miércoles, 30 de marzo de 2011

SEÑALES IV

“Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?”. (Isaías 42:18-20)
Este texto siempre me inquietó. Porque no reprocha la disminución de los sentidos, no habla de verdaderos ciegos y sordos; sino de aquellos que teniendo la vista y la audición en condiciones no oyen ni ven las advertencias.
Tal como dice el refrán: ”no hay peor sordo que el que no quiere oír ni peor ciego que el que no quiere ver”.
¿A qué se debe este estado de cosas?
En primer lugar, quiero señalar que constituye una señal de los tiempos; quizá la más significativa para quienes esperamos el pronto regreso de Jesús.
Es la terrible condición del miembro de la iglesia profética de Laodicea, quién creyéndose rico y sin ninguna necesidad,  no sabe que es un “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. (Apocalipsis 3:17)
Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús cuando vendría el reino de Dios que tanto él como Juan el Bautista habían anunciado (ver Lucas 17:20-37), no les dio señales referidas a terremotos, pestes, guerras, conmoción social u otras calamidades. Dirigió la atención a la condición de los hombres en los días de Noé; culminando su exposición con las tristes palabras: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8)
¿Cómo fueron los días previos al diluvio?
“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo... hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. (Mateo 24:37-39)
Insisto en que no fue por falta de advertencias, sino por su incapacidad para responder a ellas que fueron destruidos los antediluvianos. No entendieron las señales externas (la predicación de Noé, la construcción del arca, los animales entrando), ni las señales internas -la condición extraordinariamente pecaminosa de su propio corazón-.
La falta de preparación constituyó para ellos un error fatal. No entendieron la solemnidad de la hora y perecieron en la destrucción.
Pero el mismo error está siendo cometido por la generación actual. Cristo advirtió: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”. (Lucas 21:34)
La intemperancia  es peligrosa.
El exceso de trabajo, aturdirse con las cargas comunes de la vida, abusar de comer y beber, fueron los factores que impidieron una clara percepción de la verdad: “Satanás ve que no puede ejercer tanto poder sobre las mentes cuando el apetito se mantiene bajo control como cuando éste es complacido, por esto él trabaja constantemente para inducir a los seres humanos a la complacencia. Bajo la influencia de los alimentos no saludables, la conciencia está dominada por el estupor, la mente está oscurecida, y su susceptibilidad a las impresiones se halla coartada. Pero la culpa del transgresor no disminuye porque la conciencia ha sido violada hasta que se ha hecho insensible”. Consejos sobre el régimen alimenticio pag. 512
Lo que causó la perdición de los antediluvianos nos amenaza hoy, en esas y otras miles de formas, pues vivimos en una época de alienación.
Frente a la pantalla de una computadora, de un videojuego, del televisor o de otro tipo de dispositivo electrónico moderno, miles pierden contacto con la realidad y se sumergen en el inexistente “mundo virtual”.
Los deportes, la desmedida exigencia laboral, la perversión sexual, los juegos de azar, constituyen otras maneras de intemperancia que desgastan nuestras fuerzas, nos hacen perder el tiempo, tapan nuestros oídos y cargan nuestros ojos de sueño.
Todas estas cosas, algunas de las cuales incluso pueden ser buenas en cierta medida, conspiran contra la influencia convincente del Espíritu divino.
El abuso aún de lo bueno, la búsqueda frenética de placer y la complacencia de los sentidos, adormecen nuestra conciencia y nos hacen perder la fe.
Cierro con esta cita solemne que nos llama decididamente al reavivamiento y la reforma.
“La fe en la pronta venida de Cristo se está desvaneciendo. "Mi Señor se tarda en venir" (Mat. 24:48), es no sólo lo que se dice en el corazón, sino que se expresa en palabras y muy definidamente en las obras. En este tiempo de vigilia, el estupor anubla los sentidos del pueblo de Dios con respecto a las señales de los tiempos. La terrible iniquidad que tanto abunda requiere la mayor diligencia y el testimonio vivo para impedir que el pecado penetre en la iglesia. La fe ha estado disminuyendo en grado temible, y únicamente el ejercicio puede hacerla aumentar”. Joyas de los Testimonios Tomo 1 Páginas 330,331
Pide al Señor que te despierte y pon tu fe en acción.

