martes, 7 de septiembre de 2010

VICTORIA SOBRE EL YO

Milón de Crotona fue un célebre atleta griego de la antigüedad que destacó en la lucha, y que en los Juegos Olímpicos ganó 32 veces el premio. Se cuenta que cierto día llevó un ternerito recién nacido sobre sus espaldas dando la vuelta al estadio con el; y repitió ese hecho cada día, hasta que el animal tuvo cuatro años. Lo echó nuevamente sobre sus espaldas, recorriendo con esta carga unos 120 pasos, y lo mató luego de un puñetazo.
Semejante hazaña, si era cierta, se debía a que su esfuerzo fue constante y progresivo. Otra hubiera sido la historia si hubiese comenzado con un buey adulto. En nuestra lucha contra el mal vale el mismo principio.
Si bien la muerte de Cristo abrió la victoria contra el pecado, la aplicación de los méritos de su victoria a nuestra vida es un asunto diario, una lucha de todos los días que acabará recién cuando el Señor venga. No habrá descanso, porque nuestros enemigos jamás duermen.
En la entrada anterior decía que tenemos que luchar contra nosotros mismos (la carne), contra el mundo y contra el Diablo, pero que en primer lugar debemos vencernos a nosotros mismos. ¿Por qué vencer al yo tiene tan alta prioridad?
Consideremos esta cita: "Debemos dar a Dios todo el corazón o, de otra manera, el cambio que se ha de efectuar en nosotros, y por el cual hemos de ser transformados conforme a su semejanza, jamás se realizará... La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás hayamos tenido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios". El Camino a Cristo pag. 43
¡No hay otra batalla mayor!
Esto es por que "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" Jeremías 17:9
Jesús enseñó también que tenemos que cuidarnos más de lo interno que de lo exterrno. En cierta ocasión en que los discípulos comían sin el lavamiento ceremonial de las manos, los fariseos objetaron al Señor esa conducta. El les respondió que tenía prioridad lo de adentro, "porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre". Marcos 7:21-23
No necesitamos buscar otro a quien echarle la culpa por nuestros males. Debemos comenzar por reconocer humildemente que "toda cabeza está enferma y todo corazón doliente" (Isaías 1:5); que en lugar de hacer lo bueno, tendemos al mal en cada una de nuestras acciones como resultado de una naturaleza degenerada por el pecado. Esto no significa rebajarse o desmerecerse, es simple y pura honestidad en quienes aceptamos como verdadera la luz de la Palabra de Dios.
El fermento del pecado comienza entonces en el interior de nuestro ser. Su poder reside en que "cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte". Santiago 1:14,15
¡Tremenda batalla nos espera! En comparación, cualquier otra resulta sencilla de luchar. 
Pelear contra nosotros mismos es como combatir contra nuestra sombra. Cada golpe que lanzamos choca contra nuestros puños sin causar más daño que el que nos infligimos. Por más que nos esforcemos, que tiremos nuestro más poderosos golpes o aunque nos movamos con la velocidad del rayo, no podemos derrotarla. Es un ejercicio completamente inútil.
¿Cómo podemos triunfar contra tan poderoso adversario, que para peor, está dentro nuestro?
Si bien resulta paradójico, triunfamos cuando nos rendimos. En la historia de la lucha de Jacob contra el Ángel del Señor (aquí era Cristo mismo), encontramos un modelo de victoria contra el yo.
Durante toda su vida, el mañoso patriarca había engañado y manipulado, había mentido y se había esforzado en mejorar su situación por medio de sus propios esfuerzos. Sus ardides únicamente le habían traído desarraigo, desgracia y sufrimiento.
Al volver a su hogar, la gratitud por las bendiciones de Dios se mezclaban con los recuerdos de sus faltas y pecados. Deseaba tener la seguridad de contar con la bendición divina. Quería saber que sus pecados habían sdo perdonados. Le angustiaba además el enfrentamiento con su rencoroso hermano.
"Y se levantó aquella noche... y pasó el vado de Jaboc... Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido". Génesis 32:22-28
No fue sino hasta que desistió de luchar con sus propias fuerzas y se abrazó suplicante a los pies del Señor, que llegó a ser un vencedor. Las heridas de esa lucha llegaron a ser su mayor bendición, porque testificaban de su victoria  ¡Qué ejemplo para nosotros!
El secreto de la victoria no es ningún secreto. Consiste en renunciar diariamente al yo, escondiéndolo en nuestro poderoso Salvador.
Caigamos cada día a los pies de Jesús, y aferrándonos de él, digamos con todo nuestro ser y en plena certidumbre de fe: "no te dejaré si no me bendices".