miércoles, 20 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD IV

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. Exodo 20:12
Una de las señales de los tiempos y más clara muestra del desorden que produce el pecado, es la desobediencia a los padres (ver Romanos 1:30; 2º Timoteo 3:2).
Lo veo cada vez más patente en mis alumnos, que no les hacen caso, desafían su autoridad y buscan deliberadamente ocultar a sus padres sus actividades, convirtiendo así a sus mejores consejeros en perfectos extraños (claro está que los padres tampoco están exentos de culpa en este asunto).
¿Cómo se relacionaba Jesús con la autoridad paterna? Veamos el único relato del Cristo preadolescente que nos proporcionan las Escrituras:
“Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos”. Lucas 2:41-51
Se evidencia aquí un claro orden de prioridades, presentados de modo inverso en la narración:
  • Los doctores de la ley
  • Sus padres
  • Su Padre Celestial
El  lugar preponderante en su vida lo ocupaba su  Padre Celestial; sus “negocios”, sus asuntos, tenían prioridad.
Había ido al Templo en busca de comunión con su Padre y al encontrarlo se quedó allí. En ese lugar comprendió por primera vez lo que le significaría ser “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el ritual de los sacrificios se vio a sí mismo derramando su sangre por la humanidad. Bien que los sacerdotes cumplían los ritos en forma mecánica y sin meditar en su elevado propósito, pero el  pudo discernir en la sangre de los inocentes animales lo que representaban en verdad: un anticipo de la cruz.
En la pregunta de Jesús  -“¿por qué me buscabais?”-, está implícito el hecho de que José y María no tenían nada que temer ni objetar de su conducta. Siempre les había obedecido y siempre lo haría. No se trataba de una falta el que estuviera allí; se encontraba simplemente cumpliendo su misión.
Ellos olvidaron a su Hijo (hasta que lo necesitaron), entretenidos en sus propios “negocios”, y fue por su propio descuido que pasaron tres días de agonía en su búsqueda.
¡Qué lección! No debemos tener temor de que Dios se olvide de nosotros, sino de que nuestras prioridades no estén ajustadas y nos olvidemos de buscar constantemente su presencia.
Los doctores de la ley -rabinos, escribas y fariseos entraban en esa categoría- eran tenidos por autoridades entre el pueblo. Su función era interpretar la ley divina. Pero sus tradiciones y ritos en verdad oscurecían su significado, por lo cual Jesús se diirgió a ellos para escucharlos.
No me imagino a Cristo con la soberbia propia de los adolescentes de hoy día, que creen que lo saben todo y menosprecian a los mayores. No; primero les oía y luego les preguntaba. Su actitud y sus palabras mostraban respeto, incluso a estos extraviados “biblistas”.
Sus humildes preguntas y su candor juvenil impresionaron tanto a estos hombres -que veían ante sí a alguien que comprendía las Escrituras mejor que ellos-, que pensaron en convertirlo en uno de sus discípulos.
Pero Jesús no se sometería  a sus opiniones ni seguiría sus caminos. Él era la luz del mundo y no tendría comunión con las tinieblas que rodeaban a esos orgullosos hombres. Ellos son mencionados en la historia en primer lugar tan solo porque eran los más necesitados de recibir luz.
Así, sus prioridades eran las correctas: primero Dios, luego su familia y luego los que necesitaran de su ayuda. Aunque a veces pareciera anteponer los últimos a su familia, era porque nunca su Padre y la obra que le encargó dejaban de tener la primacía. Su autoridad lo era todo. El servicio que prestaba a los afligidos era su misión, encargada por el cielo, y ésta tendría siempre preferencia por encima de cualquier otra consideración terrenal.
¿Cómo están tus prioridades? ¿Ocupa la autoridad de Dios el primer lugar en tu vida?