lunes, 18 de enero de 2010

A BUEN PUERTO



De adolescente (y aún hoy) mi pasatiempo favorito era la lectura, hábito que casi se ha perdido en la actualidad. Varias décadas atrás, cuando apenas se veían uno o dos canales de televisión en nuestra ciudad, mi imaginación volaba con las extraordinarias aventuras escritas por Julio Verne, Emilio Salgari y otros autores clásicos. Las aventuras en tierras desconocidas, los viajes por mar, y las historias de piratas fueron llenando mi mente, tanto que el vocabulario náutico llegó a ser muy familiar para mí.
Babor y estribor, proa y popa, sotavento y barlovento, jarcias, aparejos y esquife, eran palabras que me resultaban muy conocidas sin haber viajado jamás por mar.
La historia que se registra en el capítulo 27 del libro de Hechos abunda en dichos términos, pues describe el viaje marítimo de Pablo hacia Roma en carácter de prisionero. El viaje por mar era siempre peligroso en aquellos endebles barcos de vela,  y las circunstancias que pasarían lo convertirían en un peligro mayor aún.
Lucas narra en forma muy interesante esta historia, pero su valor no se agota en lo ameno, sino que, como toda historia bíblica tiene aplicaciones personales muy relevantes para todos los hijos de Dios que son llamados a ser sus testigos ante el mundo.
Quiero resaltar aquí tres intervenciones del apóstol que fueron determinantes para la salvación de todos los que viajaban con él.
Cuando pasaron la isla de Creta, se encontraron con vientos contrarios, que fueron convirtiéndose luego en una tempestad violenta. Por una parte corrían peligro de encallar en los bancos de arena de la Sirte o dar en las costas rocosas del otro lado.
Con sentido común y bajo la influencia del Espíritu, que era una constante en su vida, les dijo a los que comandaban la nave: "Y habiendo pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, por haber pasado ya el ayuno, Pablo les amonestaba, diciéndoles: Varones, veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas. Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía" (vs. 9-11).
¿A quién haces caso...?
En el terreno espiritual es de lo más frecuente ver cómo las personas desprecian las reiteradas advertencias divinas dadas para salvarlos. Se confía en la experiencia, en lo habitual, en lo más cómodo, en nuestras inclinaciones; en cualquier cosa menos en la voz de Dios que nos habla en su Palabra y a través de sus siervos. La mayoría prefiere tontamente sacrificarlo todo en el altar del egoísmo y edificar sobre la arena de la incertidumbre el fundamento de sus vidas.
Debemos prestar oídos al mensaje de salvación porque si no lo hacemos el resultado será una pérdida segura.
Cuando la tormenta arreciaba y el desastre era inminente, volvió otra vez a dirigirse a los que estaban con él:
"Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído... Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho. Con todo, es necesario que demos en alguna isla". (vs. 21-26)
¡Qué necesario es que se alcen las voces de los siervos de Dios en medio del vendaval de este mundo!
Me encanta la presentación que hace Pablo de su Dios "de quien soy y a quien sirvo"... ¡Ojalá fuéramos más conscientes de la relación que debemos mantener con el Señor!
Somos suyos por creación y por redención. Le pertenecemos por la virtud de su sangre derramada en el Calvario. Ninguna cosa es superior a ella; nada nos debe hacer perder de vista esta sublime verdad.
La siguiente reflexión que encuentro en el texto es que sus oraciones recibieron respuesta. No estaba orando por su propia seguridad, sino por todos los  que estaban en la nave y Dios le confirmó, tanto que llevaría a cabo su propósito de enviarlo a Roma, como que le concedería las almas por las que pedía.
Asediemos continuamente el trono de la Deidad con nuestros pedidos por la salvación de las almas, con la seguridad de que nuestra intercesión no será desatendida.
Por otra parte, aunque la salvación es gratuita, nos toca ineludiblemente hacer nuestra parte. Como los marineros del relato, a pesar de que recibieron la promesa del cuidado divino, debían esforzarse por llegar al amparo de la tierra. También a nosotros nos toca orar, estudiar profundamente la Palabra y predicar a otros la salvación, como lo expresó Pablo: "Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, "ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor" Filipenses 2:12
Finalmente, en su tercera intervención, el ilustre prisionero deja sentados tres principios importantes:
Entonces los marineros procuraron huir de la nave, y echando el esquife al mar, aparentaban como que querían largar las anclas de proa. Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros. Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse. Cuando comenzó a amanecer, Pablo exhortaba a todos que comiesen, diciendo: Este es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud; pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá. Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer. Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también. Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.  Ya satisfechos, aligeraron la nave, echando el trigo al mar (vs. 30-38).
1- No debemos descuidar la salvación de los demás. O nos salvamos juntos o peligra nuestra  propia salvación. La unidad de la iglesia debe ser mantenida a toda costa, pues si dejamos que alguien "abandone el barco" sin hacer nada, muchas almas se desanimarán e incluso se perderán por la influencia de aquel que se fue.
2- El cristiano no debe hablar de derrota ni de desánimo. Tenemos que animar e inspirar fe a los que están en peligro de muerte por sus pecados, hundiéndose en la depresión y la angustia
3- La importancia de dar el ejemplo es el tercer y determinante asunto aquí. No se conformó Pablo con un buen discurso. A la vista de todos, mostró con sus acciones que creía en el mensaje de salvación que le fue dado en sueños, y que les estaba expresando.
Alguien dijo: "tus actos hacen tanto ruido que no me dejan oír tus palabras".
El dicho es verdadero, porque la reputación de muchos cristianos - y del cristianismo- sufre pérdida por no demostrar en los hechos lo que dicen con sus palabras. El mundo necesita no tanto escuchar, como ver a hijos de Dios consecuentes en palabra y obra.
En la magna tarea de anunciar el evangelio, el Señor nos hace responsables de nuestros compañeros de viaje. Hay muchas otras lecciones que pueden extraerse aquí; pero si queremos llegar a buen puerto, recordemos las lecciones de este capítulo elevando nuestra voz en alerta por los escollos del camino, comprometiéndonos con toda fidelidad en la salvación de los perdidos y dando el ejemplo de una vida rendida a los pies del Rey de Reyes.
Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?  2ª Corintios 2:14-16

"Señor, hazme un instrumento de tu paz;


"Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga amor;
donde haya ofensa, perdón;
donde hay duda, fe;
donde hay desesperanza, esperanza;
donde hay tinieblas, luz;
                               donde hay tristeza, alegría.
                               Oh, Divino Maestro,
                               que no busque yo tanto
                               ser consolado como consolar;
                               ser comprendido como comprender;
                               ser amado como amar;
                               porque dando se recibe,
                               perdonando se es perdonado,
                              y muriendo a sí mismos se nace a la vida eterna".

Francisco de Asís