sábado, 26 de marzo de 2011

SEÑALES III

“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Juan 20:29-31)
En el caso de Tomás, se había impuesto una condición para creer. Su orgullo no podía soportar que otros hubieran visto al Señor resucitado y él no. Por lo tanto, decidió depender de evidencias que él mismo condicionó. Jesús tuvo compasión de su pobre discípulo y se reveló nuevamente, pero no dejó pasar la oportunidad para reprochar la incredulidad de éste.
El suave reproche del Maestro nos debería alcanzar a nosotros, puesto que también se nos pueden aplicar estas palabras: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” (Juan 4:48).
La fe no se debería basar en otro incentivo que el emanado de la autoridad de la Palabra de Dios. Esto debería ser suficiente.
El mismo hecho de que alguien necesite evidencia sobrenatural para cambiar su actitud, habla a las claras de una experiencia espiritual deficiente. No obstante, nuestro Señor que conoce nuestra condición, sabe lo que necesitamos. Las señales también fueron dadas para fortalecer nuestra débil fe e impulsarnos a la acción.
Él no quiere que nos desalentemos y ha puesto indicadores, huellas de su transitar en la historia para que no digamos como el antiguo Israel cuando era llevado al exilio: “No vemos ya nuestras señales; No hay más profeta, Ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?” (Salmos 74:9,10)
No necesitamos las señales para tener fe. Debemos tener fe para interpretar las señales.
Las credenciales del ministerio apostólico (prodigios, sanidades y el don de lenguas, por ejemplo), fueron en su momento muy significativas y se constituyeron en herramientas poderosas de la evangelización de un mundo no tecnificado.
Con dolor digo lo que sigue: las señales que seguirían a los creyentes han sido pervertidas por Satanás y se convirtieron en medios publicitarios o simple exaltación propia. El don de lenguas, los milagros y las profecías se utilizan para llamar la atención no hacia Dios sino hacia el hombre. La consigna parece ser: “¡Vengan, pasen a ver lo que yo hago!” cual si fuera un circo. Se ensalza al predicador que tiene el “poder”, los hombres corren a él  y Dios es olvidado, o relegado a segundo plano.
Muy diferente fue la actitud de Cristo, quién después de cada milagro decía a los beneficiados que no se lo dijeran a nadie. Esta falsificación satánica de los dones del Espíritu es muy corriente y tiende a desmerecer sus verdaderas manifestaciones, que las hay, y muchas.
Son nada menos que el cumplimiento de la profecía sobre el avance del espiritismo: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso”. (Apocalipsis 16:13,14)
Las señales que predicen su venida, por otra parte, han estado activas desde hace varios siglos y pueden ser rastreadas fácilmente en la historia, tales como el día oscuro, la luna que se puso roja como sangre o la caída de las estrellas (ver Mateo 24:29).
Otras, las podemos ver delante de nuestros ojos: la degradación moral siempre creciente, la agitación política, las desigualdades sociales, el deterioro de la naturaleza, el aumento del crimen y la maldad, los cada vez más frecuentes y destructivos desastres naturales, el hambre y las pestes que golpean a una generación orgullosa de su progreso, pero que nada puede hacer para detenerlos.  
Finalmente, algunas señales apuntan al futuro. Nos hablan del triunfo final de la causa de Dios. Triunfo que será precedido por la acción desesperada de las fuerzas del mal.
Por eso debemos ser precavidos, como lo advierte la siguiente cita de sorprendente actualidad: “Quien haga de la operación de milagros la prueba de su fe, encontrará que Satanás puede, mediante una variedad de engaños, realizar maravillas que pasarán por milagros genuinos. . . Satanás es un obrero astuto, e introducirá engaños sutiles a fin de oscurecer y confundir la mente y desarraigar las doctrinas de la salvación. Aquellos que no acepten la Palabra de Dios literalmente, caerán en esa trampa. Habrá enfermos que sanarán delante de nosotros. Se realizarán milagros ante nuestra vista.
¿Estamos preparados para la prueba que nos aguarda cuando se manifiesten más plenamente los milagros mentirosos de Satanás? ¿No serán entrampadas y apresadas muchas almas? Al apartarse de los claros preceptos y mandamientos de Dios, y al prestar oído a las fábulas, la mente de muchos se está preparando para aceptar estos prodigios mentirosos. Todos debemos procurar armarnos ahora para la contienda en la cual pronto deberemos empeñarnos. La fe en la Palabra de Dios, estudiada con oración  y puesta en práctica, será nuestro escudo contra el poder de Satanás y nos hará vencedores por la sangre de Cristo”. ¡Maranata: El Señor Viene! Página 154
¿Cómo podremos distinguir los milagros mentirosos? Cristo nos dio su Palabra como defensa contra el enemigo. Hagamos de ella nuestra guía para no ser extraviados.
En las próximas entradas veremos cómo resistir a las falsas señales y cómo reconocer las verdaderas señales de su venida.

