martes, 21 de diciembre de 2010

PATAS ARRIBA

En este mundo de pecado, las cosas se han puesto patas arriba. 
Se han trastocado al punto en que casi todo lo que el Señor diseñó para que sea provechoso y feliz se ha convertido en motivo de tristeza y fuente inagotable de lágrimas.
  • Los bosques de fresco verdor se volvieron desiertos desolados.
  • La brisa refrescante se convierte en tornados, tifones y huracanes que siembran la destrucción a su paso.
  • La dulzura de la uva se ha transformado (por obra nuestra) en la amargura de la borrachera.
  • La agradable compañía de los animales se ha vuelto una molestia o un peligro (como las ratas, las cucarachas o las vívoras por ejemplo).
  • La música que debería alegrar el corazón ensordece los oídos, despierta las bajas pasiones y corrompe los sentidos.
  • La sincera amistad se ha arruinado por la desconfianza y reemplazado por la más artera competencia.
  • La tan necesaria hermandad, marca distintiva de los verdaderos cristianos, dio paso a la indiferencia de algunos y a la crítica ácida de la labor ajena por parte de otros.
  • El trabajo que dignifica se ha vuelto una estresante forma moderna de esclavitud; en la que terminamos siendo simultáneamente esclavizadores y esclavos.
  • El sexo en vez ser santo y de proporcionar placer, acarrea dolor, inmundicia y culpa, por haberlo sacado de los límites que Dios le trazó.
  • El deleitoso lazo matrimonial se echó a perder por causa de la infidelidad y las reyertas.
  • El nacimiento de un hijo es temido en vez de esperado por muchas parejas, el niño por llegar no es una bendición, sino un "error de cálculo"
Y así se podría seguir largamente...
Es dentro del alma en donde la alienación de Dios impactó con mayor fuerza. La angustia, el vacío existencial, la codicia y el desenfreno, así como la rotura de las sanas relaciones empañan lo que debería ser el gozo de vivir. Todos nuestros logros y posesiones no alcanzan a llenar la ausencia del Creador en nuestro interior.
¡Qué terrible es que las cosas que deberían ser nuestra mayor alegría se hayan convertido en nuestra mayor tristeza!
La globalización de la sociedad solo ha terminado por poner de manifiesto la globalización del dolor, la tristeza, la angustia y el desconcierto por el rumbo que lleva nuestra civilización. La misma naturaleza parece protestar por el deterioro de la condición humana.
Jesús lo expresó con ojo profético cuando dijo que en la Tierra habría "angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas". Lucas 21:25,26
También hace muchos años, Elena White escribió esta cita que describe acertadamente la situación actual:
"Está muy cerca el momento en que habrá en el mundo una tristeza que ningún bálsamo humano podrá disipar. Se está retirando el Espíritu de Dios. Se siguen unos a otros en rápida sucesión los desastres por mar y tierra. ¡Con cuánta frecuencia oímos hablar de terremotos y ciclones, así como de la destrucción producida por incendios e inundaciones, con gran pérdida de vidas y propiedades! Aparentemente estas calamidades son estallidos caprichosos de las fuerzas desorganizadas y desordenadas de la naturaleza, completamente fuera del dominio humano; pero en todas ellas puede leerse el propósito de Dios. Se cuentan entre los instrumentos por medio de los cuales él procura despertar en hombres y mujeres un sentido del peligro que corren". (Profetas y Reyes, pág. 207.)
¿Quién entre todos los habitantes del planeta, solo o en conjunto, podrá poner remedio a todos estos males?
Todos los esfuerzos en ese sentido por parte del ser humano, no han sido más que remiendos cuyo mayor efecto fue agrandar la rotura. Cada nueva "solución" trajo nuevos y acuciantes problemas, que ocultan los anteriores, pero sin dar respuesta a los más básicos reclamos de corazones hastiados de tantos pesares.
¿Quién entonces tiene la capacidad de voltear lo que está patas arriba?
Nadie más que Aquel que creó todo lo que existe, y que en el principio de los tiempos sentó las bases de una sociedad próspera, feliz y destinada a la eternidad. El muy profundo anhelo humano de alcanzar paz, justicia, salud, felicidad y trascendencia, únicamente puede ser satisfecho por el Divino Originador de estos bienes.
Así lo espero yo y así lo expresó además el salmista cuando dijo:
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío." Salmos 42:1-5