domingo, 27 de junio de 2010

CHIVO EXPIATORIO

La situación era compleja. Mis alumnos más pequeños estaban en conflicto. Las acusaciones y las atribuciones de culpa iban de unos a otros, y ambos bandos parecían tener parte de razón...
Este tipo de situaciones es harto frecuente en mi tarea docente. En ellas no solamente tengo que obrar con rectitud, además debo justificar mi intervención ante los padres, que no siempre se muestran comprensivos o imparciales.
Por lo general, mediar en los conflictos escolares o en los de cualquier otro tipo requiere de criterio para obrar, de manera que:
  • Se imparta justicia
  • Se resuelva el conflicto a satisfacción de todas las partes
  • Se restauren las relaciones
En el contexto de la lucha universal entre el bien y el mal, las variables son prácticamente las mismas que en un pequeño incidente escolar.
El acusador (Satanás) ha puesto en entredicho la justicia de Dios, creando un conflicto de magnitud cósmica. Las relaciones entre los seres creados y con su Creador ya no fueron las mismas desde aquel triste día en que la rebelión comenzó. Pero nuestro grande y sabio Creador no fue tomado por sorpresa por la aparición del pecado, sinó que comenzó a poner en práctica su plan para redimirnos, que fuera trazado en la eternidad.
Este plan, casi incomprensible para los ángeles y revelado progresivamente a los seres humanos, tenia como centro la muerte de Cristo en la cruz. Su sacrificio reivindicaría el proceder divino, pagaría la cuenta del pecado y restauraría la quebrada relación con el pecador.
En razón de su soberania, el Señor podría haber resuelto el problema sin avisar y sin consultar a nadie. Pero Él no hace nada compulsivamente, quiere que los seres inteligentes que creó no tengan dudas sobre su justicia y amor en el trato con el pecado y los pecadores.
En los servicios del santuario, Dios anticipó por medio de símbolos lo que iba a realizar por medio de Jesús. El servicio diario del tabernáculo anticipaba las solemnes verdades reveladas en el Nuevo Testamento de que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23) y que "sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos 9:22).
Cada ofrenda saldaba la culpa individual por las ofensas cometidas y restablecía al pecador a la comunión con Dios. Estas llamaban también la atención al Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo gracias a su muerte vicaria (Juan 1:29).
Pero el santuario tenía también un servicio anual (ver Hebreos 9), dedicado no al pecado individual, sinó al colectivo, en el cual se utilizaban dos chivos que cumplían un papel relevante en la ceremonia de purificación del Lugar Santísimo.
Se habla hoy de "chivo expiatorio" en singular, aunque en la Biblia aparecen dos chivos o machos cabríos que eran utilizados en el día de la expiación.
¿Qué papel cumplía cada uno y que simbolizaban?
"Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto". Levítico 16:8-10
En principio estos chivos no se diferenciaban físicamente en nada, pero luego habría gran diferencia entre ambos. Al que le caía la "suerte por Jehová" le tocaba ser ofrecido en holocausto para expiación por los pecados de todo el pueblo de Israel. Claramente, éste representa a Cristo que lleva los pecados de los creyentes para eliminarlos definitivamente, siendo expiador, no ya sustituto.
¿Qué papel cumplia el macho cabrío que quedaba vivo?
"Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto". Levítico 16:20-22
Para que la justicia sea realmente justa, no alcanza con cubrir la demanda legal (alguien debe pagar), también es necesario que el culpable reciba su merecido. Cristo, el inocente, saldó nuestra deuda con la justicia en la cruz. Pero Satanás, el instigador del pecado todavía está libre. Debe haber un momento en que cargue con su parte de culpa.
El ritual del día de la Expiación anticipaba lo que Apocalipsis 20 profetiza en cuanto al Diablo. Cuando la expiación había terminado, el chivo restante era enviado al desierto para que muriera, cargando con el castigo por los pecados del pueblo. No cumplía este animal ninguna función vicaria.
Así también el maligno será desterrado en la venida de Cristo por mil años y luego "cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió".  Apocalipsis 20:7-9
El chivo simbólico recibirá su merecido en el fuego que purificará nuestro sufrido planeta del cáncer del pecado. Su final le llegará luego de un exhaustivo proceso judicial que dejará satisfecho a todo el universo en cuanto al proceder divino. Los juicios divinos entonces inspirarán solamente alabanza. Incluso el demonio, sus ángeles y los perdidos que adhirieron a su rebelión deberán confesar que Dios es justo.
"Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre". Filipenses 2:10,11

