“He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por
lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el
Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos
los que aman su venida“. 2ª Timoteo 4:7,8
¡Qué
hermosa conclusión para una vida de completa fidelidad son estas
palabras de Pablo!
Es admirable la fe y la seguridad que transmiten. El
fiel siervo de Dios no tiene ninguna duda de que le esperaba una corona;
corona que no recibiría por sus buenas obras, sino solamente por la fe
en Cristo.
Durante
su encarcelamiento final en Roma, con la certeza de que le esperaba la espada del verdugo y hallándose ante las puertas de la muerte, dirige
esta tierna epístola a su hijo amado Timoteo a fin de asegurarse de que
siguiera siendo fiel en su ministerio pastoral. Le da maravillosos
consejos, junto a una serie de encargos y saludos personales que nos
abren una ventana a la vida de la iglesia del primer siglo.
Entre las menciones que hace Pablo de sus amigos y colaboradores, se encuentran dos notas tristes:
Se lamenta “porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica”. 2ª Timoteo 4:10
Siempre
hemos considerado la iglesia de los tiempos apostólicos como la iglesia
perfecta; la iglesia fiel, fervorosa y firme hasta la muerte, simbolizada por el
caballo blanco que “salió venciendo y para vencer”. Sin embargo, los primeros cristianos no estuvieron libres de conflictos internos, divisiones, luchas por el poder y apostasía.
Demas
había sido activo en el trabajo misionero, pero cedió ante el atractivo
de una vida más cómoda, libre los peligros del radical compromiso que
demanda el evangelio; se marchó entonces, abandonando a Pablo a su
suerte. Pasó así a la historia bíblica como símbolo de los que prefieren
el mundo y sus atractivos a pelear las batallas del Señor.
Pero vemos que no fue el único. Consigna también que “en mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta”. 2ª Timoteo 4:16
Luego
de la feroz caza de cristianos instigada por Nerón, no habría sido cosa
fácil declararse cristiano. Mucho menos presentarse como simpatizante o
colaborador de un preso del calibre de Pablo. Les iba la vida en ello,
así que no seamos ligeros para condenar su cobardía.
Pero la rudeza del conflicto no es excusa para retirarse.
Aunque el enemigo sea poderoso, tenemos un Salvador maravilloso que ha recibido “toda potestad... en el cielo y en la tierra” (Mateo
28:18) y la coloca a nuestra disposición. Tenemos sus promesas de
socorro en la dificultad y la presencia de ángeles poderosos en
fortaleza para ayudarnos. Podemos además disponer del ilimitado poder
del Espíritu Santo a fin de testificar efectivamente. Se nos han
colocado delante los más extraordinarios incentivos para la victoria
¿Qué más podríamos pedir?
La cita siguiente nos muestra la forma de encontrar ánimo y valor para la lucha cotidiana: “Si
permitimos que nuestra mente se espacie más en Cristo y en el mundo
celestial, encontraremos un poderoso estímulo y un sostén para luchar
las batallas del Señor. El orgullo y el amor del mundo perderán su poder
mientras contemplamos las glorias de aquella tierra mejor que tan
pronto ha de ser nuestro hogar. Frente a la hermosura de Cristo, todas
las atracciones terrenales parecerán de poco valor” (La Edificación del Carácter, pág. 120).
Nuestra
parte consiste en apropiarnos de la fe, las promesas y el poder; en
fijar los ojos en nuestro Salvador y perdernos en su contemplación.
Abandonar la corriente impetuosa y fétida del mundo para gozar del
remanso de la presencia de Jesús en nuestra vida.
Al finalizar este año, ¿cuál será tu registro?
¿Será como el de Pablo; triunfante y feliz?
¿O será como el de Demas, que amó más al mundo que a su Señor?
En
el texto inicial se nos asegura que la corona no estaba reservada solo
para Pablo, sino para todos aquellos que permanecen fieles, que aman y
esperan con gozo la venida de nuestro Señor Jesucristo. Podemos estar
incluídos tu y yo también, a menos que, como el infiel Demas, nos
volvamos atrás.
Culmino
aquí con una cita que fue la primera que registré en mi blog hace casi
tres años, pero que no ha perdido en nada su candente actualidad:
“Cuando
la religión de Cristo sea más despreciada, cuando su ley sea más
menoscabada, entonces deberá ser más ardiente nuestro celo, y nuestro
valor y firmeza más inquebrantables. El permanecer de pie en defensa de
la verdad y Injusticia cuando la mayoría nos abandone, el pelear las
batallas del Señor cuando los campeones sean pocos, ésta será nuestra
prueba. En este tiempo, debemos obtener calor de la frialdad de los
demás, valor de su cobardía, y lealtad de su traición” 2JT 31 (1882).
Que el Señor les conceda en su gracia un bendecido y victorioso año nuevo.
Que el Señor les conceda en su gracia un bendecido y victorioso año nuevo.