jueves, 30 de junio de 2011

GENERACIÓN VENCEDORA III

“Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente... y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios”. Apocalipsis 14:1, 5
Veamos ahora la tercera generación de vencedores. Ya no se trata de un grupo reducido de seguidores de Cristo, ni del pueblo de Israel. Es un grupo singular que en el Apocalipsis aparece como vencedor.
De su identidad y características ya escribí en otras entradas (ver los 144000 sellados I y los 144.000 sellados II). Quisiera ahora concentrarme en su victoria.
Este grupo -compuesto por los fieles del tiempo final-, alaba a Dios por su salvación: “Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra”.(vs. 3).
El capítulo siguiente retoma esta escena de adoración y agrega sustanciosos detalles: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.” Apocalipsis 15:2,3
Los 144.000 sellados del Apocalipsis aparecen aquí como vencedores definitivos del pecado.
¿Cómo será posible?
A lo largo de la historia, los hijos de Dios hemos luchado con el pecado, venciendo y siendo en ocasiones vencidos por su poder ¿Tendrán ellos algo que los demás no hemos alcanzado?
En los ejemplos de las entradas anteriores hice hincapié en que, tanto los israelitas de los días de Josué como los discípulos, no tenían nada especial. Todavía más; las circunstancias, su entorno, la educación recibida y sus acciones anteriores les jugaban en contra.
Lo mismo puede aplicarse a cada hijo de Dios victorioso. Todos somos pecadores, débiles y sin fuerzas para resistir al pecado.Nadie llegará a ser perfecto por sus esfuerzos, o por alguna otra característica intrínseca. Ninguno de los santos de la antigüedad, o del presente, o del porvenir pudo o podrá atribuirse mérito alguno en la redención, pues nunca hubo ni habrá otra forma de alcanzar la salvación que mediante la sangre de Cristo.
Por ello, las alabanzas de esta hueste se elevan al único Autor de su salvación. Sin embargo, aunque reconocen su absoluta dependencia del Creador y Redentor, su canto expresa una experiencia singular, por lo que éste es llamado “un cántico nuevo”, que proviene de una experiencia diferente a la del resto de los mortales.
Se lo llama también el “cántico de Moisés... y del Cordero”; en referencia al canto de victoria de los israelitas después de cruzar el Mar Rojo, y también es el canto del Cordero, pues él fue quien les concedió la definitiva liberación.
Así, “ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” Apocalipsis 12:11
Entonces, ¿qué tendrán de diferente?
Mucho, en muchas maneras:
  1. El mal habrá llegado al colmo, como en los días de Noé. Los pecadores estarán ya tan empedernidos que no habrá lugar para el arrepentimiento (Mateo 24:37,38).
  2. Cada ser humano será sellado y llevará una marca; la del Espíritu Santo para obediencia, o la de la Bestia para perdición.
  3. El evangelio habrá sido predicado al mundo entero con el poder de un nuevo Pentecostés; todos habrán ya decidido su suerte, sea en favor de Dios y su ley, o del lado de las conveniencias humanas. (Mateo 24:14).
  4. Esto levantará oposición y desatará una persecución global para eliminar de la tierra a los fieles (Apoc. 13:12-17).
  5. La intercesión de Cristo por los pecados habrá llegado a su fin (Apocalipsis 22:11).
  6. La tribulación y la persecución separarán al trigo de la cizaña. Los fieles verdaderos ya no serán estorbados por los inconversos (1ª Juan 2:19).
  7. La perspectiva de pérdida de todo bien terrenal fijará sus afectos en el cielo.
Tal vez pueda encontrar otras razones, pero lo cierto es que esta generación -que espero que la integremos tú y yo-, será totalmente fiel o estará completamente perdida. No habrá otra alternativa.
La gracia divina, la plena habilitación del Espíritu, las circunstancias apremiantes y su propia decisión de mantenerse fieles, los habrán llevado a esta suprema condición victoriosa.
Serán testigos del triunfo divino, cuando todas las potencias opositoras de la tierra y del infierno se hayan reunido para combatirlos, pues no luchan estos contra hombres, sino contra el Señor Todopoderoso.
¿Cuál será el resultado de esta batalla?
“Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles”. Apocalipsis 17:14
Roguemos hoy al Señor el privilegio de estar con él y ser parte de esa compañía.