viernes, 25 de marzo de 2011

SEÑALES II

“Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás”. (Mateo 16:1-4)
Hace algunos años me paró un policía en la calle para avisarme que una de las luces traseras de guiño no funcionaba. El tablero indicaba que funcionaba, así que yo hubiera doblado tranquilamente, sin saber que ponía en peligro a quien venía detrás de mi.
Cuando las señales no funcionan, estamos en problemas.
Durante su ministerio, Jesús dio sobradas pruebas de que su mensaje venía de Dios. Sin embargo, los dirigentes religiosos no estaban dispuestos a rendirse ante la evidencia. Su obstinación y ceguera se evidenció cuando el Señor multiplicó los panes y los peces ante una gran multitud. “Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?” (Juan 6:30)
¡Había dado de comer a una enorme concurrencia con apenas una merienda donada por un niño, y aún había sobrado! 
¿Qué más hacía falta?
Sin embargo, el registro bíblico muestra que repetidamente rechazaron la evidencia de la razón y la de los sentidos, porque su corazón orgulloso no quería ceder.
Vez tras vez, milagro tras milagro, señal tras señal, fueron endureciéndose al llamado del Espíritu. Desoír la voz del Espíritu Santo significa perder la vida eterna; sellar la propia perdición.
Incluso después de la resurrección de Lázaro, se registra que: “a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él”. (Juan 12:37)
Pero esto no era nada nuevo. Ya en ocasión de su nacimiento, los ángeles, los pastores y los sabios de oriente, habían anunciado la llegada del Mesías largo tiempo esperado, y toda la ciudad de Jerusalén se inquietó con la noticia.
¡Pero ninguno de ellos fue a ver al Salvador anunciado!
Ello demuestra a las claras que en el terreno espiritual no basta con saber. 
Lo que conocemos debe impactar nuestras vidas y producir una transformación. Si esto no sucede, somos meros hipócritas, como los fariseos.
Los creyentes tenemos el privilegio de conocer las señales de la venida de Cristo. Nada de lo que sucede debería causarnos temor; por el contrario, son una invitación a levantar nuestras cabezas en gloriosa expectación del cumplimiento de nuestra esperanza.
Pero las señales también prueban lo que hay en cada corazón, porque están dirigidas a él.
En el texto inicial figura el reproche que Cristo hizo a los líderes religiosos de su tiempo por desconocer las señales de los tiempos.
Los fariseos se sentían orgullosos de cumplir con todas las minucias legales que habían inventado para complicarle la vida a los demás y a sí mismos. Proclamaban a son de trompetas su fidelidad a la Ley. Pero, en el fondo, no querían prestar atención a las señales que revelarían su incredulidad.
La Biblia afirma que hay diferentes tipos de señales: “Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes”. (1 Corintios 14:22)
Algunas de las señales tienen como objetivo despertar la conciencia de los pecadores; otras sirven para confirmar la fe de los hijos de Dios. Pero ninguna de ellas convencerá a quien se resista a creer.
¿En qué categoría nos ubicamos tú y yo?
Las señales de los tiempos hoy hablan a tu corazón: ¿te despiertan?, ¿te ayudan a creer?, ¿o tal vez te dejan indiferente?
Quiera el Señor despertarnos, fortalecer nuestra fe y ayudarnos a permanecer velando.

