viernes, 23 de marzo de 2012

CUATRO CLASES DE TESTIGOS


Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin. Mateo 24:14
Hay en la Biblia una historia curiosa registrada en 2ª Samuel 18. Absalón se había rebelado contra su padre David, pero había sido muerto en batalla. Joab decidió enviar la noticia por medio de un siervo etíope, pero el joven Ahimaas hijo de Sadoc quiso ir también a llevar el mensaje al rey. Lo hizo corriendo con tanto entusiasmo que dejó atrás al otro mensajero; pero cuando llegó a la presencia de David solo pudo decir:”Vi yo un gran alboroto cuando envió Joab al siervo del rey y a mí tu siervo; mas no sé qué era” (vers. 29).
La lección es obvia; no alcanza con tener entusiasmo, es necesario también tener un mensaje que dar. Un testigo que no tiene nada para decir solamente trae confusión y alboroto.
No importa cuanto sepa de la Biblia, o que pueda recitar largos pasajes de memoria, o cosas por el estilo; si no ha nacido de nuevo, no tiene nada significativo que decir.
La gente no tiene necesidad de teorías abstractas, tiene necesidad del agua viva que pueda vivificar el erial de sus vidas. Desea oír el mensaje del evangelio, transmitido por aquellos que han sido transformados por su poder.
Quien no ha tenido una experiencia real con Jesús, quien que no ha trabajado, no ha sufrido y no ha entregado todo por amor a él, debería abstenerse de correr sin tener un mensaje para dar. Sus palabras harán más daño que bien.
Otra clase paradójica de testigo, es aquel que conoce, pero no está dispuesto a testificar. De esta clase de testigos mudos, la Escritura afirma que están cometiendo un pecado: “Si alguno pecare por haber sido llamado a testificar, y fuere testigo que vio, o supo, y no lo denunciare, él llevará su pecado”. Levítico 5:1
Lo que no se comunica, se pierde. El agua que no corre, se estanca y se pudre. Lo mismo pasa con el mensaje de salvación: quienes han sido testigos de su gracia pero no han compartido la bendición recibida, la perderán.
Muchos son como los leprosos sanados por Jesús, que de diez, solo uno vino a agradecer. Los otros nueve podrían gozar la bendición de la salud restaurada, se reunirían otra vez con sus familiares, pero con seguridad no contarían con la paz del alma que gozaba aquel que vino a testificar con gratitud de la sanación recibida.
Un verdadero discípulo nace al reino de Dios como misionero. Los que reciben vida de lo alto no pueden sino compartir sus bendiciones. Su testimonio es: “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida... lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” 1ª Juan 1:1-3.
La tercera clase de testigo es el testigo mentiroso. No se trata de alguien equivocado, dando un mensaje contrario a la voluntad de Dios; es simplemente un instrumento del enemigo para confundir y dañar la reputación de la iglesia. “El que habla verdad declara justicia; mas el testigo mentiroso, engaño. Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada”. Proverbios 12:17,18
Estos falsos predicadores se caracterizan por presentar verdades maravillosas y seductoras de los sentidos, pero que dejan vacía el alma. Sus predicaciones están llenas del yo e inducen a los demás a oponerse a la verdadera obra del Espíritu mediante sus siervos elegidos.
Donde sea que haya contiendas, críticas, desamor y malas sospechas, podemos rastrear fácilmente sus causas a las enseñanzas de testigos mentirosos, vestidos como apóstoles de Cristo. El efecto de sus palabras nunca moverá a la conversión, sino al desánimo, al  resentimiento y a las luchas entre hermanos.
La última y verdaderamente valiosa clase de testigo es aquel que está dispuesto a sacrificarlo todo para comunicar a otros las buenas nuevas de Cristo crucificado, resucitado y próximo a volver.
Exiliado en Patmos, el anciano Juan tuvo una visión renovada de su Salvador y nos transmitió “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto”. Apocalipsis 1:1,2
Ser un testigo es haber tenido una revelación de Jesucristo para manifestar al mundo. Ser un testigo, es ser un siervo del Dios Viviente, Ser un testigo es -finalmente- ser un vencedor.
Cuando recibimos en el alma por la fe el mensaje divino, no podemos hacer otra cosa que comunicarlo. Resulta para nosotros una alegría y un verdadero placer contar lo que Dios ha hecho en nuestra vida, del poder del Espíritu y del perdón concedido mediante la sangre de Jesús.
Al testificar de esta manera, somos guardados por el poder divino de los embates del Diablo. Su gracia nos cubre y obtenemos la victoria sobre el mundo, la carne y todo otro enemigo. Puede decirse de nosotros: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. Apocalipsis 12:11