lunes, 27 de junio de 2011

GENERACIÓN VENCEDORA II


“Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres”. Hechos 5:12-14
¿Todo un pueblo fiel al Señor? ¿Es posible?
Los que entraron en Canaán bajo el mando de Josué fueron un pueblo singular, porque dejando atrás la rebelión de su padres, trascendieron su entorno familiar apóstata y las circunstancias que los rodeaban para consagrarse por entero a la causa de Dios y ser victoriosos.
La siguiente generación de vencedores aparece luego de la resurrección de Cristo. 
Los apóstoles, que durante el ministerio terrenal del Salvador se habían peleado, envidiado y tenido celos uno del otro; que habían demostrado serias deficiencias de carácter y falta de humildad; llegaron entonces a ser poderosos en la verdad.
Los mismos hombres débiles que le habían negado, que habían huido cuando su Señor más necesitaba de su apoyo (recuerda, todos le dejaron, no solamente Pedro), mediante la obra del Espíritu Santo, se convirtieron en campeones del evangelio.
¿Cómo fue posible que pasaran de cobardes a valientes? 
Nadie lo hubiera creído -ni el pueblo y menos aún los sacerdotes- apenas algunos días atrás.
Hasta allí habían caminado con su Redentor sin reconocerlo plenamente. El egoísmo de sus corazones y las tradiciones de los hombres habían oscurecido ante sus ojos la Luz del Mundo. 
Pero al verle resucitado y glorificado, al ser iluminados para comprender la verdad, renació en ellos la esperanza. Su corazón se doblegó, y se arrepintieron, se pidieron perdón unos a otros y buscaron con tremendo fervor el poder del Espíritu.
Cuando los hombres renuncian a sí mismos y a la grandeza mundanal, se humillan ante Dios y buscan solo su aprobación, los frutos no se hacen esperar. La bendición prometida llegó y los cambió por completo.
La Inspiración pinta de ellos y de los demás discípulos, bellos cuadros de unidad, desprendimiento, armonía y fe:
  • “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos“. Hechos 2:46,47
  • “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Hechos 4:31-33
  • “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”. Hechos 9:31
El testimonio que daban era tal que dejaba fuera a los inconversos. Su propia vida era más poderosa que sus palabras. Eran reconocidos como fieles hasta por sus acérrimos adversarios. Rebosaban de amor mutuo y pasión por las almas. Una iglesia tal no podía sino crecer sin límite.
Aunque no estaban libres de errores y defectos, el amor que reinaba entre ellos había aplastado las diferencias, las contiendas y el orgullo personal.
La causa de Dios ocupaba para ellos el primer lugar, y el siguiente, y todos los demás. No había lugar para ninguna otra cosa que para Cristo.
El pecado, que había causado la muerte de su Señor les parecía aborrecible y odioso. No querían tener nada que ver con él.
Así, los cobardes y desalentados discípulos llegaron a ser vencedores. Con razón la revelación profética caracteriza su período como el de un poderoso jinete montando “un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer”. Apocalipsis 6:2
Imitemos su ejemplo.