jueves, 24 de marzo de 2011

SEÑALES

“Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”. (Lucas 21:25-28)
Los recientes acontecimientos, como los terremotos ocurridos en Haití, Chile y Japón; las revueltas en el mundo árabe o las acciones bélicas en Libia, han despertado el interés mundial. 
Desataron también una avalancha de mensajes que presentan dichos sucesos como señales del arrebatamiento o de la inminente segunda venida de Cristo. 
¿Necesitamos conocer las señales? Pues SÍ.
¿Deberíamos los cristianos mirar con avidez las noticias para estar al tanto de cada crimen o catástrofe, asustándonos y asustando a otros con estas “señales"? Un enfático NO.
La preparación para la venida del Señor es un asunto diario -una transformación que sucede en la mente y el corazón del creyente y se traslada a su experiencia diaria-, de manera independiente de los sucesos externos. 
La santificación -que es nuestro derecho al cielo-, es una obra progresiva, no compulsiva.
¿Deberíamos ignorarlas? TAMPOCO.
Quien ignora las advertencias es un insensato, y un cristiano no debería serlo. 
¿Todas estas cosas que están pasando son señales de la inminencia de su venida? SI y NO.
Sí en cuanto a que demuestran que a nuestro planeta le queda poco tiempo; sin embargo, la degradación de la naturaleza no hace más que acompañar la más aguda y más preocupante degradación moral. Los juicios de Dios ya están cayendo sobre la humanidad desde hace rato, encontrándonos ahora en medio del tiempo de angustia -que se irá agudizando- y que fue predicho en las profecías (ver Daniel 12:1-3).
No, en cuanto a que no sirven para fijar fechas, solamente nos dicen que el anhelado fin “está cerca, a las puertas” (Marcos 13:29).
A lo largo de esta serie de entradas, quisiera profundizar en estos tres aspectos.
  1. ¿Qué son las señales y para qué sirven?
  2. ¿Cómo deberíamos relacionarnos con ellas?
  3. ¿Cómo distinguir las señales verdaderas de las falsas?
Debemos ser muy cuidadosos con la manera en que interpretamos y presentamos las señales; para no aparecer ante el mundo como un montón de fanáticos con mensajes alarmistas, o como simples oportunistas que desean incrementar la membresía de la iglesia  por medio del temor. Tampoco necesitamos ser engañados por las "señales" de falsos predicadores de los cuales Jesús mismo dijo "Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7:23).
Las señales en las Escrituras, al igual que las señales de tránsito, tienen distintas funciones y cumplen distintos propósitos:
  • Recordatorios de un pacto. La circuncisión y el nazareato, por ejemplo, constituían señales visibles de un pacto concertado entre Dios y los hombres. Tenían el propósito de mantener a la vista del creyente la solemnidad del compromiso asumido.
  • Marcas identificatorias. La señal puesta sobre Caín,-que fue protegido para que no lo mataran- las piedras colocadas en medio del Jordán y la estela que colocaron al otro lado del río, pertenecían a esta clase de recordatorios de la protección divina.
  • Confirmación de una promesa o de un mensaje divinos. El arco iris puesto después del diluvio y la sombra del reloj que retrocedió diez grados para confirmar la sanidad del rey Ezequías, son un tremendo ejemplo de que las promesas del Señor son firmes y podemos confiar en ellas.
  • Límites a la acción humana. El diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, o el cautiverio babilónico, son señales que muestran que Dios no dejará avanzar el mal más allá de ciertos límites. Estos juicios constituyen una prueba de la intervención directa de Dios en la historia.
  • Elementos didácticos utilizados por los profetas. En los ministerios de Isaías, Ezequiel y Jeremías, se utilizaron diversas "señales" (un cinto podrido, rasurarse la barba, hacer un boquete en la pared, etc.), que tenían propósito didáctico, para despertar el interés de sus compatriotas en algún mensaje que darían a continuación.
  • Credenciales del ministerio. Jesús mismo utilizó los milagros y otro tipo de señales para confirmar la fe de los que le seguían. Dotó a los apóstoles y a su iglesia de dones especiales, que serían señal adicional de la autenticidad de su mensaje, pero también previno acerca del mal uso de las señales que harían algunos.
  • Medios para convencer al pecador. Muchos duermen en la falsa seguridad del pecado, y sólo despertarán cuando sus bienes o sus vidas se vean amenazadas. Así, las catástofes naturales y conmociones sociales actúan como señales de advertencia para aquellos que rechazan a Dios, a fin  de  llamarlos a la reflexión de que algo grande está por suceder.
Entonces: las señales están allí para confirmar que vamos por el buen camino, para advertirnos de riesgos, para ayudarnos en las dificultades, para despejar dudas, para guiarnos, o para brindarnos seguridad; pero tengamos presente que no son un fin en sí mismas. 
Agradezcamos al Señor por las señales que nos muestran, que Él está al mando de todo y que sus propósitos se cumplirán indefectiblemente. 
Pero no debemos ser ingenuos, no todas las cosas espectaculares que suceden prueban que algo venga de Dios.
Con mucha frecuencia, durante la larga enfermedad que padece mi hija, nos han invitado a visitar “sanadores” milagrosos, con el argumento de que lo que hacen viene de Dios, porque “oran”, o porque “hablan de Dios”; por lo tanto -dicen-, no puede ser algo malo.
Pero por experiencia, vimos que las señales que éstos hacen no siempre se corresponden con la clara orientación de la Palabra de Dios. Más bien sus credenciales provienen de la misma fuente que las de la pitonisa de Endor.
Recordemos que también Satanás -que fue un ángel- tiene poder para actuar por medio de señales engañosas que intentarán desviarnos del camino: “Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada. También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió”. (Apocalipsis 13:12-14 )
Entonces, si hay señales que vienen de Dios y otras son de origen diabólico, ¿cómo diferenciar unas de otras?
Seguimos en la próxima entrada

