“Pero
estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por
el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir,
no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros,
sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar
Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”. Hebreos 9:11,12
El
gran tema de la intercesión de Jesús en el santuario del cielo es la
clave para comprender por qué no ha regresado todavía. Sin embargo, esta
gran verdad, presentada con toda claridad en las Escrituras es
ignorada, negada o ridiculizada.
Los
que se oponen a esta idea, afirman que no existe ningún templo en el
cielo; o que si lo hay, el Señor entró directamente al lugar Santísimo, por lo que no hay dos ministerios diferentes en dos diferentes lugares del
santuario celestial.
Sin embargo, la Biblia afirma categóricamente que Cristo es Sumo Sacerdote en el Santuario del cielo: “Ahora
bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal
sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad
en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo
que levantó el Señor, y no el hombre”. Hebreos 8:1,2
Desde
el comienzo del libro de Hebreos, su autor se esfuerza en demostrar la
superioridad del nuevo pacto por sobre el antiguo. Demuestra que Jesús
es superior a los ángeles, siendo su Creador. Es superior a Moisés,
porque es el dador de la Ley. Su sacerdocio es superior al de Aarón,
teniendo mayor alcance. Su sangre es superior a la sangre de los
animales. El santuario celestial es superior al
santuario terrenal. La culminación de sus argumentos es que Jesús ministra en el cielo en nuestro favor.
Cuando
Cristo ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre, no lo
hizo para quedar sentado en vana ociosidad. Asumió allí mismo su
ministerio como compasivo y fiel Sumo Sacerdote, ante el cual se nos anima a
presentarnos: “Por
tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús
el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno
que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 4:14-16
Vemos
en este texto que el sacerdocio de Cristo -estrechamente relacionado
con su gracia-, es fundamental para resolver el problema del pecado.
En esta serie de temas me gustaría contestar los siguientes interrogantes:
- ¿Qué está haciendo Jesús en el cielo ahora mismo?
- ¿Por qué es necesaria su intercesión si el Espíritu Santo ya intercede por nosotros?
- ¿Por qué tiene que haber dos fases en ese ministerio sacerdotal?
- ¿Cómo se relaciona la intercesión con el juicio?
- ¿Qué sucederá cuando esta intercesión termine?
En cuanto a la resolución del problema del pecado, su costo ya fue pagado en la cruz; no obstante, la victoria sobre el pecado sigue siendo un asunto pendiente. El cuerpo de Cristo -su iglesia-, aún no ha sido glorificado, no estamos libres de tentación, ni de la posibilidad de caer.
La doctrina del Santuario no anula lo hecho por el Señor en la cruz, pero ¿qué sucede entonces cuando pedimos perdón por nuestros pecados? ¿Resultan perdonados o no; son borrados o no lo son?
La
sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Se nos concede su
perdón y somos justificados gratuitamente por su gracia. Somos aceptados
como hijos por Dios en virtud de los méritos de su Hijo y formamos ya
parte de su familia. Todo esto sucede cuando nos entregamos en sus
manos, pero no es el fin de la historia. El no nos olvidó, ni nos dejó
para que lucháramos solos contra el pecado. Sigue aún obrando en nuestro
favor.
Al
ascender a los cielos, Jesús inició la siguiente fase de su plan, que
consistía en un ministerio intercesor basado en su sacrificio en la
cruz. Este se realizaría en un Santuario de existencia real y concreta
situado en el cielo, tal como lo afirma el texto siguiente: “Y
casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento
de sangre no se hace remisión. Fue, pues, necesario que las figuras de
las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales
mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el
santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo
para presentarse ahora por nosotros ante Dios”. Hebreos 9:22-24
Él está ahora mismo ante Dios abogando por nosotros.
¡Que solemne y consoladora esperanza!
Seguimos en la próxima entrada.
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