sábado, 25 de junio de 2011

GENERACIÓN VENCEDORA I

“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. Apocalipsis 3:21
Hace algún tiempo escribí en este blog una serie de diez temas sobre la fidelidad, titulada "Fidelidad Extrema". Lo hice convencido de que nos hallamos ante el imperativo de vencer.
Nadie duda que una fe grandiosa anidó en personas tan notables como la virgen María, Moisés, Daniel o Elías. Lo que cuesta creer es que la iglesia hoy, en su conjunto, pueda alcanzar tal grado de fidelidad y mantenerse así. Una cosa es la lealtad individual al Señor y otra la de todo un pueblo.
La iglesia de Dios hoy -vapuleada a veces por sus propios miembros-, se compone de trigo y cizaña, de ovejas y cabritos, de fieles y no fieles. Mucho del testimonio que damos como cuerpo  avergüenza a nuestro Señor en lugar de honrarlo.
Sin embargo, en diferentes períodos de la historia sagrada, aparecen tres grupos que son considerados fieles por Dios mismo, en los cuales no ve nada incorrecto ni pecaminoso. El primero en el Antiguo Testamento, el siguiente en el Nuevo Testamento, y el tercer grupo en un futuro inmediato a nosotros (¿Tal vez ahora mismo?).
  • Los israelitas que entraron en Canaán.
  • La iglesia apostólica.
  • Los 144.000 sellados del Apocalipsis.
El primero de ellos, que vamos a considerar aquí, fue la generación que inició la conquista de Canaán bajo el mando de Moisés y luego de Josué.
Ante el victorioso avance de las huestes hebreas, el rey Balac de Moab soborna a Balaam para que los maldiga; pero sus maldiciones se convirtieron en bendiciones. El corrupto profeta se vio forzado a decir bajo inspiración: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? He aquí, he recibido orden de bendecir; El dio bendición, y no podré revocarla. No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. Números 23:19-21
¿Cómo fue que esta generación llegó a merecer el elogio del Señor?
Se suele decir generalmente: “de tal palo tal astilla”. Pero es asombroso considerar sus antecedentes Todos ellos eran hijos de los que habían salido de Egipto, y que por causa de su terrible incredulidad y rebeldía, habían muerto en el desierto.
Es posible que de padres buenos pueden salir hijos malos; pero... ¿de padres incrédulos pueden salir hijos llenos de fe?
Ellos son un fuerte reproche para los que disculpan el pecado amparándose en las circunstancias, en el entorno o cualquier otra cosa. Trascendieron todos esos “obstáculos” y resultaron victoriosos.
Durante cuarenta años, desde la salida del cautiverio, habían visto tanto las maravillas de Dios como la respuesta negativa de sus padres. Fueron testigos del cruce del Mar Rojo y también de la idolatría en el Sinaí; vieron caer el maná, las codornices y el agua de la roca, pero escucharon también a sus progenitores despreciar tales bendiciones (Cualquier relación que hagamos con la iglesia actual ¡no es casualidad!).
En la rebelión final en Cades, los apóstatas dijeron que preferían morir en el desierto y cuestionaron que sus hijos llegaran hasta allí para ser  “presas” de los cananeos. Pero el Señor les aseguró que esos mismos niños entrarían en la Tierra Prometida.
La promesa divina se cumplió en detalle. Ellos pudieron entrar y poseer la tierra; sus padres perecieron en el desierto. Tampoco fue por casualidad.
La victoria en la vida cristiana se obtiene por medio de la gracia y el poder de Cristo; pero está determinada finalmente por las decisiones que tomamos.
Habiendo visto los amargos frutos de la rebelión en sus propias familias, decidieron ponerse del lado del Líder de Israel en lugar de luchar contra él. Y aunque actuaron de causa a efecto, no fue una determinación meramente racional, sino una actitud de fe.
Jugaron su suerte con la verdad y se mantuvieron fieles hasta el punto en que pudo decirse de ellos “No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. Números 23:19-21
Con seguridad en el futuro pecarían y cometerían errores -como en Baal-Peor o en el caso de los gabaonitas-, pues no hay tal cosa como santidad inherente. Pero en ese momento estaban sin mancha delante de Dios y el los veía con agrado.
Habían alcanzado el blanco y ante ellos se extendía un horizonte de resonantes victorias, en tanto pusieran siempre su confianza en el Todopoderoso Dios de Israel.
¡Qué maravilloso cuadro presentaban esos hijos fieles!
De la iglesia del desierto bien podía decirse “¿Quién es ésta que se muestra como el alba, Hermosa como la luna, Esclarecida como el sol, Imponente como ejércitos en orden?” Cantares 6:10
¿Y nosotros...?