sábado, 19 de marzo de 2011

DESCONFIANZA 2

“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová... Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no... dejará de dar fruto”. (Jeremías 17:5,7,8)
En la entrada anterior hablaba acerca de la necesidad de desconfiar de nosotros mismos. Es que la confianza en uno mismo y la confianza en Dios se excluyen mutuamente.
La autosuficiencia nos lleva a desconfiar del Señor, y en consecuencia nos induce también a desconfiar de nuestros hermanos (pero este es otro tema que luego desarrollaré).
Cuando ponemos nuestras expectativas en logros humanos dejamos de confiar en la dirección de Dios y nos apartamos de su voluntad. Esa actitud no nos puede conducir sino al fracaso, pues la falta de confianza en Dios es lisa y llanamente incredulidad.
Y esto puede suceder de dos maneras diferentes:
  • Cuando tenemos éxito en la obra del Señor, podemos llegar a pensar que lo hicimos gracias a nuestra propia capacidad y caer en el orgullo, como en el caso de Jehú.
  • Cuando nos va mal, podemos caer en el desaliento y la desconfianza intentando resolver las cosas por nuestra propia cuenta como lo hicieron repetidamente los israelitas.  
O sea que, en cualquier caso, siempre estaremos en peligro de dejar de lado al Señor
¡Qué complicación!
El remedio para esta situación es tan sencillo que resulta a la vez fácil de olvidar y difícil de practicar. Elena White lo dijo así: “Contempla a Jesús. No eches a perder tu registro cediendo ante el abatimiento y la desconfianza. Traza senderos rectos para tus pies, no sea que el cojo se aparte del camino. . . El hombre que está más cerca del Señor es el que espera en Él como quien espera la mañana, es el que desconfía de si mismo y pone toda su confianza en Dios, que puede salvar hasta lo sumo a los que se allegan a Él”. Alza tus Ojos Página 126  
Como parte de nuestra herencia pecaminosa, nos resulta más sencillo intentar arreglarnos por nuestra cuenta que volver los ojos a Dios.
Cual Adán, intentamos “hacer algo” para remediar nuestra condición, sin otro resultado que continuar en la mayor de las miserias. Porque las hojas de higuera de la justicia propia jamás podrán cubrir nuestra desnudez tan completamente como lo consigue el manto de justicia provisto por el Señor.
Por eso, debemos contemplarlo o morir en nuestros pecados.
¿Cómo hacerlo?
Se requieren tanto la gracia divina, como un constante esfuerzo de la voluntad, a fin de dirigir nuestra mirada hacia Aquel que debería ser en todo nuestra confianza.
La Biblia tiene además maravillosas promesas para alentarnos a buscar confiadamente su rostro:
  • Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33
  • Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Hebreos 4:16
  • “En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 23:6
El Salvador invicto, el poderoso y amante Rey Jesús es nuestro protector.
¿Necesitamos desconfiar de sus promesas?
¿Necesitamos temer que Dios no nos ayudará?
Por el contrario, cuando desconfiamos de nosotros mismos es cuando la fe ejerce su poder curativo sobre la naturaleza humana; mirar a Dios se vuelve entonces un acto natural, pletórico de gratitud y alabanza.
Notemos que: “El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida”. Ministerio de curación, pág. 78.
La Inspiración nos invita a exclamar con alegre seguridad este cántico:
“Oh Israel, confía en Jehová;
El es tu ayuda y tu escudo.
Casa de Aarón, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
Los que teméis a Jehová, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
Jehová se acordó de nosotros; nos bendecirá”.  Salmos 115:9-12
Mira hoy con fe al Dios de toda fidelidad y así experimentarás la bendición de una grandiosa renovación. 

