“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
Una  de las cosas que están cada vez más ausentes de la vida cristiana es la  participación. No hablo de participar en los grandes eventos de  evangelización, en convocaciones multitudinarias, agradables reuniones  sociales o campamentos, sino en participar de la vida del evangelio. 
¿Qué implica participar del evangelio?
Desde la óptica del apóstol Pablo, participar es sufrir dificultades, persecusión y todo tipo de incomodidades. 
No  presenta su ministerio como el de alguien que solamente tiene que  preparar buenos sermones, viajando con comodidad de un lado a otro,  parando en buenos hoteles y recibiendo toda clase de atenciones. 
Nada  de popularidad, de megaiglesias, o de estadios llenos con música  potente y cantantes pagos. No había expectativas de recibir diezmos  abundantes o dinero de la venta de sus libros. 
Ni  por asomo soñaba en participar en política, en programas de opinión  televisiva, o en movilizaciones para “cambiar la sociedad”. Más bien,  era por principio un excluido de ella. 
Escribiendo a Timoteo le dice: “no  te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso  suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder  de Dios” (2ª Timoteo 1:8).
Y también “Acuérdate  de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a  mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de  malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo  soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la  salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2ª Timoteo 2:8-10).
¿Participa hoy la mayoría de nosotros de este espíritu? 
Me temo que para buena parte de los cristianos nos resulta desconocido. 
Aunque  en algunos lugares nuestros hermanos ya están siendo perseguidos, sea  individual o colectivamente, la abrumadora mayoría vive (¿vivimos?) un  evangelio que no levanta oposición y le da descanso al diablo. 
Pero  se acerca el día en que participar volverá a ser una actividad de alto  riesgo. 
Ni bien se despierte la iglesia de su sueño, recuperando su  fervor misionero y su amor por las almas, se levantarán nuevamente los fuegos de la persecusión y la intolerancia (y en un grado jamás  alcanzado).
Pero esta perspectiva no debería inquietarnos, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
En  realidad, la oposición resulta necesaria para separar la paja del buen  grano, las ovejas de los cabritos, el trigo de la cizaña. Es el medio  aprovechado por el Señor para que se haga evidente quiénes son sus  verdaderos discípulos. Las dificultades prueban las almas y fortalecen  la fe, pues cuando tenemos abundancia resulta fácil declararse  cristiano, pero en la escasez muchos aflojan y se apartan. 
Los panes y  los peces atraen gente, pero el oprobio y el rechazo atraen a verdaderos  discípulos. 
No esperemos un tiempo futuro lleno de peligros para reaccionar. Dios espera que participemos ahora mismo. Tenemos  las armas para enfrentar tal lucha, cual es el poder  el poder del Espíritu Santo, el  amor de Cristo y el dominio propio que surge de una firme y fiel  adhesión a su causa. 
Participar de los sufrimientos de Cristo es más que un honor para los verdaderos creyentes. “Palabra  fiel es esta: si somos muertos con él, también viviremos con él; si  sufrimos, también reinaremos con él;    si le negáremos, él también nos  negará. si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a  sí mismo” (2ª Timoteo 1:11-13).
Participemos  del espíritu correcto, el espíritu que impera en el cielo. El mismo  espíritu de abnegación y renunciamiento propio que caracterizó la vida  de Jesús en la tierra, y que por largo tiempo los ángeles han esperado  ver manifestarse en nosotros. 
Participemos con valor del avance del evangelio, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
¿Lo tenemos?

