sábado, 26 de marzo de 2011

SEÑALES III

“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Juan 20:29-31)
En el caso de Tomás, se había impuesto una condición para creer. Su orgullo no podía soportar que otros hubieran visto al Señor resucitado y él no. Por lo tanto, decidió depender de evidencias que él mismo condicionó. Jesús tuvo compasión de su pobre discípulo y se reveló nuevamente, pero no dejó pasar la oportunidad para reprochar la incredulidad de éste.
El suave reproche del Maestro nos debería alcanzar a nosotros, puesto que también se nos pueden aplicar estas palabras: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” (Juan 4:48).
La fe no se debería basar en otro incentivo que el emanado de la autoridad de la Palabra de Dios. Esto debería ser suficiente.
El mismo hecho de que alguien necesite evidencia sobrenatural para cambiar su actitud, habla a las claras de una experiencia espiritual deficiente. No obstante, nuestro Señor que conoce nuestra condición, sabe lo que necesitamos. Las señales también fueron dadas para fortalecer nuestra débil fe e impulsarnos a la acción.
Él no quiere que nos desalentemos y ha puesto indicadores, huellas de su transitar en la historia para que no digamos como el antiguo Israel cuando era llevado al exilio: “No vemos ya nuestras señales; No hay más profeta, Ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?” (Salmos 74:9,10)
No necesitamos las señales para tener fe. Debemos tener fe para interpretar las señales.
Las credenciales del ministerio apostólico (prodigios, sanidades y el don de lenguas, por ejemplo), fueron en su momento muy significativas y se constituyeron en herramientas poderosas de la evangelización de un mundo no tecnificado.
Con dolor digo lo que sigue: las señales que seguirían a los creyentes han sido pervertidas por Satanás y se convirtieron en medios publicitarios o simple exaltación propia. El don de lenguas, los milagros y las profecías se utilizan para llamar la atención no hacia Dios sino hacia el hombre. La consigna parece ser: “¡Vengan, pasen a ver lo que yo hago!” cual si fuera un circo. Se ensalza al predicador que tiene el “poder”, los hombres corren a él  y Dios es olvidado, o relegado a segundo plano.
Muy diferente fue la actitud de Cristo, quién después de cada milagro decía a los beneficiados que no se lo dijeran a nadie. Esta falsificación satánica de los dones del Espíritu es muy corriente y tiende a desmerecer sus verdaderas manifestaciones, que las hay, y muchas.
Son nada menos que el cumplimiento de la profecía sobre el avance del espiritismo: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso”. (Apocalipsis 16:13,14)
Las señales que predicen su venida, por otra parte, han estado activas desde hace varios siglos y pueden ser rastreadas fácilmente en la historia, tales como el día oscuro, la luna que se puso roja como sangre o la caída de las estrellas (ver Mateo 24:29).
Otras, las podemos ver delante de nuestros ojos: la degradación moral siempre creciente, la agitación política, las desigualdades sociales, el deterioro de la naturaleza, el aumento del crimen y la maldad, los cada vez más frecuentes y destructivos desastres naturales, el hambre y las pestes que golpean a una generación orgullosa de su progreso, pero que nada puede hacer para detenerlos.  
Finalmente, algunas señales apuntan al futuro. Nos hablan del triunfo final de la causa de Dios. Triunfo que será precedido por la acción desesperada de las fuerzas del mal.
Por eso debemos ser precavidos, como lo advierte la siguiente cita de sorprendente actualidad: “Quien haga de la operación de milagros la prueba de su fe, encontrará que Satanás puede, mediante una variedad de engaños, realizar maravillas que pasarán por milagros genuinos. . . Satanás es un obrero astuto, e introducirá engaños sutiles a fin de oscurecer y confundir la mente y desarraigar las doctrinas de la salvación. Aquellos que no acepten la Palabra de Dios literalmente, caerán en esa trampa. Habrá enfermos que sanarán delante de nosotros. Se realizarán milagros ante nuestra vista.
¿Estamos preparados para la prueba que nos aguarda cuando se manifiesten más plenamente los milagros mentirosos de Satanás? ¿No serán entrampadas y apresadas muchas almas? Al apartarse de los claros preceptos y mandamientos de Dios, y al prestar oído a las fábulas, la mente de muchos se está preparando para aceptar estos prodigios mentirosos. Todos debemos procurar armarnos ahora para la contienda en la cual pronto deberemos empeñarnos. La fe en la Palabra de Dios, estudiada con oración  y puesta en práctica, será nuestro escudo contra el poder de Satanás y nos hará vencedores por la sangre de Cristo”. ¡Maranata: El Señor Viene! Página 154
¿Cómo podremos distinguir los milagros mentirosos? Cristo nos dio su Palabra como defensa contra el enemigo. Hagamos de ella nuestra guía para no ser extraviados.
En las próximas entradas veremos cómo resistir a las falsas señales y cómo reconocer las verdaderas señales de su venida.