JUSTICIA Y JUICIO

“Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Jehová, a la luz de tu rostro”. Salmos 89:14,15
Continuando con la entrada anterior, la palabra cáncer no tiene connotaciones agradables. Aunque también se refiere a una constelación y a un signo del zodíaco, casi todos la relacionamos con una temible y devastadora enfermedad. Millones de personas reciben con dolor ese diagnóstico que horroriza, y aunque hoy en día existen mejores métodos de curación que en el pasado, todavía sigue siendo temible.
El tratamiento generalmente utilizado para combatir este mal consiste en bombardear primero con radiación o con fármacos el tejido afectado y finalmente en la extirpación quirúrgica de la masa rebelde.
De modo similar obró Dios para sanarnos del terrible mal llamado pecado.
Atacó primero el carácter individual de la transgresión, destruyendo el poder del pecado en cada ser humano mediante la virtud de su sangre derramada en el Calvario. Su sacrificio en la cruz hizo posible no solo que pudiéramos ser perdonados pagando el precio de nuestra redención, también nos limpió, nos justificó delante de Dios y nos otorgó poder para vencer al pecado.
Pero todavía la redención no se completó. Aún no hemos vuelto a la casa del Padre. La amenaza sigue en pie, el pecado todavía reina en este mundo, intentando corromper lo que Él rescató.
Por ello el Señor diseñó una cirugía radical. En su segundo advenimiento y en el juicio subsiguiente, Dios acabará con el pecado para siempre. Todo lo dañado por el cáncer de la transgresión será eliminado, todo rastro de pecado desaparecerá y el mal no se levantará otra vez.
Estos dos aspectos de su trato con el pecado estaban ejemplificados en los servicios del santuario del Antiguo Testamento. Este tenía dos fases: el servicio diario y el anual. En la primera fase se satisface la justicia, en la segunda se lleva a cabo el juicio para terminar con el pecado.
En el servicio diario se presentaban ofrendas que tenían que ver mayormente con pecados individuales. La sangre derramada cubría las demandas de la ley divina y el pecador se iba perdonado. Los sacrificios representaban a Cristo como un “cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Ped. 1: 19) que moría en sustitución del culpable. El ministerio del Sumo Sacerdote reflejaba la obra de Jesús como sustituto y mediador ante el Padre. La justicia quedaba satisfecha a nivel individual.
Pero en el gran día de la Expiación, el servicio anual, se trataba con el pecado de toda la congregación: “Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová... Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel”. Levítico 16:30,33,34
Los pecados individuales habían sido transferidos simbólicamente del altar de holocaustos al santuario por medio de la sangre que se derramaba frente al velo. Ahora debían ser definitivamente quitados de su pueblo mediante esta ceremonia anual que representaba el juicio.
El Sumo Sacerdote se despojaba de sus ropas de gala, usando la túnica común de lino y realizaba un ritual distinto. Del mismo modo, Cristo lleva a cabo ahora en el cielo una función diferente, actuando como Juez en el juicio previo al advenimiento; prefigurado por ese ritual, profetizado en Daniel 7 y anunciado en el Apocalipsis.
En la siguiente entrada volveré sobre este tema.
El plan divino de la redención solamente estará completo cuando todo vestigio del mal haya desaparecido. Al igual que el cáncer, no debe quedar trazas de él, no debe haber sombra de duda que pueda oscurecer el gozo de los salvados en toda la eternidad.
Si hemos de ver el rostro de Dios, lo haremos sin mancha de pecado.
¡Aleluya!