lunes, 20 de junio de 2011

A NUESTRO FAVOR

“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Romanos 8:31
Ayer fue el día del padre en la Argentina y se podía ver que todavía la figura del padre sigue siendo muy importante y valorada.
El padre simboliza fuerza, seguridad, estabilidad, defensa y protección.
Por elllo, quizás hayas escuchado a los niños pequeños amenazar a sus oponentes diciendo: ¡Espera que venga mi papá y ya verás!
Es que para los niñitos, su papá es como un superhéroe todopoderoso, la imagen misma de un ángel protector. A su lado sienten que no hay nada que temer.
Pero desde los tristes días en que Adán y Eva pecaron, todos nos hallamos separados de nuestro Padre Celestial. Tan enorme resulta el poder del pecado y tan graves sus consecuencias, que, librados a nuestra suerte, no tendríamos ninguna esperanza de salvación. Estamos indefensos, destituídos de su gloria, siendo justamente acusados y condenados por la ley de Dios.
Sin embargo el apóstol Pablo afirma que nuestro amante Padre está a nuestro favor, que su poder aún es abrumadoramente superior a las fuerzas del enemigo, por lo tanto la victoria está asegurada.
Él está a nuestro favor; ¿qué te dice esto?
En un pasaje que resuena como un himno de triunfo, nos asegura con estas maravillosas palabras que: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Romanos 8:32
Dios no es mezquino ni miserable; cuando dio a Jesús, volcó todo el cielo en un solo don. Nada mejor podía dar y por lo tanto, cualquier otra cosa que nos pudiera hacer falta en la lucha contra el pecado, le resulta fácil de otorgar. Sus recursos son ilimitados y su poder supera toda expectativa.
¿Por qué entonces los cristianos somos tan temerosos y vacilantes?
¿Por qué dudamos de su amor, de su gracia y de su poder para salvar?
Él está a nuestro favor. No temamos.
Después de levantarnos del abismo del pecado, ¿nos dejará caer nuevamente en el?
Para Pablo, la implícita respuesta era un rotundo NO.
Y agrega con total seguridad y sublime confianza: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Romanos 8:33-39
Él está a nuestro favor ¡Qué seguridad!
Puedes ser hoy más que vencedor si tan solo lo crees y le permites actuar en tu vida.

domingo, 19 de junio de 2011

ALEJAR LA INQUIETUD Y LA DUDA

"¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?" Mateo 14: 31
"Cristo vino al mundo para enseñar que si el hombre recibe poder de lo alto, puede llevar una vida intachable. Con incansable paciencia y con simpática prontitud para ayudar, hacía frente a las necesidades de los hombres. Mediante el suave toque de su gracia desterraba de las almas las luchas y dudas; cambiaba la enemistad en amor y la incredulidad en confianza".-MC 15.
"No es prudente que nos miremos a nosotros mismos y que estudiemos nuestras emociones. Si lo hacemos, el enemigo nos presentará dificultades y tentaciones que debilitarán la fe y destruirán el valor. El considerar detenidamente nuestras emociones y ceder a nuestros sentimientos es exponernos a la duda y enredarnos en perplejidades. En vez de mirarnos a nosotros mismos, miremos a Jesús.
Cuando las tentaciones os asalten, cuando los cuidados, las perplejidades y las tinieblas parezcan envolver vuestra alma, mirad hacia el punto en que visteis la luz por última vez. Descansad en el amor de Cristo y bajo su cuidado protector. Cuando el pecado lucha por dominar el corazón, cuando la culpa oprime al alma y carga la conciencia, cuando la incredulidad anubla el espíritu, acordaos de que la gracia de Cristo basta para vencer al pecado y desvanecer las tinieblas".-Id. 193 (traducción revisada).
"El alma que ama a Dios se eleva por encima de la niebla de la duda; obtiene una experiencia brillante amplia, profunda y viviente y llega a ser humilde y semejante a Cristo. Su alma está dedicada a Dios, escondida con Cristo en Dios. Será capaz de soportar la prueba del abandono, el abuso y el desprecio, porque su Salvador sufrió todo eso. No se sentirá molesto ni se desanimará cuando sobrevengan las dificultades, porque Jesús no falló ni se desanimó. Todo cristiano será fuerte, no en la fortaleza y los méritos de sus buenas obras, sino en la justicia de Cristo que le es imputada por la fe. Es una gran cosa ser humilde y manso de corazón, puro y sin contaminación, tal como lo fue el Príncipe del cielo cuando anduvo entre los hombres".-SDABC7 907

