miércoles, 1 de septiembre de 2010

RECONOCIDOS POR DIOS

"El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios". Romanos 2:6-11
Inmediatamente después de mi conversión, me di a la tarea de contar a todos los que tenía cerca lo que estaba conociendo y experimentando. Para mi tristeza, la mayoría de las veces me decían que no les hablara más del tema, se ofendían o se burlaban. Pero eso, aunque doliera, era algo que yo estaba preparado para soportar.
No así lo que me dijo uno de mis empleados cuando surgió el tema de mi nueva fe:
- ¡Es muy complicado! Dejame con lo que yo creo nomás...(sic)
¿Será que el evangelio es complicado y difícil de entender?
Creo que somos nosotros quienes lo hacemos incomprensible para los demás. Nos gusta enredar y complicar las cosas, cuando al Señor le encanta simplificar. 
Las condiciones para la salvación son tan claras en la Biblia que cualquier niño las puede entender:
  • Somos salvados por gracia por medio de la fe. 
  • Somos justificados y aceptados por Dios como hijos y herederos suyos en base a los méritos de Cristo.
  • El perdón, la justificación y la redención se hallan al alcance de todos los que lo pidan de corazón.
  • La santificación es obra de Espíritu que transforma nuestro carácter y lo hace apto para el cielo.
En cuanto a lo necesario para nuestra restauración, todo lo pone Dios, nada es nuestro. Ni siquiera podemos reconocer nuestro pecado o alcanzar el arrepentimiento por nuestra propia cuenta. Él es quien nos busca, nos convence y nos lleva a la contrición por su bondad (Romanos 2:4).
Desde la óptica divina todo es muy sencillo. Nadie necesita confundirse. No hay lugar para falsas interpretaciones.
El problema comienza cuando lo vemos desde el punto de vista humano.
¿Cómo sabemos si alguien está convertido?
¿Cómo saber si yo estoy convertido?
Para la primera de estas preguntas hemos inventado una serie de parámetros y pruebas "científicas". Debe ser así o asá. Hará esto o aquello. Tiene que comportarse de esta o de aquella forma. Analizamos y disecamos el carácter y las obras de los demás con un empeño digno de mejor causa.
Y casi siempre... nos equivocamos.
Los que creíamos que eran, pueden no ser; los que descartábamos, puede que sean convertidos al final.
La segunda pregunta es fuente de mucho dolor, angustia, sentimiento de culpa, frustración, desencanto y otros sentimientos negativos. Puede llevar al naufragio de la fe. Siendo una pregunta legítima (porque lo es), produce mucha zozobra cuando nos miramos a nosotros mismos.
A despecho de todas las medidas humanas, Cristo trazó una regla sencilla e infalible: somos reconocidos por Dios y los hombres por los frutos que se manifiestan en nuestras vidas.
"No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca". Lucas 6:43-45
No está de más remarcar que nadie puede dar lo que no tiene. Sin una renovación de lo alto, no podremos hacer nada que no esté manchado de egoísmo. Si el Espíritu de Dios vive en nosotros, el fruto será bueno. De lo contrario, estaremos intentando lo imposible. Los frutos de la morada del Espíritu en la vida del creyente (Gálatas 5:22,23) se harán conocidos inevitablemente.
Las obras o frutos serán claramente visibles en las palabras, acciones y conducta de los verdaderos hijos de Dios. Los resultados de vivir entregados al Señor son inconfundibles. 
Otra vez: "todo lo que el hombre sembrare, esto también segará". Gálatas 6:7
Los que buscan al Señor y hacen su voluntad se salvarán.
Los que rechazan el evangelio y hacen lo malo se perderán.
Tan simple como eso. Porque lo que hagamos nunca determinará nuestra aceptación como hijos suyos; solo mostrará de qué lado estamos en el gran conflicto entre el bien y el mal.
"Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo". 2º Timoteo 2:19
De la salvación de los demás no le toca juzgar a nadie. Es trabajo de Dios. Nuestra tarea es presentar el evangelio con toda claridad "a todas las naciones" (Mateo 24:14), no decidir si merecen ser salvos.
En cuanto a nuestra propia salvación, nos toca pedirla y confiar en que Él hará exactamente como lo prometió. No necesitamos dudar, porque él puede encargarse de hacernos triunfadores. Con la confianza sencilla de un niño debemos aferrarnos a sus promesas porque: "fiel es el que prometió" (Hebreos 10:23).
¿Eres reconocido por Dios?