sábado, 1 de mayo de 2010

PERMANECER EN LA VERDAD

Todos sabemos que el agua y el aceite no se mezclan. O tal vez como yo, creíamos tenerlo por cierto....
Trabaje en un tiempo con mi suegro en su taller de herrería y pude ver con asombro el líquido refrigerante casero que preparaba. Primero hacía una solución jabonosa y luego agregaba una parte de aceite industrial; entonces, ¡maravilla química! el aceite se mezclaba perfectamente con el agua.
El enemigo de las almas es experto en mezclar agua y aceite, mentira y verdad. Intenta, (generalmente con mucho éxito) presentar sus sofismas mezclados con alguna verdad impactante, de modo que las almas incautas se centren en los aspectos desfavorables del mensaje o de los mensajeros del Señor, produciendo división, contiendas y acusaciones cruzadas de apostasía.
Vivimos en un tiempo de intensa confusión doctrinaria, con "cristianos" (las comillas son intencionales) fervientemente ocupados en convencer a otros del error de su posición con palabras agresivas y mordaces, que revelan que el espíritu que los mueve no procede del Padre. Esta es una de las razones por la que renuncié a participar en foros.
Los resultados de tales actitudes son siempre deplorables, porque avergüenzan a la causa de Dios ante el mundo, jamás traen un ápice de claridad en cuanto a la doctrina y resultan siempre en tercas y agrias disputas donde el yo resalta supremo. Evidencian lo poco que conocemos de la gracia transformadora del manso Jesús, que trae paz, amor y benevolencia al carácter de quienes lo reciben.
¡Cuánto mejor sería que toda esa energía se usara para predicar el evangelio y en socorrer a los perdidos!
Pero esto no es nada nuevo, ya en los tiempos apostólicos Juan escribió: "Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo". 1ª Juan 2:18-22
Ninguna mentira procede de la verdad. El agua no es aceite por más que puedan presentarse mezclados.
Los contenciosos tristemente ignoran hacia donde los llevarán sus esfuerzos. Creen ser defensores de la verdad, cuando en realidad trabajan para los poderes de las tinieblas. Creen con firmeza que los demás están en el error y sólo ellos tienen la verdad.
Vale para éstos (y para mí también) el sabio consejo del pasaje siguiente: "Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres... Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios". Hechos 5:34-39
La iglesia permanecerá, pues el Señor lo prometió, pero los que escuchan los cantos de sirena del diablo y fundan su fe en palabras de hombres, verán desvanecerse su obra, que será desecha por el fuego del día final.
Ninguna verdad procede tampoco de la mentira.
Si la experiencia de la iglesia procedió del Espíritu Santo, no puede estar asociada al error. Cristo afirmó: "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad". Juan 16:13
Resulta claro entonces que a lo largo de la iglesia, su divino Conductor jamás ha entregado a su pueblo medias verdades o permitido que el error coexista con la verdad. La mentira tiene su propio padre, Satanás.
Desde la fundación de la iglesia existieron en ella hombres de distintos temperamentos, con ideas propias y conceptos equivocados acerca de los planes de Dios, como Santiago y Juan que querían pedir que bajara fuego del cielo para que consumiera a los poco hospitalarios samaritanos. Para estos, como a algunos discípulos actuales, vale la respuesta de Jesús: "vosotros no sabéis de que espíritu sois" (Lucas 9:55)
Los apóstoles, los que formaban la "iglesia del desierto", los hombres de la Reforma, los valientes misioneros de siglos anteriores o los pioneros adventistas no estuvieron libres de errores o exentos de defectos de caracter. Rodeados de debilidad, a medida que avanzaban por fe, fueron también creciendo en el conocimiento y discerniendo más claramente la luz que procedía del cielo y guiaba su mensaje.
Pero la ignorancia o el error de los hombres no invalida el poder ni la procedencia de la verdad que proclamaban.
Debemos hoy examinar con honestidad y fervor nuestra propia experiencia a la luz de la Biblia para ver si el espíritu que nos mueve es del Señor.
¿Estamos viviendo en obediencia a su palabra? ¿El amor de Dios por los perdidos llena nuestro corazón? ¿Es la verdad divina más preciosa que nuestra propia vida?
La obediencia a su voluntad es el gran parámetro: "Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él... el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado". 1ª Juan 3:19,24
Cuando se levantan las objeciones sobre la experiencia del pueblo que espera la venida del Señor, tengamos siempre presente que los argumentos o la experiencia del mayor de los predicadores, no importa la reputación que se le atribuya, no es en modo alguno superior a "la segura palabra profética".
Ninguna mentira procede de la verdad. "Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza". 2 Pedro 3:17