miércoles, 24 de marzo de 2010

VILLANCICO DE LAS MANOS VACÍAS









Yo tenía
tanta rosa de alegría,
tanto lirio de pasión,
que entre mano y corazón
el Niño no me cabía...

Dejé la rosa primero.
Con una mano vacía
- noche clara y alba fría -
me eché a andar por el sendero.

Dejé los lirios después.
Libre de mentiras bellas,
me eché a andar tras las estrellas
con sangre y nieve en los pies.

Y sin aquella alegría,
pero con otra ilusión,
llena la mano y vacía,
cómo Jesús me cabía
- ¡y cómo me sonreía! -
entre mano y corazón
José María Pemán

LA FE








En medio del abismo de la duda
lleno de oscuridad, de sombra vana
hay una estrella que reflejos mana
sublime, sí, mas silenciosa, muda.

Ella, con su fulgor divino, escuda,
alienta y guía a la conciencia humana,
cuando el genio del mal con furia insana
golpéala feroz, con mano ruda.

¿Esa estrella brotó del germen puro
de la humana creación? ¿ Bajó del cielo
a iluminar el porvenir oscuro?

¿A servir al que llora de consuelo?
No sé, mas eso que a nuestra alma inflama
ya sabéis, ya sabéis, la Fe se llama.
 Rubén Darío

SEMANA SANTA

"Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,  y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios." Efesios 3:17-19
Esta mañana me propuse preparar los temas de Semana Santa que tengo que presentar a mis alumnos y después de pensar un poco y de orar bastante, me vi desbordado por la tarea de presentar el más sublime acontecimiento de la historia del universo con el limitado vocabulario del que disponemos los seres humanos.
No creo ser capaz de comprender plenamente el amor de Cristo como dice el texto citado arriba. La tarea es abrumadora para cualquiera.
Comparto en todos sus términos lo que dice el siguiente pensamiento:
"Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y, sin embargo, queda infinitamente más allá. Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longura y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo a fin de que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente. Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia, y meditemos en la vida de Cristo y el plan de redención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento."-TS 4, 254, 255.
Dicho esto y confesada mi incapacidad, debo seguir adelante.
Cuando era niño (ya hace rato), recuerdo haber visto la cartelera del cine de mi ciudad, anunciando un filme cuyo título me impresionó vivamente: "la más grande historia jamás contada". Obviamente, era la historia de Jesús. 
¿Cómo contarla?
Uno no va de vacaciones a la costa del mar para medirlo, analizarlo y comprenderlo. Va allí a contemplarlo plácidamente, a gozar de la fresca brisa salobre, a deleitarse con su maravillosa extensión y a mecerse relajado en el oleaje. En fin, está allí para disfrutarlo.
Con la historia del océano del amor divino manifestado en la Cruz sucede lo mismo. No alcanzará jamás el tiempo para sondear toda su belleza. Pero sí para disfrutar en plenitud de las orillas de ese amor inefable. 
Podemos traer a la memoria las imágenes de los tiernos gozos de la niñez en el regazo de nuestros padres, la inalterable fidelidad de nuestra mascota, la risa desbordante de un niño, la gentileza y amor de nuestros amigos y hermanos, la abnegación y sacrificio de los mártires. Podemos reunir todos esos cuadros, y con ellos comenzar a formarnos una idea leve  e insuficiente del amor que movió a Cristo a morir por nosotros. 
La imaginación puede ser de ayuda al tratar de expresar lo inexpresable:
  • Contemplar su mirada redentora en el patio de la residencia del Sumo Sacerdote en donde Pedro lo negó, gesto amoroso que condujo al culpable discípulo al arrepentimiento y a la entrega total. 
  • Llevar su cruz como Simón Cireneo y descubrir como él que esa santa carga es nuestro mayor privilegio.
  • Ver con los ojos de la mente al Señor rogando por quienes le crucificaban "porque no saben lo que hacen".
  • Intentar instalarnos en los pensamientos del ladrón en la cruz cuando pudo descubrir que el sangrante y moribundo hombre a su lado era el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" y rendirle su alma con fe increíble. 
  • Mirar a Jesús trascendiendo su agonía y poniendo bajo el cuidado de Juan a su propia madre terrenal.
  • Escuchar su voz elevarse triunfante sobre el poder del pecado y de la frustrada huestre satánica, exclamando antes de entregar su vida: "Consumado es" (Juan 19:30). 
  • Verlo salir del dominio de la muerte en la gloriosa mañana de la resurrección garantizando la salvación y la vida eterna para cada uno de los que creen en su nombre.
  • Contemplar finalmente el feliz momento de nuestro propio primer encuentro con el Señor, o aquel en que finalmente le rendimos nuestra vida.
Todas estas visiones nos deberían llevar a exclamar con el apóstol:
"¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!" Romanos 11:33 NVI