“Jesús  le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que  no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en  presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.  Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el  Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Juan 20:29-31)
En  el caso de Tomás, se había impuesto una condición para creer. Su  orgullo no podía soportar que otros hubieran visto al Señor resucitado y  él no. Por lo tanto, decidió depender de evidencias que él mismo  condicionó. Jesús tuvo compasión de su pobre discípulo y se reveló  nuevamente, pero no dejó pasar la oportunidad para reprochar la  incredulidad de éste. 
El suave reproche del Maestro nos debería alcanzar a nosotros, puesto que también se nos pueden aplicar estas palabras: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” (Juan 4:48).
La fe no se debería basar en otro incentivo que el emanado de la autoridad de la Palabra de Dios. Esto debería ser suficiente.
El  mismo hecho de que alguien necesite evidencia sobrenatural para cambiar  su actitud, habla a las claras de una experiencia espiritual  deficiente. No obstante, nuestro Señor que conoce nuestra condición,  sabe lo que necesitamos. Las señales también fueron dadas para  fortalecer nuestra débil fe e impulsarnos a la acción. 
Él  no quiere que nos desalentemos y ha puesto indicadores, huellas de su  transitar en la historia para que no digamos como el antiguo Israel  cuando era llevado al exilio: “No  vemos ya nuestras señales; No hay más profeta, Ni entre nosotros hay  quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el  angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?” (Salmos 74:9,10)
No necesitamos las señales para tener fe. Debemos tener fe para interpretar las señales. 
Las  credenciales del ministerio apostólico (prodigios, sanidades y el don  de lenguas, por ejemplo), fueron en su momento muy significativas y se  constituyeron en herramientas poderosas de la evangelización de un mundo  no tecnificado. 
Con  dolor digo lo que sigue: las señales que seguirían a los creyentes han  sido pervertidas por Satanás y se convirtieron en medios publicitarios o  simple exaltación propia. El don de lenguas, los milagros y las  profecías se utilizan para llamar la atención no hacia Dios sino hacia  el hombre. La consigna parece ser: “¡Vengan, pasen a ver lo que yo hago!” cual si fuera un circo. Se ensalza al predicador que tiene el “poder”, los hombres corren a él  y Dios es olvidado, o relegado a segundo plano. 
Muy  diferente fue la actitud de Cristo, quién después de cada milagro decía  a los beneficiados que no se lo dijeran a nadie. Esta falsificación  satánica de los dones del Espíritu es muy corriente y tiende a  desmerecer sus verdaderas manifestaciones, que las hay, y muchas. 
Son nada menos que el cumplimiento de la profecía sobre el avance del espiritismo: “Y  vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca  del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son  espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra  en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del  Dios Todopoderoso”. (Apocalipsis 16:13,14)
Las  señales que predicen su venida, por otra parte, han estado activas  desde hace varios siglos y pueden ser rastreadas fácilmente en la  historia, tales como el día oscuro, la luna que se puso roja como sangre  o la caída de las estrellas (ver Mateo 24:29). 
Otras,  las podemos ver delante de nuestros ojos: la degradación moral siempre  creciente, la agitación política, las desigualdades sociales, el  deterioro de la naturaleza, el aumento del crimen y la maldad, los cada  vez más frecuentes y destructivos desastres naturales, el hambre y las  pestes que golpean a una generación orgullosa de su progreso, pero que  nada puede hacer para detenerlos.  
Finalmente,  algunas señales apuntan al futuro. Nos hablan del triunfo final de la  causa de Dios. Triunfo que será precedido por la acción desesperada de  las fuerzas del mal. 
Por eso debemos ser precavidos, como lo advierte la siguiente cita de sorprendente actualidad: “Quien  haga de la operación de milagros la prueba de su fe, encontrará que  Satanás puede, mediante una variedad de engaños, realizar maravillas que  pasarán por milagros genuinos. . . Satanás es un obrero astuto, e  introducirá engaños sutiles a fin de oscurecer y confundir la mente y  desarraigar las doctrinas de la salvación. Aquellos que no acepten la  Palabra de Dios literalmente, caerán en esa trampa. Habrá enfermos que  sanarán delante de nosotros. Se realizarán milagros ante nuestra vista. 
¿Estamos  preparados para la prueba que nos aguarda cuando se manifiesten más  plenamente los milagros mentirosos de Satanás? ¿No serán entrampadas y  apresadas muchas almas? Al apartarse de los claros preceptos y  mandamientos de Dios, y al prestar oído a las fábulas, la mente de  muchos se está preparando para aceptar estos prodigios mentirosos. Todos  debemos procurar armarnos ahora para la contienda en la cual pronto  deberemos empeñarnos. La fe en la Palabra de Dios, estudiada con oración  y puesta en práctica, será nuestro escudo contra el poder de Satanás y  nos hará vencedores por la sangre de Cristo”. ¡Maranata: El Señor Viene! Página 154
¿Cómo  podremos distinguir los milagros mentirosos? Cristo nos dio su Palabra  como defensa contra el enemigo. Hagamos de ella nuestra guía para no ser  extraviados. 
En las próximas entradas veremos cómo resistir a las falsas señales y cómo reconocer las verdaderas señales de su venida. 

 
