lunes, 27 de diciembre de 2010

VUESTRA SOY, PARA VOS NACÍ

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
  Teresa de Jesús

TIEMPO DE LLORAR

"Así ha dicho Jehová: Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron. Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra". Jeremías 31:15-17
En los difíciles días del profeta Jeremías, cuando el pueblo de Israel era llevado al cautiverio por los babilonios, aparece este cuadro simbólico de llanto y consolación: "Se presenta a Raquel como si fuera testigo de la angustia experimentada por sus descendientes y como si llorara amargamente por sus hijos. Mateo, inspirado por el Espíritu Santo, aplicó el cumplimiento de este pasaje a la matanza de los niños de Belén ordenada por Herodes". (Comentario Bíblico Adventista sobre Jeremías 31 ed. electrónica)
Nuevamente, en tono poético, Jeremías se expresa así en sus Lamentaciones: "Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos fluyen aguas, Porque se alejó de mí el consolador que dé reposo a mi alma; Mis hijos son destruidos, porque el enemigo prevaleció". Lamentaciones 1:16
Uno no debería llorar por sus hijos...¿verdad?
Pero lo cierto es que con triste frecuencia, como la Raquel simbólica, lloramos por nuestros hijos. 
Me ha tocado la indeseable experiencia de sepultar mi primer hijo varón. Falleció al día siguiente de haber nacido y tuve que cargar su féretro yo solo. Lo hice llorando la pérdida, pero esperando por fe el momento de la resurrección, cuando podré tenerlo en mis brazos por primera vez.
Además:
  • Lloramos cuando ellos ceden al mal, cuando olvidan su fe y abandonan la iglesia, cuando rechazan los valores de sus padres, cuando la atracción del mundo pesa más sobre ellos que el amor de Dios. Y no hablo solamente de los hijos biológicos, porque cada nuevo creyente y cada niño que nace en el pueblo de Dios es hijo nuestro. Aquellos que deberían ser nuestra fuente de alegría a veces nos traen infinito dolor al ver que el enemigo los destruye, sin que podamos hacer mucho por ellos.
  • Lloramos por los niños que nacen sin un verdadero hogar, una verdadera familia o sin la garantía de ser amados y cuidados por padres cristianos. Nos lamentamos amargamente por los jóvenes encandilados por las luminarias de la vanidad y el placer temporal.
  • También lloramos por aquellos que la iglesia misma arrojó en brazos del mundo por no reflejar el amante carácter de Jesús. Innumerables jóvenes han emprendido el camino del hijo pródigo para luego regresar con vidas haraposas por haber servido al pecado. Muchos otros (¡demasiados!), no regresan jamás al hogar ni a la fe de sus padres.
  • Además derramamos lágrimas por los niños espirituales, los nuevos creyentes, cuando son desalentados por las palabras y actitudes de quienes debieran haberlos estimulado en su reciente fe. 
Pero es tiempo de que dejemos de llorar la angustia de lo aparentemente irremediable; o al menos de que lloremos por una causa diferente.
En este mundo de pecado, "todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora...[hay] tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar." Eclesiastés 3:1 y 4
Podemos aferrarnos por fe a la promesa de que nuestros hijos "volverán de la tierra del enemigo". El Señor prometió su ayuda a cada madre y padre creyentes para rescatar a sus hijos y no fallará. Aunque las apariencias nos digan otra cosa, reclamemos con fe esta maravillosa promesa, porque "salario hay para tu trabajo".
Aunque es una actitud aparentemente egoísta, la Biblia nos invita a llorar por nosotros mismos, en vez de hacerlo por otros.
Ha llegado el tiempo de asumir una tristeza que no es según la carne, sino según Dios para arrepentimiento y conversión.
La tristeza del reconocimiento de nuestros propios pecados, de nuestra falta de fe y consagración, de nuestro descuido, de nuestro amor al mundo, del orgullo y el egoísmo que todavía anidan en nuestros corazones. Es la única tristeza que será seguida de gozo inacabable.
Para ello, tenemos que mirar a Jesús. Nuestros ojos deben derramar lágrimas por el dolor que hemos causado a Aquel que dio su vida por nosotros. Debemos buscar, mediante el arrepentimiento y la confesión sincera, la gracia prometida en la figura de la lluvia tardía.
Solamente mirando la belleza del carácter de Cristo reflejada en su palabra y mediante ferviente oración llenaremos las condiciones de la promesa: "Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito". Zacarías 12:10
Cuando esto suceda, las frescas corrientes del Espíritu renovarán la tierra estéril, revivirán los huesos secos y harán que el desierto de muchas vidas florezca en vidas cambiadas.
"De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo... También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo". Juan 16:20-22
La segura promesa divina es que pronto: "[secará] Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron". Apocalipsis 21:4
Es hoy tiempo de llorar...
Llora conmigo.