo y por qué adoramos.
¿Qué importancia tiene este aniversario?
Para mí significa tres cosas:
  • Alabanza al Señor
  • Cuidadosa reflexión
  • Necesidad de reforma y reavivamiento
Al mirar hacia atrás en la historia, los adventistas podemos gozarnos en lo que ha hecho Dios por nosotros.
De un pequeño y desanimado grupo que creía en la venida de Cristo para 1844, nos convertimos en una iglesia de relevancia mundial.
Bajo la influencia del poder divino, se levantaron hombres de fe y valor para avanzar hasta los más apartados confines del planeta llevando el mensaje del advenimiento; se estableció un pequeño periódico que creció hasta convertirse literalmente en raudales de luz que circundan el globo; progresó de una pequeña escuelita local a cientos de colegios y universidades en todas partes. Nuestro nombre y nuestro mensaje, antes desconocido e impopular, es hoy conocido y respetado.
Y así podríamos hablar de nuestra obra médica, de la asistencia a los necesitados, de vidas transformadas...
En mi corta experiencia de algo más de tres décadas al servicio de su causa, pude ver cumplirse las profecías que había estudiado. En el desarrollo de la historia y en la evolución de la sociedad observé también que hito tras hito de las señales han ido quedando atrás.  Estamos hoy más cerca de Su Venida. Con cada día que pasa, mi esperanza crece más y más, anhelando que sea hoy mismo ese magnífico día.
Si somos creyentes de verdad, los acontecimientos actuales nos gritan con fuerza:
¡DESPIERTEN!
Aunque la noche del mal para nosotros se hace desesperadamente larga, no obstante, podemos confiar que Dios no nos olvido ni se le han ido las cosas de las manos.
Todavía veremos actuar al Señor poderosamente en nuestro favor completando su tarea y viniendo a buscarnos. Si bien muchos de entre los nuestros abandonarán la fe para seguir "doctrinas de demonios" (1ª Timoteo 4:1), la lluvia final del Espíritu moverá los corazones y millones se convertirán en un día. Él evangelio triunfará al final.
Alabemos a Dios por esto.
Pero debemos precavernos del triunfalismo y del orgullo espiritual. No nos gloriemos como Nabucodonosor de la "Babilonia que hemos edificado".
El primer hecho doloroso e incontrastable para nosotros, que decimos ser su pueblo verdadero, la iglesia visible, el remanente final, es que todavía estamos de este lado de la eternidad.
No llegamos a nuestro hogar. No alcanzamos la meta. Cristo todavía no vino.
Segundo hecho innegable: ¿Ha mantenido el grueso de la iglesia el espíritu fervoroso y fiel de sus pioneros? Lamentablemente no.
Como en la fábula de Samaniego, muchos discuten si son galgos o lebreles los perros que amenazan comerlos. No debemos desperdiciar nuestro tiempo en debates, en herirnos mutuamente, o en intentar demostrar que tenemos razón, cuando miles necesitan oír que Cristo viene antes de que su tiempo de gracia termine. La apostasía y la rebelión, la mundanalidad y la indiferencia, por otra parte, están siempre presentes amenazándonos.
El anciano Juan recuerda a las iglesias dos consejos muy pertinentes:
"Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido". Apocalipsis 2:5
"Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios". Apocalipsis 3:2
Necesitamos recordar que si somos algo, lo somos por la gracia de Dios. Nada debemos al hombre, que es apenas un instrumento. La Biblia advierte en forma contundente: "Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová". Jeremías 17:5
Recordemos y apreciemos a nuestros pioneros. Pero tengamos la honestidad de ser como ellos. Honremos su memoria con hechos y no con palabras.
Valoricemos los logros, pero no nos equivoquemos al atribuírlos a otro que no sea nuestro maravilloso Dios.
Busquemos con humildad la gracia divina para estos peligrosos días que tenemos por delante. Nos esperan grandes conflictos por delante, pero también el glorioso triunfo final.
Aferrémonos a la promesa: "Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona". Apocalipsis 3:10,11
MARANATHA