miércoles, 10 de agosto de 2011

HICIERON ENOJAR A DIOS

“¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel... Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (Salmos 78:40,41 y 59).
¿Se enoja Dios?
¿Qué significa esto?
Es un pensamiento que a la mayoría de nosotros nos causa inquietud, por decir poco.
Cuando pecamos ¿podemos hacerle enojar al punto de perder la paciencia?
Como docente me he encontrado en muchas situaciones que me irritaron, llevándome al límite de mi capacidad de respuesta. A veces con algunos alumnos muy difíciles de soportar; en algunas ocasiones, con grupos enteros que asumen el caos como forma de vida. Uno se cuestiona todo en esos duros momentos; sus métodos, sus actitudes, incluso su misma vocación.
¿Debería admitir mi fracaso y renunciar? De ninguna manera.
No hace ningún bien tampoco tomar este tipo de circunstancias de la vida escolar como “normales”, pues no lo son. Hay que hacer algo al respecto.
Al revivir esos incidentes en mi memoria y analizar como los enfrenté, puedo comenzar a entender la actitud de Dios.
El salmo 78 es un salmo didáctico extenso y peculiar que trata este asunto. 
Relata los actos maravillosos de Dios en favor de su pueblo y la respuesta de ellos, cargada de egoísmo, incredulidad, ingratitud y rebeldía. Fue escrito para que Israel recordara su incapacidad de seguir al Señor y para instarlos a la fe y a la obediencia. 
Serviría también de modelo del fiel trato de Dios para con todos los hombres.
“El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos Y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu” (vs. 5-8).
El propósito mismo de la existencia de los israelitas era que sirvieran de testigos del verdadero Dios, lo honraran mediante la obediencia a sus leyes y fueran el brazo ejecutor de sus juicios contra los malvados e idólatras cananeos (sus propósitos para nosotros son idénticos, a excepción del último). Pero ellos en su mayoría rechazaron seguirle y vez tras vez frustraron el propósito divino por causa de su infidelidad.
Al contrario de los que muchos piensan, en el Antiguo Testamento, la salvación tenía las mismas condiciones que en el Nuevo: “que pongan en Dios su confianza”; es decir eran justificados y salvados por medio de la fe.
Los poderosos hechos en su favor ennumerados aquí, deberían hacerles recordar el amor y la misericordia con que los trató el Señor. La increíble paciencia divina, su provisión inagotable y las inmerecidas bendiciones que recibían, deberían haber tenido algún efecto en sus vidas.
Sin embargo, a cambio de tanta bondad, Dios solo recibió... ingratitud.
Esta actitud de reiterada incredulidad se repitió en espiral descendente a lo largo de su historia.
¿Qué más podía hacer en su favor?
“Los hijos de Efraín, arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla. No guardaron el pacto de Dios, ni quisieron andar en su ley; sino que se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado” (vs: 9-12).
Ante tanta rebeldía, el Todopoderoso no se resignó a adoptar una actitud pasiva. No bastaba con dejar que recibieran las consecuencias de sus actos. En la esencia de su amoroso carácter no se encuentra la pasividad o la inacción, Él es un Dios activo.
Pero al abordar el tema de la ira de Dios, debemos hacerlo con cuidado. Sus pensamientos no son nuestros pensamientos ni sus sentimientos son iguales a los nuestros.
No deberíamos caer en un enfoque humanista y visualizarlo como un bonachón que no castiga, ni ir al extremo opuesto y enfatizar su indignación al punto de olvidar que nos ama.
Debemos tener presente al leer este salmo
  • Que su enojo va dirigido contra el pecado, no contra el pecador.
  • Que hagamos lo que hagamos, no podemos agotar su paciencia, que es infinita.
  • Que por malos que seamos no lograremos que deje de amarnos o que renuncie a nosotros.
  • Que el mal debe tener un límite
  • Que su amor no excluye su justicia.
El enojo del Señor -y perdonen mi enfoque escolar-, es sencillamente una respuesta pedagógica a la rebelión de su pueblo .
“Pero aún volvieron a pecar contra él, rebelándose contra el Altísimo en el desierto; pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto. y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto? ¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo? Por tanto, oyó Jehová, y se indignó; se encendió el fuego contra Jacob, y el furor subió también contra Israel, por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación” (vs.17-22).
Aunque él no pierde la paciencia ni se frustra por nuestra ingratitud, aunque no se tienta a tirar todo por la borda ni se deprime por la falta de respuesta, no pierde el control de la situación.
La ira divina es la justa manera en que resuelve los problemas creados por la obstinación de sus criaturas. Manifiesta simplemente las medidas correctivas que debe tomar para evitar que la situación se salga de control y muchos más se pierdan. Su enojo no es represivo sino sino restaurador.
Los juicios enviados sobre los empecinados israelitas muestran que nuestro Dios no es impasible ante el pecado. Que el no se resigna a vernos ir cuesta abajo, pues se deleita en rescatarnos. Que el daño que nuestra propia transgresión nos causa despierta en él una justa indignación, gran enojo y santa ira.
Nuestro Redentor clama: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión” (Oseas 11:8).
¡Bendito sea el Señor!
Seguimos en la próxima entrada.