domingo, 23 de octubre de 2011

RESPIRAR LA ATMÓSFERA DEL CIELO

“Por la fe Enoc fue trasladado al cielo para que no viera muerte; y no fue hallado porque Dios lo trasladó; porque antes de ser trasladado recibió testimonio de haber agradado a Dios”. Hebreos 11:5 LBLA
En mi juventud recuerdo haber leído un libro del oceanógrafo Jacques Costeau  llamado "El Mundo del Silencio" que hablaba de sus primeras experiencias de buceo en aguas profundas y quedé cautivado por el mar y los heroicos buceadores.
Descubrí que para sumergirse hasta los 40  o 50 metros, usaban aire comprimido en sus tanques. Pero eso les traía algunos problemas. 
Sucede que los gases del aire que ingresan a su organismo se comprimen con la presión al bajar; para luego descomprimirse al subir. Lo que pasa entonces es parecido a agitar una botella de gaseosa cerrada y luego abrirla. Si no se respetan las reglas de ascenso, la violenta descompresión del nitrógeno y otros gases en la sangre puede provocar graves daños.
A fin de evitar esos problemas al alcanzar mayores profundidades, necesitaban usar una mezcla de gases más livianos -helio y oxígeno por ejemplo-, para poder permanecer más tiempo bajo las oscuras y frías aguas. De esa manera, los buceadores pueden vivir, trabajar y respirar sin problemas en un ambiente extraño y peligroso gracias a sus escafandras y sus tanques.
Algo parecido sucede con los cristianos. A fin de sobrevivir en este mundo hostil y pecaminoso, a fin de poder mantener nuestra luz en medio de las tinieblas, debemos respirar una atmósfera diferente.
Se nos ha provisto para ello de un equipo especial. No de un traje de buceo, sino de la armadura completa para pelear las batallas del Señor. No de tanques y reguladores sino del poder del Espíritu para resistir con éxito los embates del enemigo. No de instrumentos para medir la profundidad, sino de la poderosa Palabra de Dios que nos libra del abismo del pecado.
La vida de algunos personajes bíblicos ejemplifica lo que significa vivir en la atmósfera del cielo.
Enoc, séptimo desde Adán vivió respirando un “aire diferente” en medio de la corrupción del mundo antediluviano. Toda esa generación fue destruida, pues solamente pensaban en hacer el mal.
No obstante se dice de él que “vivió en medio de una sociedad que no era más amiga de la justicia que la nuestra, La atmósfera que respiraba estaba contaminada de pecado y corrupción, como la nuestra; no obstante, vivió una vida santa. Los pecados que prevalecían en la época en que vivió, no lo mancillaron. Del mismo modo nosotros podemos mantenemos puros e incorruptos... Fue trasladado al cielo gracias a su fiel obediencia a Dios”. ¡Maranata: El Señor Viene! Página 63  
Lo mismo podría decirse de Elías y Juan el Bautista, que resaltaron en una época de abierta apostasía e incredulidad como fieles testigos. No le echaron la culpa a las circunstancias ni imitaron a los demás. No se dejaron llevar por la corrupción imperante ni del espíritu orgulloso y egoísta de la época.
¿Se dice lo mismo de ti y de mi?
Jesús fue sin dudas, el ejemplo máximo de vivir incontaminado en medio de la contaminación. No hubo forma de que Satanás y sus aliados -angélicos o humanos- consiguieran hacerlo caer en siquiera un mal pensamiento; menos aún en una mala acción.
El mismo poder que les alentó y los sostuvo a ellos está disponible para todos los cristianos, no importa lo pusilánimes que sean o lo debilitadas que se hallen sus mentes a causa de la trangresión de la ley divina.
Comparto un par de citas desafiantes al respecto:
  • "Nuestras almas deben estar rodeadas por la atmósfera del cielo. El que profesa seguir a Cristo debe vigilarse, mantenerse puro y sin contaminación en sus pensamientos, palabras y actos. Su influencia sobre los demás debe ser elevadora. Su vida ha de reflejar los brillantes rayos del Sol de justicia." -CM pag. 197 (ed. ACES) (1913).
Es nuestro privilegio respirar la atmósfera del cielo. Podemos hacerlo hoy mismo, alzando nuestros ojos para recibir un espíritu diferente, de parte de Aquel que anhela darnos todo bien.
En realidad, NECESITAMOS respirarla. De otro modo no seremos trasladados al cielo.
Allí todos viven en medio de un ambiente diferente. Ambiente de amor, de gozo, de paz, de servicio abnegado, de compañerismo sin fisuras y de renunciamiento propio.
En la cita final creo encontrar los elementos para resistir la presión de la atmósfera pecaminosa que nos rodea. Considerémosla con cuidado:
  • “Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo. Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios: y para que esto se lleve a cabo, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol”. El Camino a Cristo - Página 99   
Tomemos hoy la determinación de respirar la atmósfera del cielo.