miércoles, 20 de mayo de 2009

EL MÁS GRANDE DE TODOS LOS PECADOS II

Mi infancia y mi juventud transcurrieron entre motores. Primero en la vieja central eléctrica donde trabajaba mi padre y luego en el taller de rectificación de motores que estableció.
De todas las actividades del taller, siempre cautivó mi atención la soldadura.
Veía con frecuencia a los operarios usar con destreza los diferentes tipos de soldadura para unir partes metálicas que se habían roto o para cubrir agujeros y rajaduras. Parecía que todo tenía arreglo con un poco de soldadura.
Pero en el terreno espiritual, ¿hay alguna clase de soldadura? La respuesta no se halla en un simple sí o no.
Comencemos primero considerando el carácter de Dios y su relación con el mal.
"Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: !!Jehová! !!Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró". Éxodo 34:6-8
Él es un Padre amoroso, perdonador y misericordioso, pero también es un Dios que no pasa por alto nuestras faltas ni evita sus consecuencias. (ver las entradas: El problema del pecado I y II)
No deberíamos entonces minimizar el pecado ni ignorarlo, pues Dios no lo hace.
Cuando éste halla cabida en el corazón, produce efectos visibles e invisibles. Los visibles son los que generalmente ponderamos, juzgamos y condenamos, como el adulterio, la mentira, el homicidio, la intemperancia, etc.
Los invisibles (el orgullo, el egoísmo, la vanidad, los malos pensamientos, etc.), por su misma naturaleza, son mucho más peligrosos y más difíciles de desarraigar.
David comprendiendo esto, exclamó: "¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión". Salmos 19:12,13
El problema de Laodicea, no consiste en la tibieza, sino en que cree no necesitar nada y no se da cuenta de su real situación. El Testigo Fiel le dice:"y no sabes que eres desventurado, pobre, miserable, ciego y desnudo" - Apocalipsis 3:17
Como el arrogante fariseo de la parábola contada por Jesús, el laodicense da gracias por ser mejor que los demás, sin ver que está condenándose en su misma oración.
Esta condición de ignorancia voluntaria, lleva inevitablemente a la auto justificación.
Pero, ¿cómo cambiar sin sentir necesidad de cambio? (pues la iglesia necesita cambiar con urgencia, y mucho). Los remedios que se proporcionan a la iglesia de Laodicea son la clave:
"Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas." Apocalipsis 3:18
Todos estos bienes se compran de Dios "sin dinero y sin precio" (Isaías 55:1), las gracias celestiales no se consiguen por nuestros propios esfuerzos, sino de pura gracia.
Oro refinado en fuego: el amor y la fe son la áurea soldadura que el cielo utiliza. Pero lo que es de mayor valor no se alcanza en la comodidad o en la complacencia. Es en el fuego de las pruebas donde conseguiremos los dones que nos habilitarán para vencer en el tiempo final.
Vestiduras blancas: la justicia perfecta de Cristo es lo único que nos justificará en el juicio.
Colirio: la iluminación del Espíritu Santo nos permitirá ir a Dios buscando justicia y perdón.
Los laodicenses no están sin esperanza ni fuera del alcance de la gracia, pues recordemos que el Señor disciplina y reprende "a los que ama"
Laodicea es sin duda la iglesia del tiempo final, (pues no hay una octava iglesia en el Apocalipsis) y espera ansiosamente recibir sanidad. Tú y yo, los que decimos formar parte de ella debemos clamar por estos bienes prometidos por nuestro amoroso Testigo Celestial.
Cuando lo hagamos, el Rey de reyes vendrá a buscarnos.