miércoles, 4 de abril de 2012

RECORDACIÓN, CELEBRACIÓN Y ANTICIPO II

“Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios”. Apocalipsis 19:9
Casamientos, celebraciones, cumpleaños, aniversarios, bautismos, inauguraciones...
En todas estas ocasiones el denominador común es el festejo, la alegría, el gozo. Y todas son seguidas (casi invariablemente) de una abundante comida.
A todos nos gusta celebrar, reunirnos y comer bien. Por ello, la recordación de la cena pascual fue colocada por Dios como una ocasión de reunir a la familia y comer juntos en un ambiente signado por la felicidad.
Pero, en aquella Pascua en particular, Jesús estaba con ánimo triste. No solamente por la cercanía de su muerte, sino por las desavenencias entre sus discípulos. El deseo de grandeza mundanal, el orgullo, el egoísmo, la vanidad, ocupaban todavía mucho espacio en sus corazones.
Fue así que el Salvador realizó una acción destinada a borrar esos malos sentimientos.
Quizás la ausencia del siervo que lavara los pies fue deliberada, para que la lección fuera más eficaz. El hecho es que los apóstoles se quedaron mirando unos a otros, algo molestos, pero sin tomar la iniciativa y sin la menor intención de ocupar el lugar de sirvientes.
Entonces Jesús “se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza”. Juan 13:4-9
El lavamiento se alza aquí como un faro para alumbrar una gran verdad espiritual.
Esta es una figura recurrente en la Biblia; que indica que necesitamos:
  • Limpieza del pecado: “Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron”. Jeremías 33:8
  • Limpieza de la idolatría: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Ezequiel 36:25
  • Limpieza para ser su pueblo: “Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios”. Ezequiel 37:23
Para poder participar de su reino hace falta mas que pulcritud física; resulta indispensable la limpieza del corazón. El cielo es para aquellos que han sido purificados mediante la sangre preciosa de Cristo Jesús.
Aquel lavamiento realizado por Cristo era necesario para que pudieran estar listos para lo que seguía. Cuando Pedro vio lo que Jesús estaba haciendo, deseó una limpieza mayor y más profunda porque estaba consciente de su pecaminosidad, su impotencia y su necesidad de la gracia divina. Y esa actitud es precisamente la que el Señor buscaba, porque es la condición necesaria para alcanzar el perdón.
No obstante, la comprensión de la magnitud del acto de Cristo sería algo que llegaría con el tiempo. No la entendieron plenamente en ese momento, por lo que les aclaró cual era el propósito de su humillante servicio: “Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (vers. 12-15).
De esta forma, el rito de la humildad quedó para siempre incorporado a la celebración de la Cena del Señor. A fin de celebrar debidamente, es necesario estar limpios de toda contaminación de pecado.
Para ello, es necesaria una preparación previa. La reconciliación se vuelve entonces obligatoria. Toda división entre hermanos debe ser dejada de lado, toda disputa zanjada y todo mal perdonado. El amor fraternal debe reinar supremo entre los creyentes.
Solo corazones quebrantados y contritos son dignos de participar de los emblemas de su cuerpo y sangre. Únicamente quienes comprenden el amor manifestado en su sacrificio y están dispuestos a entregarle todo, pueden comer del pan y del vino sin fermento. Los que abrigan algún pecado en su corazón, no están en condiciones de participar.
El lavamiento de los pies es un adecuado símbolo de la obra de la gracia que cubre todas nuestras faltas; el acto de limpiar los pies purifica también el corazón.
Y cuando el corazón está limpio, se convierte en un canal adecuado para el gozo que da la morada del Espíritu en nosotros, para alegrarnos en la seguridad de la victoria y para entonar la más genuina alabanza.
Como afirmé en la entrada anterior, recordar nos obliga a olvidar; en tanto que celebrar la victoria de Jesús sobre el pecado, nos obliga a estar limpios. Y no es necesario esperar a una Santa Cena para ello. Hoy mismo se encuentra disponible esa bendición.
Los que recibimos por fe los beneficios de su sacrificio, debemos eterna gratitud a “Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. Apocalipsis 1:5
¿Por qué no alabarle ahora mismo?