viernes, 18 de marzo de 2011

DESCONFIANZA 1

“Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. (Isaías 26:4)
La Biblia es fuente de inspiración permanente y tiene verdades claramente expresadas; así también, contiene pasajes difíciles de entender. Pero es en ellos precisamente en donde encontramos las lecciones más valiosas para nuestro caminar diario con el Señor.
Veamos la siguiente historia, que puso fin al reinado del rey Joram:
“Mató entonces Jehú a todos los que habían quedado de la casa de Acab en Jezreel, a todos sus príncipes, a todos sus familiares, y a sus sacerdotes, hasta que no quedó ninguno. Yéndose luego de allí, se encontró con Jonadab hijo de Recab; y después que lo hubo saludado, le dijo: ¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo? Y Jonadab dijo: Lo es. Pues que lo es, dame la mano. Y él le dio la mano. Luego lo hizo subir consigo en el carro, y le dijo: Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová. Lo pusieron, pues, en su carro. Y luego que Jehú hubo llegado a Samaria, mató a todos los que habían quedado de Acab en Samaria, hasta exterminarlos, conforme a la palabra de Jehová, que había hablado por Elías”. (2ª Reyes 10:11, 15-17)
¿Por qué llamó Dios a un hombre como este para que sea el ejecutor de sus juicios?
¿Qué lecciones podemos extraer de semejantes matanzas?
Recordemos que Jehú fue ungido por el profeta Eliseo para acabar con el resto de la dinastía de Acab y Jezabel. Un hombre común fue llamado a ser instrumento divino y advertido acerca de la importancia de su misión.
Podría figurar en la historia sagrada que Jehú se mantuvo humilde y desconfiado de sí mismo mientras cumplía su misión, pero tristemente no fue así. Él creyó que su corazón era recto por el solo hecho de estar haciendo una gran obra para Dios. 
Pensó que su llamamiento avalaba sus acciones sean las que fuesen.
Cuando el Señor llama a una persona a desempeñar un ministerio, esto lo convierte en un recipiente de su gracia,  un instrumento santo. Al llamarnos y capacitarnos para una tarea, espera de nosotros que la cumplamos con celo proporcional a la grandeza de nuestro cometido. 
Pero la habilitación del Espíritu Santo no convive jamás con la autosuficiencia humana y Jehú no puso su confianza en Dios, sino en sí mismo.
Encontrándose con un siervo de Dios, exhibió una terrible suficiencia propia al decir “Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová”.
Que estemos en la verdad, que respondamos a un llamamiento santo dado por Dios mismo, no nos autoriza para hacer las cosas de acuerdo a nuestro criterio o voluntad. Por el contrario, cuando actuamos por nuestra cuenta, terminamos haciendo más mal que bien.
Tampoco, en ninguna etapa de nuestra experiencia cristiana podremos estar seguros de que estamos haciendo lo correcto, a menos que dejemos de confiar en nuestras capacidades y dependamos por entero del Señor.
Al tiempo en que hacemos todo lo que está en nuestras manos para hacer avanzar la obra de Dios, nuestro deber es reconocer que todo triunfo le pertenece al Señor. Necesitamos mantenernos humildes y sumisos ante el Todopoderoso, sabiendo que solo somos sus colaboradores y que la honra le pertenece a él.
Desconfiemos en primer lugar de nosotros mismos. 
No de nuestro llamado, ni de que podamos hacer la obra del Señor. No estoy diciendo que vivamos y actuemos como timoratos, con inseguridad y falta de confianza. 
No, de ninguna manera, pues somos agentes del Dios de los Ejércitos y debemos hablar como quienes tienen plena confianza en su poder.
Desconfiemos sí, de que en cualquier momento, caigamos en la tentación de soltarnos de su mano poderosa para actuar con la debilidad del brazo carnal.
Nuestra confianza se debe basar, tal como lo dice el texto de arriba, en Aquel que es “la fortaleza de los siglos” y puede sostenernos siempre.
Me encantó el consejo de esta cita y a todos nos viene bien: “Acuda a El tal como es, y póngase en sus manos. Crea que El lo acepta tal como ha prometido. No trate de hacer algo importante que lo recomiende a Dios, sino confíe en El ahora, en este momento. Rompa las cadenas de la duda y desconfianza con las que Satanás quisiera atarlo al castillo de la duda. Acuda con fe humilde a Aquel que nunca dijo a los necesitados y sufrientes: "Buscan mi rostro en vano". Sabemos que somos pecadores, que a menudo nos equivocamos y que frecuentemente somos vencidos en las tentaciones, pero esto no debiera conducirnos en nuestra gran necesidad a apartamos del Único que puede ayudarnos y salvarnos del poder de Satanás”. Alza tus Ojos Página 326
¿Tienes  celo por Dios?
Muéstralo desconfiando de tí mismo, y poniendo por completo tu confianza en el poder de Jesús.

