sábado, 17 de marzo de 2012

¿APRESURAR LA VENIDA?

“Esperen la llegada del día de Dios, y hagan lo posible por apresurarla.”2º Pedro 3:12 (Versión Dios Habla Hoy)
Lo registrado en 2º Pedro 3:10-13 es uno de los fragmentos más solemnes -y al mismo tiempo más felices- de las Escrituras.
El retorno de nuestro Señor en gloria y majestad, precedido por pavorosas señales en los cielos y la tierra. La naturaleza misma rindiéndose a los pies de su Creador que viene a buscar a los suyos con poder. El fin del pecado, el mal, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Recibir la inmortalidad y la vida eterna. Ver a nuestro Dios cara a cara. No hay esperanza mayor que esta.
¿Pero... podemos apresurar la venida del Señor?
El texto arriba citado parece decir justamente eso. Pero consultando en algunas versiones más modernas, el resultado es un tanto diferente.
  • “Esperando ansiosamente la venida del día de Dios” (NVI).
  • “Y esperar con ansias el día en que Dios juzgará a todo el mundo” (TLA).
  • “Vivid en la anhelante expectativa del día aquel” (Castillian).
Tal vez porque haya mejores manuscritos disponibles; o quizás porque los traductores modernos son remisos a pensar que podemos obligar a Dios a hacer algo; el asunto es que  parecen decir que solo nos toca esperar, sin influir en nada.
La versión Reina Valera 1960 rinde el pasaje completo de esta manera: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. 2ª Pedro 3:10-13
Según la manera en que leamos este texto, nos convertiremos en actores o en espectadores. Quedaremos a la expectativa, sin creer que nuestras acciones incidan en el resultado final, o nos adelantaremos con valor a proclamar el mensaje.
Si entendemos correctamente el papel que nos toca desempeñar en el gran drama de los siglos, los seres humanos somos colaboradores de Dios en su tarea de comunicar el evangelio a un mundo caído en el pecado.
Él no nos involucra porque nos necesite, pues ya tiene a los ángeles (que están mucho más dispuestos a hacer su voluntad que nosotros), como mensajeros suyos. Pero en los propósitos del Señor, y para nuestro bien, ha puesto en manos de su iglesia en la tierra presentar el mensaje de salvación, el evangelio eterno (ver Apocalipsis 14:6-12).
“A toda nación, tribu, lengua y pueblo se han de proclamar las nuevas del perdón por Cristo. El mensaje ha de ser dado, no con expresiones atenuadas y sin vida, sino en términos claros, decididos y conmovedores. Centenares están aguardando la amonestación para poder escapar a la condenación. El mundo necesita ver en los cristianos una evidencia del poder del cristianismo. No meramente en unos pocos lugares, sino por todo el mundo, se necesitan mensajes de misericordia”. (Obreros Evangélicos pag. 29).
Respecto al momento de nuestra salvación, es bueno recordar que Dios “muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes” (Daniel 2:21). No está en nosotros adelantar el tiempo de la venida de Jesús, él es dueño absoluto de los tiempos; sin embargo, puesto que somos sus asistentes en la obra de amonestar al mundo podemos demorar sus propósitos si no cumplimos con nuestra parte.
Esto es claramente visible en la historia del antiguo Israel. Pudieron haber entrado en Canaán en pocas semanas, pero vagaron cuarenta años por el desierto.
La demora en entrar, ¿a quién se debió?
No a un designio divino, ciertamente; la demora se debió enteramente a la acción humana. No pudieron entrar debido a su incredulidad.
Tenemos que reconocer, al mismo tiempo, que por más esfuerzos que hagamos no lograremos tampoco adelantar su venida un solo segundo. Los soberanos designios de Dios no son apremiados por el hombre.
Quiero aquí hacer una advertencia: algunos, tomando al pie de la letra este mensaje han creído su deber hacer algo para adelantarla. Entienden que siendo agresivos, presentando las verdades y los cuadros proféticos más impactantes, y aún fijando fechas, pueden obligar a Dios a apresurar su regreso.
Pero este es un error fatal. Ni Jesús mismo presentaba el núcleo duro de su mensaje a quienes no estaban preparados. No es con airadas denuncias, o asustando a la gente, o presentándole mensajes de condenación como allanaremos el camino. En realidad, así es como conseguiremos totalmente lo contrario. Por esta vía solamente conseguiremos que el prejuicio se levante, los oídos se cierren y las almas se pierdan para siempre.
Se necesitan mensajes de misericordia. La puerta de la gracia aún sigue abierta, y los que proclaman que “la hora de su juicio ha llegado” necesitan imitar las actitudes de Cristo en la presentación de su mensaje. Como dice la cita anterior, en términos claros, decididos y conmovedores tenemos que presentar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo como su última gran esperanza. Entonces estarán listos para escuchar acerca de cómo escapar de la condenación y de los engaños del gran enemigo.
En este punto se requiere infinita discreción para no errar. Aunque no debemos aprobar el fanatismo, tampoco debemos condenar a quienes presentan mensajes fuertes sin antes examinar su procedencia y sus frutos.
Así como ahora hay hombres arrogantes y fanáticos que quieren “apurar” al Señor, pronto habrá verdaderos siervos de Dios con mensajes intrépidos; no los coloquemos en la misma categoría.
Ya llegará el momento en que la gente tenga que oír tales mensajes, esté preparada o no. Pero el cuando, lo decidirá su Espíritu, no la temeraria acción humana.
En síntesis, no podemos adelantar el retorno de nuestro amado Salvador por nuestra cuenta, pero podemos retrasarlo si no colaboramos con los planes divinos. Lo que definitivamente no debemos intentar hacer, es forzar el brazo de Dios, porque no nos irá bien.
Es tiempo de poner nuestra vida en las manos de Dios, de resignar toda ambición mundanal, de consagrarnos sin reservas a la predicación de las buenas nuevas de la redención. Tiempo también de examinar todo lo que somos y tenemos, echar fuera lo que desagrada al Señor y apropiarnos de todas las gracias celestiales. Tenemos un carácter que preparar para la eternidad, un cielo que ganar, almas que salvar y un infierno del cual escapar.
Pronto anochecerá, la crisis se acerca y “la noche viene, cuando nadie puede trabajar”. Juan 9:4

CUANDO LLEGARÁ ESE DÍA



Cuando llegará ese día, Señor
Cuando llegará ese día.

Cuando estemos en tu reino, Señor
Y nos des la eterna vida

Aguardamos tu venida, Señor
Aguardamos tu venida.


Norma Isabel Ramirez de Grossklaus