miércoles, 22 de septiembre de 2010

BUEN ENCUENTRO

“Era Abraham ya viejo y bien avanzado en años y Jehová había bendecido a Abraham en todo. Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que gobernaba en todo lo que tenía” (Génesis 24:1,2)
Siempre hemos oído llamar a Abraham "el padre de la fe", por la manera en que se sometió en todo a la conducción divina.  Este gran hombre no solamente creía, sino que transmitía con eficacia su convicción a quienes le rodeaban. Puede decirse con toda justicia que también fue el primer misionero posterior al diluvio. Pero en el texto aparecen no uno, sino dos hombres mayores tomando en serio las promesas de Dios; el mismo patriarca y su sirviente.
El criado era con seguridad Eliezer (Génesis 15: 2), que aunque provenía de Damasco, era creyente en el Dios de Abraham. El ejemplo piadoso de su amo sin duda había sido suficientemente poderoso como para imitarlo. Pero la fe que manifestó en esa ocasión no era una simple copia; la suya era una fe sólida y firme en un Poder que contesta las oraciones del más humilde de sus hijos.
La misión encomendada a este humilde y fiel anciano era delicada; tenía que buscar para el hijo de su señor una mujer de su misma sangre y de su misma fe. No sería lo mismo cualquier señorita pagana, por bella y talentosa que fuese.
Vemos en las instrucciones que recibió y en su respuesta una fe sin límites en la conducción divina. El convencimiento de Abraham era que el mismo Dios que lo había llevado allí, “el enviará su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo…” (vers. 7)
Cargando diez camellos colmados de regalos, Eliezer marcho con un rumbo definido, pero al mismo tiempo fue a la ventura. No podía saber el resultado de su viaje ni tenía seguridad de encontrar a una joven que cumpliera tan altos requisitos.
La oración del sirviente fue “Y dijo: oh Jehová, Dios de mi señor Abraham, dame, te ruego, el tener hoy buen encuentro y haz misericordia con mi señor Abraham”. (vers. 12)
Con fe sincera, encomendó su viaje al Altísimo y pidió tener "buen encuentro". Pidió tener éxito en su empresa y que Dios demostrara el amor que tenía hacia su amo.
En toda la oración no encontramos ninguna consideración egoísta o preocupación personal. No usó apelaciones que busquen  obligar o "sobornar" al Señor como hacen algunos predicadores modernos. Nada de promesas o votos de incierto cumplimiento.
En la infantil confianza de este hombre, todo lo que tenía que hacer era pedir y luego esperar el resultado de su petición. Sus deseos estaban tan identificados con los de Dios que no deseaba sino ver como se haría realidad su ferviente oración.
La Biblia dice: "y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho". 1º Juan 5:14,15
Eso es todo lo que hace falta. Lo pides, lo tienes. Nada más.
Entonces...¿por qué cuesta tanto creerlo?
Recordemos que "tenemos un Dios cuyo oído no está cerrado a nuestras peticiones, y si probamos su palabra, él honrará nuestra fe. El quiere que entretejamos todos nuestros intereses con los suyos, y luego podrá bendecimos sin peligro, porque entonces no nos apoderaremos de la gloria cuando seamos bendecidos, sino que le daremos toda la alabanza a Dios. Dios no siempre contesta nuestras oraciones la primera vez que acudimos a él, porque si lo hiciera así, nosotros daríamos por sentado que tenemos derecho a todas las, bendiciones y favores que él derrama sobre nosotros. En lugar de escudriñar nuestros corazones para ver si abrigábamos algún mal, si accedíamos al pecado, nos tornaríamos descuidados y dejaríamos de comprender nuestra dependencia de él... " Dios nos Cuida Página 112
La clave se halla en la dependencia. Eliezer y Abraham pusieron todo en manos de Dios. Tanto el comienzo como el final exitoso del viaje dependían por entero de la dirección divina.
Es como cuando emprendemos un viaje en avión. Nos subimos y nos relajamos confiando en la capacidad del  piloto. Ponemos todo en sus manos, confiando en que sabe lo que hace; de lo contrario no subiríamos. 
El resultado de su encuentro llevó al criado a la adoración: ”y me incliné y adoré a Jehová, Dios de mi señor Abraham, que me había guiado por camino de verdad…” (vers. 48)
¡Qué maravilloso es ver la obra de Dios y gozarnos en sus resultados!
Pedimos poco tal vez porque esperamos poco. Si tuviésemos la misma sencilla confianza en que Dios hará exactamente como dice en su Palabra, pediríamos con más cosas y con mayor frecuencia. Si lo hacemos para su gloria el resultado seguro será, tal como le pasó a Eliezer, maravillarnos de la respuesta del Señor.
¿No quieres esta mañana (o a cualquier hora del día), pedir al Señor tener un "buen encuentro"?