sábado, 14 de enero de 2012

EL DON DE PROFECÍA

“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá”.Deuteronomio 18:18-20
¿Deberíamos creer en los profetas en la actualidad?
Muchos no creen que los profetas sean hoy un medio válido de transmitir la voluntad de Dios. Afirman que nos basta con la Biblia; que si la obedecemos no necesitamos profetas ni profecía.
Pero allí está precisamente la raíz del problema. No todos aceptan las Sagradas Escrituras como lo que realmente son: la Palabra de Dios. En consecuencia, no la obedecen.
Por otra parte, han surgido vez tras vez muchas personas que se han autodesignado profetas; pero al ser probados de acuerdo a “la ley y el testimonio” (Isaías 8:20), resultaron ser falsos.
Ahora, la presencia de una falsificación no nos autoriza a rechazar el don verdadero, antes bien constituye una prueba de su existencia.
La creencia en el don profético ha sido una constante  a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Ese maravilloso medio de comunicación entre el Señor y sus hijos ha sido de gran bendición; guiando, aconsejando, amonestando e instruyendo al antiguo Israel y luego a la iglesia.
Siempre hubo profetas que transmitieran los oráculos divinos, hombres que “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:21). El producto supremo de tal Inspiración lo tenemos registrado en las páginas de la Sagrada Biblia.
Pero las Escrituras no son la voz final de Dios. Desde que se cerró el canon a fines del siglo I hemos recorrido un largo camino, durante el cual la voz del Espíritu por medio de sus profetas no se ha silenciado. Muchos profetas no nos dejaron nada escrito, como Juan el Bautista o Agabo, por ejemplo, sin que eso desmereciera su llamado profético.
Vale preguntarse ¿En el tiempo del fin ya no se oirá la voz de los santos hombres (o mujeres) de Dios para guiar a su pueblo?
Consideremos la siguiente historia:
"Suponga que estamos a punto de iniciar un viaje en barco. El propietario nos coloca en las manos el manual de instrucciones, diciéndonos que contiene instrucciones suficientes para todo el viaje, y que, si atendemos a aquello que está escrito en el manual, alcanzaremos con seguridad nuestro destino.
Iniciando el viaje, abrimos el manual a fin de aprender lo que en el está escrito. Constatamos que el autor registró allí principios de aplicación general para nuestra orientación, y nos instruye tanto como es posible, analizando las varias contingencias que se podrán  presentar  hasta el fin. Pero también nos advierte de que la última parte del viaje será particularmente peligrosa porque el trazado de la costa está siempre modificándose en virtud de bancos de arena y tempestades.  
Para esta parte final del viaje -prosigue el autor- hice provisión de un piloto, el cual vendrá a su encuentro y lo orientará completamente en todas las circunstancias y peligros de esa porción final del viaje. Atienda sus orientaciones.
Con base en las instrucciones que están en nuestro poder, conseguimos llegar a la parte final del viaje; y el piloto, de acuerdo con la promesa, aparece. Pero algunos miembros de la  tripulación se rebelan contra él cuando nos ofrece sus servicios.
Poseemos el manual original -dicen ellos-, y eso es suficiente para nosotros. Nos orientaremos de acuerdo con el, y solo de acuerdo con el. No queremos saber nada de usted. A partir de ese momento, ¿quien está realmente siguiendo el manual original de instrucciones? ¿Aquellos que rechazan al piloto, o los que lo aceptan, siguiendo la orden del manual?”
No es racional descartar la posibilidad de que hayan nuevos profetas.
Los adventistas creemos en que hace algo más de un siglo y medio, Dios habló por medio de una mujer llamada Elena White. En cuanto mi experiencia respecto a ella, ya escribí una entrada anterior:(ver por qué creo en el don de profecía).
No obstante, hay muchos al presente, adventistas o no, que rechazan la postura de la iglesia, acusándola de ser una falsa profetisa. Con un empeño digno de mejor causa, han disecado sus escritos y examinado su vida pública, tratando de encontrar algo que criticar. Con un nivel de agresión verbal que no es digno de cristianos descalifican su obra y sus escritos. Estos -según veo-, son los que rechazan al piloto.
Los que son sinceros, primero considerarán por sí mismos y con oración toda la evidencia, la juzgarán a la luz de la Palabra de Dios y la probarán por sus frutos (Mateo 7:20). Entonces podrán aceptar la luz o rechazarla, con toda honestidad y sin culpa.
La cuestión última que surge de esto es la siguiente; si no estamos dispuestos a aceptar un profeta moderno tampoco aceptaremos ningún otro en el futuro.
¿Dejará olvidados Jesús a sus fieles de los últimos días? No me parece lógico. Creo firmemente que muy pronto hemos de ver en forma superlativa la operación del don profético, (ver Joel 2:28-32 y Apocalipsis 18:4).
¿Le haremos caso? Está en riesgo nuestra vida eterna, pues el Señor nos pedirá cuentas de la revelación profética que hayamos recibido. 
Es mi más sincero anhelo que no seamos arrastrados por los engaños finales, al no haber apreciado la luz que brilló en nuestra senda.
Que de tí y de mí pueda decirse: “damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”. 1ª Tesalonicenses 2:13