lunes, 23 de marzo de 2009

Las dos liebres

Hay una fábula de Iriarte acerca de dos liebres que chocaron en un camino.
En la narración, la primera liebre pregunta la razón de su apuro a la segunda, y ésta contesta que estaba siendo perseguida por galgos, a lo cual la otra contesta que no eran galgos sino lebreles, provocando la discusión entre ambas sobre cuál era la raza de aquellos canes que se aproximaban.
En tanto que ellas discutían, los perros las alcanzaron y devoraron a las dos.
Muchos de nuestros debates religiosos se parecen a los de estas dos liebres de la fábula.
Discutimos sobre lo accesorio y olvidamos lo escencial
Podemos asemejarnos a los teólogos bizantinos que discutían si las alas de los ángeles tenían plumas o si Adán tenía ombligo, mientras el ejército turco asaltaba sus murallas.
¿Cómo evitar caer en lo mismo?
En primer lugar, mirar hacia adentro y ser críticos implacables de nosotros mismos. Simultáneamente, buscar la dirección de Dios, sin olvidar que el otro puede tener razón.
Debemos ser cautelosos de nuestra posicion. Las posturas teológicas y la interpretación profética tienen el grave defecto, bastante frecuente, de ser aplastadas e invalidadas por la realidad.
Recordemos las posturas teológicas y la interpretación profética de los fariseos, de los saduceos, y aún de los mismos discípulos, que Jesús mismo reprochó en más de una oportunidad.
Los discípulos, por ejemplo, creyeron hasta el fin del ministerio del Salvador en un reinado terrenal de Cristo, creyeron largo tiempo después, que los gentiles no eran merecedores de la salvación e incluso, como Pedro, que debían defender por la fuerza de las armas a su Maestro
¡Qué lejos estaban de la verdad que el Señor mismo les había enseñado!
La Biblia aconseja lo siguiente: "si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados". 1 Corintios 11:31
Señalo algunas consecuencias de olvidar este consejo:
1- La crítica. Los críticos siempre saben lo que el otro hace mal y cómo debería hacerlo bien, pero casi nunca lo que deberían corregir en sí mismos.
2- El egocentrismo. Generar polémica es generalmente una forma de llamar la atención sobre uno mismo, lo que, tristemente deja al Espíritu de Cristo al margen de la discusión.
3- Las contiendas. Por lo general somos remisos a cambiar de parecer; ni qué decir, a aceptar que nos corrijan cuando estamos en el error. Defendemos con fiereza el castillo de nuestra propia opinión, aunque esto implique destrozar al oponente.
4- Divisiones, fruto de corazones heridos, más que de desacuerdos doctrinales.
En la iglesia adventista, hay, (aunque no siempre) bastante equilibrio en las posiciones y respeto hacia el otro; creemos en la libertad de expresión, pero también personalmente creo que es necesario tomar posición sobre algunos asuntos:
  • ¿Puedo decir lo que quiera en la iglesia, sin tener en cuenta cómo les afectará a los demás?
  • ¿Qué actitudes son aceptables como libre expresión y cuáles no deberían permitirse en pos de la unidad y de la integridad del mensaje adventista?
  • ¿Hay temas que deben evitarse o al menos posponerse?
  • ¿Quiénes tienen autoridad para decidir esto?
Éstas y otras preguntas podrían servir de base para evitar que nos desgastemos en debates estériles y no tengamos tiempo, ni fuerzas, ni (lo que es peor) autoridad, para alcanzar con el mensaje divino de salvación para este tiempo a un mundo que perece en el pecado.
Recuerden lo que dice la escritura:
Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?
1 Corintios 14:8