sábado, 18 de junio de 2011

SANIDAD TOTAL

“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” Mateo 4:23
La triple misión de Cristo se revela en este pasaje. Había venido a este mundo para ser su Salvador; pero no se conformaba con eso. Su amoroso corazón no toleraba ver la miseria en que sus criaturas se hallaban sumidas, y por estos tres medios procuraba alcanzarlos, elevarlos y bendecirlos.
Enseñarles a llevar una vida mejor consigo mismos, para con los demás y con Dios; predicar las buenas nuevas de salvación, eran su manera de despertar las energías del alma, del cuerpo y la mente a las realidades celestiales.
Sus sencillas pero profundas enseñanzas, sus admirables sermones, llegan hoy a nosotros con poder no disminuido por el paso de los siglos. Hay también un enorme poder en sus preciosas parábolas y sus claras instrucciones. Deberíamos guardarlas profundamente en el corazón y aplicarlas en la vida diaria
¡Qué diferente sería nuestra sociedad si sus palabras se enseñaran hoy en cada hogar y en cada escuela!
Pero los milagros de sanidad tenían un objetivo diferente. Iban más allá de restaurar la salud del cuerpo. Tenían el propósito de revelar el carácter amoroso del Padre Celestial a quien representaba; despertar la fe y  la gratitud hacia Dios. Sanaba además para mostrarse como el divino Portador de nuestras cargas, “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”. Mateo 8:17
Así los milagros de sanidad revelaban el propósito restaurador de Dios, su ferviente anhelo de que su imagen vuelva a ser implantada en el alma. El ser humano pecador, caído y presa de todo vicio podía ver en ellos un anticipo del cielo, en el cual todo es salud, belleza y perfección.
“Jesús dijo, describiendo su misión terrenal: Jehová "me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me a enviado para proclamar a los cautivos, y a los ciegos recobro la vista para poner en libertad a los oprimidos". (Lucas 4: 18), esta era su obra. Pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos de Satanás. Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra demostraba su divina unción. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres”. El Camino a Cristo pag. 12
¡Qué diferente era su obra de la de algunos de los “sanadores” modernos que hacen alarde de tener el poder de Dios para sanar, y van prometiendo a voz en cuello sanidades indiscriminadas y llenando estadios!...
Estas prácticas producen muy pocas conversiones (si acaso hay alguna), y rebajan el sentido del verdadero don de sanidad dado a la iglesia.
Por el contrario, su ministerio sanador estaba marcado por la discreción y la falta de espectacularidad. Para realizar algunos de ellos buscó un ámbito de privacidad. El Señor evitaba ser visto como un simple milagrero. “Sabiendo esto Jesús, se apartó de allí; y le siguió mucha gente, y sanaba a todos, y les encargaba rigurosamente que no le descubriesen”. Mateo 12:15,16
Para Jesús, la sanidad física era un anticipo de la sanidad total que deseaba otorgar. A quienes sanaba, les aconsejaba: “vete y no peques más”.
Su poder para sanar el cuerpo enfermo hacía nacer la fe y les impulsaba a desear una completa y total restauración. Muchos de ellos, como el endemoniado de Gadara o el ciego Bartimeo, se convertirían luego en sus más fervientes y productivos discípulos.
La cita que sigue, aunque algo extensa, no tiene desperdicio: “Por la misma fe podemos recibir curación espiritual. El pecado nos separó de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado [el paralítico de Betesda] lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para obtenerla. En su desesperación claman: "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?'' Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con inefable ternura y compasión: "¿Quieres ser sano?" El os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza. Cualquiera sea la mala práctica, la pasión dominante que haya llegado a esclavizar vuestra alma y cuerpo por haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela libraros. El impartirá vida al alma de los que "estabais muertos en vuestros delitos." Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado”. DTG pag. 203
Estas promesas nos pertenecen ahora mismo. Porque su poder para sanar y salvar no es menor hoy que hace dos mil años atrás, y su amor por sus hijos extraviados no ha hecho sino aumentar con el paso del tiempo.
¿Alzarás hoy la vista hacia Jesús para recibir sanidad total?
Alabemos a Dios por eso y aferrémonos de sus promesas con fe para obtener la bendición.

miércoles, 15 de junio de 2011

TE AMO

“Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.  Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos.” Salmos 18:1-3

