viernes, 6 de abril de 2012

RECORDACIÓN, CELEBRACIÓN Y ANTICIPO III


“El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”. 1ª Corintios 11:23-26
Aquella memorable cena de Pascua fue la ocasión elegida por el Señor Jesús para instaurar un mandato (haced esto... en memoria de mí) que serviría como recuerdo de su maravilloso sacrificio, a la vez que daría ocasión a una celebración solemne de la redención que nos fue concedida.
Al finalizar esta serie veremos el tercer aspecto vinculado a la Santa Cena: el anticipo de su venida en gloria y majestad.
En los propósitos divinos, ese último convite fue especialmente diseñado para impresionar nuestros sentidos, quebrantar nuestro corazón e iluminar la razón con profundas convicciones. Cada vez que comemos el pan y tomamos la copa, estamos anunciando la muerte de Cristo y anticipando su segundo advenimiento.
Anticipamos la victoria del amor de Dios, el fin del pecado y sus consecuencias, la justa destrucción de los enemigos de su causa (Satanás, sus ángeles y sus seguidores humanos), y por último, anticipamos una vida sin fin en compañía de nuestro Salvador.
Nuestra mente se transporta así desde aquel aposento alto de los tiempos bíblicos, hacia otro lugar maravilloso preparado por Dios. Allí no habrá una humilde mesa preparada solo para trece personas, no habrá en el menú cordero asado con hierbas amargas, ni escasez de sirvientes. Infinitamente más abundante y más gloriosa, aquella será una cena con los redimidos de todas las edades, junto a Jesús y sus ángeles. “Vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. Mateo 8:11
¿Pero qué lugar podría contener tan incontable multitud?
Juan el revelador escribió: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. Apocalipsis 19:9
En los dos últimos capítulos de este libro se presenta la Nueva Jerusalén con sus calles de oro, murallas de piedras preciosas, puertas de perlas y un mar de vidrio. Esta ciudad de proporciones gigantescas será nuestro hogar, y el escenario de la cena triunfal que con gozo Jesús preparará para nosotros. Y se nos dirá en aquel día: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” Mateo 25:21
El prometió que no tomaría más del jugo de la vid hasta el momento en que volvería a reunirse con su pueblo. Pero no comeremos solamente pan y jugo de uva. Habrá más, mucho más.
Elena de White escribió de aquel banquete: “Vi una mesa de plata pura, de muchos kilómetros de longitud, y sin embargo nuestra vista la abarcaba toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, almendras, higos, granadas, uvas y muchas otras especies de frutas”. Primeros Escritos, pags. 18-19
¡Qué extraordinario! Sentados en una mesa larguísima y abundante, junto a nuestros amados y a los héroes de los que leíste en tu Biblia. Los ángeles nos servirán y Jesús estará a la cabecera de la mesa.¿Ya te imaginas allí?
¿Qué es necesario para estar en ese maravilloso lugar? ¿que hace falta ser invitado a las bodas?
Lo grandioso de esto es que ¡Ya estas invitado! 
La gracia de Jesús, su sangre derramada por nosotros, su cuerpo quebrantado, su intercesión en los cielos, todo habla del ferviente deseo de nuestro Señor de recibirnos en las mansiones celestiales y de servirnos aquella fabulosa cena de bienvenida.
Todo está preparado y todos estamos invitados, pero...
Como en las parábolas que Jesús contó, la mayoría ignora la invitación, en tanto que otros parecen aceptar y van, pero sin estar vestidos de boda.
Estar vestidos de bodas significa estar revestidos con aquel manto de justicia, tejido en el telar del cielo sin un solo hilo de méritos humanos. Significa haber recibido por fe la justificación y vivir una vida enteramente consagrada al servicio y para la gloria de Dios. Significa que nuestros pensamientos, palabras y acciones gritan que hemos puesto en primer lugar el reino y su justicia. Nos convertimos en luz del mundo y sal de la tierra.
El cielo está esperando ansioso a sus invitados para la mayor cena de todos los tiempos. Espera que tu y yo estemos presentes, porque “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” 2ª Pedro 3:9-11
¿Recuerdas a cada instante que Jesús dio su vida por ti?
¿Deseas experimentar el gozo del reencuentro?
¿Ya anticipas ese día glorioso? 
Pronto comeremos con él.