viernes, 9 de abril de 2010

LA HORA DEL HOMBRE O LA HORA DE DIOS

En mi trabajo docente, una de las cosas que ofrece mayor dificultad, tanto entre los niños como entre los adolescentes, es que se escuchen entre sí.
Les cuesta horrores guardar silencio y esperar a que el otro termine de hablar. Ni hablar de reflexionar sobre lo que escuchan de los demás. Lo suyo parece ser lo único importante. El frenético tiempo en que vivimos hace que cada uno de nosotros se centre en sí mismo y olvide que también hay un turno para los demás. Y este es un fenómeno del que no están exentos los adultos (que suelen ser con frecuencia mucho más egocéntricos y desconsiderados que los menores).
¡Ahora me toca a mí! Tal parece ser el clamor de todos, sin dejar espacio para los demás, y menos aún para Dios.
Pero hay una hora para cada uno.
Respetuosamente el Señor nos ha cedido el turno y ha callado mientras el hombre hablaba; pero su turno llegará y tiene algo que decir a su debido tiempo.
Hay una hora para el hombre y otra para Dios.
El siguiente incidente del evangelio es muestra cabal de lo dicho.
Jesús había terminado de orar en el Getsemaní cuando los acontecimientos comenzaron a acelerarse: "Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó. Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas". Lucas 22:47-53
Por un lado, Judas y la turba que le seguía, estando endemoniados, actuaban según lo que creían ser sus propios planes. Por el otro, los discípulos buscando con desesperación soluciones humanas a un drama que excedía por mucho sus posibilidades. Pero allí estaba Jesús, dueño del tiempo y del espacio, imperturbable y sereno en medio de la agitación general.
"Basta ya" dijo, y los hombres y sus ataduras fueron impotentes para sujetarlo.
"Basta ya", y su divinidad se dejó ver, abatiendo por tierra a todos sus enemigos.
"Basta ya", y la herida fue sanada".
"Basta ya"
, era su tiempo y nada podría detenerlo.
Luego volvió a ser la hora de las tinieblas hasta el clímax de la cruz.
Después les advirtió que su tiempo volvería, en el que clausuraría completa y definitivamente la hora del mal y el dominio de Satanás.
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor". Lucas 13:34-35
El mundo se desgarra hoy en conflictos inútiles y enfrenta desastres cada vez más frecuentes y costosos en vidas y propiedades. El desplome social, político y económico está casi tan cercano como el ya vigente desplome moral de la humanidad. En vano se buscan soluciones y se invierte dinero en mantener el reino de los hombres, ignorando que su hora ya va pasando y que la hora de Dios se aproxima.
"Basta ya", claman los justos, lo repite gimiendo la naturaleza y lo exige por último la justicia.
Dios no se tarda ni renuncia. No nos abandonó ni nos olvidó. Sólo espera que llegue el día de su triunfal retorno.
Ese día será un día de victoria, "porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra". 1 Juan 2:8
Que venga tu hora Señor.