jueves, 26 de enero de 2012

DESVALORIZACIÓN DE LA PALABRA

“Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino... El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia”. Salmos 15:1-4
Cuando vivían mis abuelos, la palabra empeñada era de más valor que un documento firmado. En la época de mis padres, la palabra era garantía de buenas intenciones. Hoy en día, cuando alguien dice o promete algo, casi con seguridad es señal de que piensa hacer todo lo contrario.
Asistimos a una verdadera desvalorización de la palabra. Las promesas, los compromisos, los pactos, los acuerdos y los juramentos están para romperse. Se hacen o se dicen para escapar de alguna situación incómoda o para “quedar bien” ante los demás, pero sin la intención de cumplirlos a rajatabla.
Los testigos ante el jurado, los novios ante el altar, los socios comerciales; todos juran decir la verdad y cumplir o mantener su palabra, pero... ¡con cuanta frecuencia estos vínculos sellados verbalmente se hacen añicos sin el menor remordimiento!
Se miente, se falsea y se incumple deliberadamente. Incluso el aviso previo de que alguien no podrá cumplir con su palabra es algo que va quedando en el pasado.
Felizmente, hay excepciones. Grandes, sorprendentes y maravillosas excepciones. Conozco personas que son incapaces de mentir o de prometer algo que no puedan cumplir. Todavía hay algunos de entre mis amistades que no desvalorizan lo que sale de sus labios. Son pocos, pero buenos.
Quisiera decir que todos ellos son cristianos; pero faltaría a la verdad. Muchos que no comparten mi fe son más veraces que aquellos que han tomado el nombre de Jesús para sí. 
Esto es verdaderamente trágico. Los cristianos deberíamos ser conocidos por nuestra sinceridad, porque el Señor enseñó: “sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37).
Agrego a lo dicho algunos consejos bíblicos:
  • “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Mateo 12:36,37
  • “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas”. Eclesiastés 5:4,5
  • “Hijo mío, si salieres fiador por tu amigo, si has empeñado tu palabra a un extraño, te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios”. Proverbios 6:1,2
Y no escribí todo lo anterior porque sea un viejo anticuado, de aquellos que piensan que “todo tiempo pasado fue mejor”.
No, creo que la desvalorización de la palabra responde a algo más amplio que a la descomposición y el rebajamiento de la sociedad (que se evidencian por si mismos). Entiendo que este mal es parte del plan satánico destinado a oscurecer la verdad, socavar la fe y la confianza, y extinguir el amor fraternal.
Si, como afirman algunos, cada uno tiene “su verdad”, ¿dónde queda la mentira?
Si todo es relativo, y mentir es una costumbre aceptada en la sociedad, ¿en qué lugar colocaremos las verdades del evangelio? ¿Y las de la Biblia?
Si no podemos confiar en la palabra de los ministros religiosos, o en la de nuestros hermanos, ¿en quién confiaremos? ¿Son todos unos falsarios?
Cuando Jesús se presenta a sí mismo en el Apocalipsis se lo llama “el testigo fiel y verdadero” (Apocalipsis 1:5 ; 3:14). Él es la palabra encarnada, el LOGOS viviente, que no puede mentir, porque en su boca no hay engaño (Isaías 53:9).
Sus fieles también deberían ser conocidos por esta característica. La iglesia del Dios viviente no puede tener ninguna comunión con lo que procede de Satanás, el padre de la mentira. Debemos ser totalmente veraces, sinceros y fieles, al igual que los discípulos, que cuando hablaban, la gente reconocía que habían estado con Jesús (ver Hechos 4:13). 
El que tiene la verdad en el corazón la tiene también en su boca.
La completa integridad del creyente tiene que alcanzar también a sus palabras si quiere ser contado entre los 144.000, el remanente final; de los cuales se dice: “en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios”. Apocalipsis 14:5
¿Hay verdad en tu boca?