domingo, 13 de marzo de 2011

AUTOFLAGELACIÓN

“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. (1ª Corintios 9:26-27)

La autoflagelación es la práctica de torturarse e infligirse heridas uno mismo.
Esta terrible costumbre ha vuelto a convertirse en centro de atención por causa de algunas corrientes juveniles actuales, que la utilizan para alcanzar un cierto grado morboso de placer, como método de excitación sexual, o por otras causas igualmente perversas.
Pero, en el contexto religioso, ésta se practicaba a fin de alcanzar un más alto nivel espiritual. Durante la época medieval existieron cofradías de “disciplinantes” que entendieron mal el consejo de Pablo y buscaban purificar sus almas mortificando sus cuerpos. En lo oscuro de los conventos, en los templos y en las procesiones se daban de latigazos o se cubrían con cinturones llenos de púas -entre otras prácticas-, en pos de rendir “homenaje” a la pasión de Nuestro Señor.
Entendámonos; nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo y deben ser tratados con respeto. Este tipo de prácticas no rinde ningún servicio a Dios, porque nuestros propios sufrimientos no tienen valor redentor; solo los de Cristo pueden limpiarnos de pecado.  No deberíamos pues causarnos daño intencionalmente o por descuido; necesitamos además ser respetuosos de las leyes de la salud, honrando así a nuestro Creador.
Pero vamos un poco más allá. La Biblia dice que la iglesia se asemeja a un cuerpo; en el cual: “los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente... pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. 1ª Corintios 12:22-27
En la analogía de la iglesia como cuerpo, aparece la noción de solidaridad. Los miembros actúan en conjunto, cuidando del más débil, preocupándose unos por otros y gozándose o sufriendo colectivamente de acuerdo a las circunstancias.
Pero a veces también nos flagelamos...
Este asunto de la autoflagelación en la iglesia quisiera tratarlo desde estos tres enfoques diferentes, aunque complementarios entre sí:
  1. Histórico
  2. Congregacional
  3. Individual
1- En la profecía de los cuatro caballos y sus jinetes, de Apocalipsis 6, al caballo blanco que representa la iglesia victoriosa le sigue “otro caballo, de color rojo encendido. Al jinete se le entregó una gran espada; se le permitió quitar la paz de la tierra y hacer que sus habitantes se mataran unos a otros”. (Apocalipsis 6:4 NVI)
Basta revisar un poco la historia para comprobar que luego del primer siglo, la iglesia cristiana, que había mantenido su pureza original y había esparcido el mensaje de salvación por todo el imperio romano, comenzó a dividirse en distintas facciones que competían entre sí -ortodoxos, arrianos, gnósticos, docetistas, montanistas, adopcionistas-, por nombrar algunas.
La espada del evangelio se tornó entonces en la espada del demonio; la unidad y la paz fueron reemplazadas por las contiendas y el derramamiento de sangre. Unos a otros se tildaron de herejes y recurrieron en algunos casos a la violencia para imponer sus puntos de vista.
Ya Jesús había predicho esta actitud entre los creyentes: “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”. (Juan 16:2)
