sábado, 12 de septiembre de 2009

Una de las peores historias de la Biblia

Hay algunas historias que a criterio humano, no deberían formar parte del libro sagrado. Historias terriblemente sórdidas, sangrientas y desgraciadas, de una maldad increíble o de un desenfreno total. Al leerlas, uno se pregunta: -¿y esto por qué figura en la Escritura?-
Sin embargo están allí para enseñarnos lecciones valiosas. Ninguna carece de sentido o fue puesta para hacernos dudar del amor de Dios.
Comparto entonces lo que me resulta una de las peores historias de la Biblia, no por derramamiento de sangre o perversidad sexual, sino por ser una muestra de la total pérdida de referencias espirituales.
"En la región montañosa de Efraín había un hombre llamado Micaías, quien le dijo a su madre: —Con respecto a las mil cien monedas de plata que te robaron y sobre las cuales te oí pronunciar una maldición, yo tengo esa plata; yo te la robé. Su madre le dijo: —¡Que el Señor te bendiga, hijo mío! Cuando Micaías le devolvió a su madre las mil cien monedas de plata, ella dijo: —Solemnemente consagro mi plata al Señor para que mi hijo haga una imagen tallada y un ídolo de fundición. Ahora pues, te la devuelvo. Cuando él le devolvió la plata a su madre, ella tomó doscientas monedas de plata y se las dio a un platero, quien hizo con ellas una imagen tallada y un ídolo de fundición, que fueron puestos en la casa de Micaías. Este Micaías tenía un santuario. Hizo un efod y algunos ídolos domésticos, y consagró a uno de sus hijos como sacerdote. En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor. Un joven levita de Belén de Judá, que era forastero y de la tribu de Judá,salió de aquella ciudad en busca de algún otro lugar donde vivir.
En el curso de su viaje llegó a la casa de Micaías en la región
montañosa de Efraín
—¿De dónde vienes? —le preguntó Micaías. —Soy levita, de Belén de Judá —contestó él—, y estoy buscando un lugar donde vivir. —Vive conmigo —le propuso Micaías—, y sé mi padre y sacerdote; yo te daré diez monedas de plata al año, además de ropa y comida. El joven levita aceptó quedarse a vivir con él, y fue para Micaías como uno de sus hijos. Luego Micaías invistió al levita, y así el joven se convirtió en su sacerdote y vivió en su casa. Y Micaías dijo: 'Ahora sé que el Señor me hará prosperar, porque tengo a un levita como sacerdote'. ". Jueces 17:1-12 NVI
Pero la historia no acaba aquí. Un grupo armado de la tribu de Dan, compuesto por más de 600 hombres que buscaba un lugar "más fácil" para conquistar que el que se les había asignado, pasó por allí y viendo el santuario de Micaías y su sacerdote resolvieron despojarlo.
"Entrando, pues, aquéllos en la casa de Micaía, tomaron la imagen de talla, el efod, los terafines y la imagen de fundición. Y el sacerdote les dijo: ¿Qué hacéis vosotros? Y ellos le respondieron: Calla... y vente con nosotros, para que seas nuestro padre y sacerdote. ¿Es mejor que seas tú sacerdote en casa de un solo hombre, que de una tribu y familia de Israel? Y se alegró el corazón del sacerdote, el cual tomó el efod y los terafines y la imagen, y se fue en medio del pueblo".
Jueces 18:18-20
¡Hasta qué punto se puede perder la brújula moral!
Repetidamente el libro de Jueces repite que "cada uno hacía lo que le parecía mejor"; lo cual resultaba siempre en "mejorar" en el pecado, en mayor degradación y mayor apostasía.
Resumiendo:
  • Micaías le roba a su madre.
  • Devuelve lo robado porque era para un "buen" propósito.
  • Su madre lo bendice y fabrica con el dinero ídolos e imágenes.
  • Micaías le agrega elementos de culto y funda su propio santuario y consagra su propio sacerdote.
  • Recibe a un levita vagabundo que había abandonado su ciudad asignada y lo hace sacerdote.
  • Este se vende por unas monedas, ropa y comida.
  • ¡Entonces Micaías cree que Dios lo bendecirá por eso!
  • Un grupo de danitas planea apoderarse de Lais, una ciudad indefensa.
  • Piensan que sería bueno para ello contar con "respaldo religioso".
  • Los hombres de Dan roban sin culpa ni vergüenza lo que había en la casa de Micaías.
  • El sacerdote desagradecido "se alegra" de pasar a formar parte de una banda de ladrones.
Nadie pensó en hacer lo correcto, nadie buscó hacer lo bueno ni cuestionó el mal; no hay parámetros morales en ninguna parte del relato.
Solo contaban la conveniencia personal y la comodidad egoísta.
Ojo que estos, no hay que olvidarlo, eran el pueblo de Dios.
Cuando las tribus se establecieron en la tierra prometida, dejaron de depender del poder divino y se atuvieron a sus propios esfuerzos, fracasando por completo y cayendo en una espiral de indolencia, idolatría y mundanalidad que los llevó al borde de la aniquilación como nación.
¿Qué los llevó a esta condición? Porque es grave y casi sin esperanza.
La respuesta es simple. Olvidando a Dios.
¿Nos puede estar pasando lo mismo?
Cuando en nuestros planes Él no figura, cuando el yo es preponderante y únicamente buscamos la satisfacción de nuestros deseos, cuando el esfuerzo humano se halla en la base de lo que hacemos, por más que argumentemos y adornemos nuestras palabras, el resultado será nefasto e irá siempre en curva descendente hacia la destrucción.
Cuando tomamos nuestras decisiones sin tenerlo en cuenta, aunque creamos que estamos a su servicio, solo nos alejamos de Él. Y lo peor es que cuando lo hacemos, buscando insensatamente "cobertura espiritual", ¡hasta le pedimos que nos bendiga en nuestras empresas!
La senda de la perdición no se recorre a saltos, se avanza en ella dando un pequeño paso a la vez. Cuando adelantamos un solo pie en la dirección incorrecta, toda nuestra vida toma ese rumbo. Y a la elección sigue el inevitable resultado (ver Gálatas 6:7).
Debemos ser cuidadosos en lo que escogemos. Frecuentemente se oye decir entre el pueblo de Dios -¿qué importancia tiene esto o aquello?- sin advertir el relativismo moral que implica la afirmación, ni la dirección en que nos llevarán nuestras decisiones.
Me resulta también sin sentido la afirmación de algunos que dicen: "yo soy adventista/cristiano de cuna"; porque entiendo que llegamos a ser hijos de Dios por medio de una elección consciente, constante y madura en respuesta al llamado del Espíritu del Señor y no por abolengo.
Por nuestra propia seguridad no debemos confiar en lo que ya logramos ni llegar a ser una iglesia de tradiciones, más bien tenemos que ser una iglesia que revise constantemente su brújula espiritual y busque decididamente rendirse a Dios de corazón.
Cada generación del pueblo de Dios que se levanta debe revalidar sus credenciales. Cada joven, niño o adulto debe a cada paso decidir a quien servir individualmente para que el conjunto lo haga con éxito. Nuestro Salvador espera ansiosamente por ello.
Respondamos hoy afirmativamente a las palabras del himno:

¿Quién está por Cristo? ¿Quién le servirá?
A salvar a otros ¿quién le ayudará?
¿Quién dejando el mundo, contra el error
luchará por siempre al lado del Señor?

(Himnario Adventista Nº 363)