lunes, 23 de mayo de 2011

FECHAS PROFÉTICAS, ¿SÍ O NO?

“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Marcos 1:14,15
En la entrada anterior publiqué una reflexión sobre la necesidad humana de poner fechas para la Segunda Venida de Cristo. Quiero ahora completar el pensamiento anterior, a partir de estas preguntas.
  1. ¿Deberíamos depender de fechas para el advenimiento de Nuestro Señor?
  2. ¿Son importantes las fechas en las profecías?
  3. ¿Cómo relacionarnos equilibradamente con este asunto?
Respecto de la primera, les remito a la entrada anterior.
La respuesta a la segunda es un enfático sí. 
Vale señalar que en la Biblia aparecen diversos tipos de fechas, literales y proféticas. 
Abundan en ella las referencias cronológicas, que resultan siempre útiles para comprobar la historicidad de  los acontecimientos que se relatan. Estas nos dan confianza en la validez de su mensaje.
Por otra parte, encontramos también dataciones proféticas que se cumplieron literalmente, como los 120 años hasta el diluvio, los 430 años que pasaría Israel en Egipto, o los 40 años de peregrinación en el desierto. No existe dificultad en aceptar estas fechas como auténticas.
El caso del Daniel es un ejemplo a seguir. Siendo él mismo un profeta, era un fiel estudiante de las profecías, que buscaba con humilde fervor interpretar los períodos proféticos: “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza”. Daniel 9:1-3
Hay, finalmente, otras que tienen a todas luces una interpretación simbólica, pues resultan incomprensibles en un marco de tiempo literal.
Para quienes creemos en la interpretación históricista de las profecías, la Biblia presenta un principio de interpretación en el que cada día en las profecías de tiempo equivale a un año (ver por ejemplo Ezequiel 4:6, Números 14:34; Levítico 25:8).
Este fue el punto de vista tradicional de la Reforma -si bien el principio es anterior a ella-, y continuó siéndolo hasta bien avanzado el siglo 19. Lo utilizaron antes expositores judíos y cristianos como Benjamín ben Moisés Nehavendí, Joaquín de Floris, Cressener, Nigrinus, Napier, Cotton, entre otros.
No fue sino hasta la Contrarreforma que se reflotaron objeciones a este criterio, basadas en las  afirmaciones de un filósofo neoplatónico ¡opositor al cristianismo! llamado Porfirio (232-303), que buscaba destruir nuestra fe.
Sus ideas sirvieron, sin embargo, para contradecir la posición de los reformadores que veían en el papado al cuerno pequeño de Daniel 7 y 8. Colocan en su lugar a un intrascendente rey seléucida de la época de los macabeos como el cumplimiento de dicha profecía.
Aceptar esta interpretación es rechazar la inspiración del libro de Daniel y la existencia misma de este profeta, pues si fue así, su libro no fue escrito en la fecha que menciona, sino en algún momento del siglo II AC (como figura en los comentarios de algunas Biblias).
Sorprendentemente, esa postura es la adoptada en la actualidad por una gran mayoría de cristianos olvidando su herencia, adquirida al costo de la sangre de los mártires.
Es de destacar que cuando Jesús comenzó su ministerio terrenal, lo hizo recurriendo al cumplimiento de un tiempo profético.
¿A cuál se refería?
Al señalado en la profecía de Daniel 9:24-27. Si no es ese, no hay otro al que puedan aplicarse sus palabras. Este período profético apartado para los judíos, concluía con el bautismo de Cristo (el Ungido), su muerte y resurrección, la destrucción de Jerusalén y la comisión evangélica.
Esta profecía autentica las anteriores, y forma parte a su vez de un período de tiempo mayor (los 2300 días/años) descripto por la visión del capítulo 8 del mismo libro.
Si Jesús mismo fundó la autoridad de su mensaje en una fecha profética, no debemos despreciar el estudio de los tiempos. Aunque no existe ninguno que nos lleve hasta la fecha de su venida, es nuestro deber conocerlos.
Repetidamente se nos amonesta a estudiarlas:
  • “No menospreciéis las profecías”. 1 Tesalonicenses 5:20
  • “Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado”. Proverbios 29:18
  • “Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca”. Apocalipsis 22:10
El tiempo está cerca. Hoy más que nunca.
Con el intenso interés de Daniel; con la firme certeza de Cristo y los apóstoles en la “segura palabra profética”; con la total convicción de quienes vemos desarrollarse ante nosotros las señales de los tiempos, debemos buscar luz del Señor para conocer lo que está por venir.
No por mera curiosidad, ni por la excitación de lo novedoso -sino en serenidad de espíritu y con todo nuestro corazón-, debemos analizar las profecías, maravillosas revelaciones de Dios para nosotros.
Ellas nos traerán paz, seguridad y reposo, al tiempo que nos protegerán de los poderosos engaños que el Maligno tiene reservados para el fin.
No debemos inquietarnos; podemos confiar que la hermosa promesa del Señor a la tribu de Benjamín se extenderá también a nuestras vidas: “Que el amado del Señor repose seguro en él, porque lo protege todo el día y descansa tranquilo entre sus hombros”.  Deuteronomio 33:12 NVI