Al alcanzar el cristianismo el estatus de religión imperial, dolorosamente echó mano del poder del estado para perseguir a los disidentes. El caballo bermejo siguió cabalgando y se dio forma legal a la supresión de la herejía mediante la institución de la Inquisición. Miles fueron encarcelados, torturados y muertos por el delito de diferir en sus creencias con la iglesia oficial.
Duele decir que con el advenimiento de la Reforma las cosas no mejoraron, pues en sobrados casos los protestantes utilizaron los mismos métodos. No fue sino hasta principios del siglo XIX en que el fervor misionero reemplazó al fervor por destruir al que pensaba distinto. 
Es que la mejor manera de evitar disputas internas es ocuparnos de las necesidades de los demás.
Este fuego sin embargo, no se ha apagado; volverá a encenderse avivado por Satanás cuando, según las profecías, se encienda de nuevo el espíritu de entrega y plena consagración que tuvo la iglesia primitiva.
2- Pero, aunque la persecución haya cesado a nivel institucional, aunque las distintas confesiones tengan hoy un trato más “civilizado”, no por eso hemos dejado de lastimarnos; solamente hemos pasado en la autoflagelación del nivel confesional al nivel congregacional.
Ya no se encienden hogueras, pero tenemos métodos más refinados de causar dolor. El maltrato continúa a nivel de la iglesia local cuando nos agredimos unos a otros con el dudoso afán de corregir al que piensa diferente de nosotros (y por lo tanto, ¡está equivocado!).
Más dolorosos que los golpes del látigo resultan las de los “hombres cuyas palabras son como golpes de espada” (Proverbios 12:18). Las críticas impiadosas, las calumnias gratuitas, los chismes sin fundamento, todos actúan como eficaz método de autoflagelación del cuerpo de Cristo.
¿No sería mejor que nuestras palabras actuaran como bálsamo sanador, antes que obrar como hirientes espadas?
3- La tercera espada levantada contra los hijos de Dios la esgrimimos con nuestras propias manos
¿Cómo es esto posible?
Cuando rumiamos algún desprecio que hemos sufrido, cuando nuestro orgullo sufre por no ser tenidos en cuenta, o tal vez cuando imaginamos que alguien conspira contra nosotros en la iglesia, nos estamos autoflagelando. Cuando el rencor, los celos y la desconfianza ocupan el lugar de la fe en el corazón del creyente, el amor filial se desangra y muere a causa de las heridas autoinflingidas.
Cuando predominan los sentimientos de culpa y se deja de confiar en el perdón y la aceptación de Jesús, se da lugar a pensamientos que carcomen las vidas de muchos cristianos, que se hieren a sí mismos al perder de vista la fuente inagotable y siempre accesible del amor del Salvador.
No caigamos en estas actitudes que nos desvalorizan como hijos de Dios ante nosotros mismos, ante los no creyentes, y ante el universo celestial. Demos testimonio de que hemos nacido de nuevo amando a nuestros hermanos y cuidando de no causar heridas a nadie.
“¡Qué maravilloso y agradable es cuando los hermanos conviven en armonía!
Pues la armonía es tan preciosa como el aceite de la unción
que se derramó sobre la cabeza de Aarón,
que corrió por su barba hasta llegar al borde de su túnica.
La armonía es tan refrescante como el rocío del monte Hermón
que cae sobre las montañas de Sión.
Y allí el Señor ha pronunciado su bendición,
incluso la vida eterna”.
Salmos 133 (Nueva Traducción Viviente)