jueves, 8 de diciembre de 2011

CUATRO MENSAJES DE AYER PARA HOY

“En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh... siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos.” Hageo 2:23
Revisando antiguas fotografías familiares, me puse a pensar en aquellas imágenes viejas y descoloridas; aunque añejas, todavía tienen un mensaje de plena actualidad para dar. 
Lo mismo sucede con las palabras de la Biblia, y de manera especial, con los mensajes de los profetas del Antiguo Testamento. 
El profeta Hageo (o Ageo) vivió en una época difícil para el pueblo de Israel. Después de haber sido liberados del cautivierio, los israelitas comenzaron a edificar un nuevo templo, pero se desanimaron y abandonaron la tarea. 
Cuando dejaron de trabajar en la casa de Dios y dedicaron su atención a sus propias casas y tierras, el Señor los castigó con una sequía e hizo fracasar todos sus planes. Durante más de un año fue descuidada completamente la reconstrucción del templo. Dios envía entonces a Zacarías y Hageo para animar a Zorobabel y al sacerdote Josué a que terminen la tarea.
Hageo, al parecer ya anciano, escribió cuatro mensajes penetrantes conteniendo reproches mezclados con palabras de aliento, que fueron relevantes para aquella generación. Pero también revisten una gran importancia para nosotros, el pueblo de Dios de la actualidad.
 l. El primer mensaje de Hageo, 1: 1-15.
Se reprende la indiferencia del pueblo: “¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto” (vs. 4-6).
Cada vez que descuidamos la tarea que nos encomendó el Señor para buscar nuestra propia prosperidad, su obra sufre retraso y perecen las almas de aquellos que dejamos de atender. 
Las consecuencias nunca dejarán de manifestarse; esa actitud siempre resultará en aridez espiritual y en una escasa cosecha de almas para su reino. Por ello el profeta agrega: “Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos” (vs. 10).
¿Estaremos acaso deteniendo la abundante y necesaria lluvia tardía de su Espíritu con nuestra actitud?
Lo bueno del asunto es que la reacción del pueblo frente al mensaje del profeta, que se deja ver en los versículos 12-15, fue altamente positiva: “Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios” (vs. 14).
II. El segundo mensaje de Hageo, 2: 1-9.
A los que lloraban la gloria del templo anterior, les dirige el siguiente mensaje: “¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos? Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos”.
No debemos ser de los que dicen que todo tiempo pasado fue mejor, ni lamentar que nuestras labores parezcan modestas o pobres en comparación con los milagros y maravillas mencionadas en las Escrituras. Lo espectacular no garantiza la presencia del Señor, sino un espíritu manso y humilde dispuesto a ser enseñado. Cuando nos damos de tal modo a su causa, lo que parecían pequeños comienzos se revelarán luego en grandes y rápidos progresos para su gloria. Así lo prometió a Zorobabel, que la magnificencia del nuevo templo sobrepasaría a la del templo anterior: “y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos” (2:7-9).
Cristo mismo vendría y santificaría ese templo con su presencia. Nada le daría más brillo, nada sería de mayor importancia, ni podría otorgarle esa clase de paz que solo Cristo da. Lo mismo puede decirse de nuestra vida y del templo de nuestro cuerpo.
III. El tercer mensaje de Hageo, 2: 10-19.
El profeta se concentra aquí en las condiciones para obtener la bendición prometida.
No alcanza con muestras de formalismo religioso, ni con un simple asentimiento intelectual para alcanzarla, es necesaria la obediencia a toda voluntad revelada por Dios: “Y respondió Hageo y dijo: Así es este pueblo y esta gente delante de mí, dice Jehová; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo” (vs. 14).        
El pueblo ofrecía sacrificios, presentaba ofrendas, traía sus diezmos; pero nada de esto era suficiente porque sus motivaciones eran incorrectas. Sus esfuerzos, lejos de agradar al Señor, le resultaban abominables. Y todavía sigue siendo así; porque, aunque Dios disculpa la ignorancia sincera, no hace lo mismo con la ignorancia voluntaria. Es necesario recordar que no basta con conocer la voluntad divina; debemos obedecerla a fin de recibir sus bendiciones.
Se nos llama a examinar nuestros pasos y nuestras más íntimas motivaciones y se nos ofrece también la promesa: “Meditad, pues, en vuestro corazón, desde este día en adelante... meditad, pues, en vuestro corazón. ¿No está aún la simiente en el granero? Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo ha florecido todavía; mas desde este día os bendeciré” (vss. 18,19).
¡Maravilloso Dios tenemos, que no retiene sus bendiciones a los que le buscan con sinceridad!
IV. El cuarto mensaje de Hageo, 2: 20-23.
El libro cierra con un mensaje de esperanza. Cuando cumplimos la voluntad de Dios, él se encarga de los resultados y de eliminar toda oposición:“Habla a Zorobabel gobernador de Judá, diciendo: Yo haré temblar los cielos y la tierra; y trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; trastornaré los carros y los que en ellos suben, y vendrán abajo los caballos y sus jinetes, cada cual por la espada de su hermano” (vss. 21,22).
Nuestro enemigo, el Diablo, es un enemigo vencido. Todas sus fuerzas reunidas, sean angélicas o humanas, nunca podrán atravesar la protección de los ángeles que nos cuidan. 
El libro culmina con una promesa personal a Zorobabel, que también fue registrada para nosotros “En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh... siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos.” (vs.23).
¡Qué hermosa promesa! El "Deseado de todas las Gentes" vendrá. Está allí plenamente disponible para los que hacen de Dios lo primero, lo último y lo mejor de sus vidas.