Este extenso salmo comienza con dos palabras muy comunes, sin embargo muy significativas: “te amo”
¿Qué lleva al salmista a declarar su amor por Dios?
El Comentario Bíblico dice al respecto: "En la magnífica oda de acción de gracias que aparece como el número 18 del Salterio, David presenta a grandes rasgos la historia de las maravillosas liberaciones y victorias que Dios le había concedido. Este conmemorativo canto de triunfo es la historia de un corazón enteramente consagrado a Dios, e íntegro para las cosas divinas. El relato de 2ª Samuel 22 confirma que David compuso este himno." (CBA  Tomo 3 - Salmo 18)
¿Le has dicho ya a tu Señor que lo amas?
Seguramente que tú amas a Dios; pero es más fácil decírselo a aquellos con que nos relacionamos a diario (madre, esposa, hijos, amigos), que expresar nuestro amor hacia Él.
Y sobre esa frase en particular dice: “Te amo (Heb. rajam). Este verbo indica afecto profundo y ferviente. En ningún otro pasaje se usa el término rajam para referirse al amor del ser humano hacia Dios, pero con frecuencia se usa para describir el amor de Dios hacia el hombre." (ibid.)
El vocablo hebreo da en el clavo en un aspecto; todo amor humano hacia Dios es solamente un reflejo del profundo e inefable afecto que nuestro Creador siente por cada una de sus criaturas.
Todo el amor que existe en el universo proviene de Dios, y vuelve hacia él desde los corazones que le han reconocido como tal.
El apóstol Juan lo expresa en forma categórica: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” 1ª Juan 4:19
El amor de David hacia el Señor nacía de la inmensa gratitud que sentía por las liberaciones pasadas y presentes. Reconocía que sin su ayuda en los días difíciles no podría haber salido adelante, y que en tiempos de paz fue su poder el que le hizo prosperar:
  • “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. El oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos”. Salmos 18:6
  • “Porque tú salvarás al pueblo afligido, y humillarás los ojos altivos. Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros. En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; escudo es a todos los que en él esperan”. Salmos 18:27-30
Lo mismo afirma en otro salmo:
  • "Amo a Jehová , pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí su oído; por tanto, le invocaré‚ en todos mis días" Salmos 116:1
Esto me hizo pensar cuan poco le digo a mi Señor cuanto lo amo. A veces, incluso siento que mis reconocimientos de su bondad y poder en mi vida suenan un tanto interesados.
Pero cuando miramos hacia atrás en nuestra experiencia, no nos queda otra alternativa que admitir lo mismo que David.
A menos claro, que nos hallemos muy endurecidos por el pecado.
Muchas veces y de muchas maneras hemos sido objeto de su bondad y su misericordia. Tantas como podemos recordar hizo él provisión para nuestras necesidades. E incontables veces nos ha librado sin que advirtamos siquiera su intervención poderosa. Nuestra mente se abruma y nuestro corazón se quebranta ante tanto amor, tanta paciencia y tanta fidelidad de nuestro maravilloso Dios.
El amor derramado en nosotros por el Espíritu se enlaza así con la fe y da paso a la gratitud; la gratitud se manifiesta entonces en sincera alabanza y genuina adoración.
De esta manera comenzamos a compartir el gozo de los ángeles y participamos de la esencia que satura el cielo.
Dile hoy que lo amas, no por decirlo simplemente, sino de corazón. Recuerda su intervención y su compañía a cada paso del camino, y alaba al Señor por su liberación. Así te irás entrenando para aquel día en que todos los redimidos entonaremos este gran cántico de alabanza y gratitud: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.” Apocalipsis 5:11-14

sábado, 11 de junio de 2011

SIGUE PARTICIPANDO

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
Una de las cosas que están cada vez más ausentes de la vida cristiana es la participación. No hablo de participar en los grandes eventos de evangelización, en convocaciones multitudinarias, agradables reuniones sociales o campamentos, sino en participar de la vida del evangelio.
¿Qué implica participar del evangelio?
Desde la óptica del apóstol Pablo, participar es sufrir dificultades, persecusión y todo tipo de incomodidades.
No presenta su ministerio como el de alguien que solamente tiene que preparar buenos sermones, viajando con comodidad de un lado a otro, parando en buenos hoteles y recibiendo toda clase de atenciones.
Nada de popularidad, de megaiglesias, o de estadios llenos con música potente y cantantes pagos. No había expectativas de recibir diezmos abundantes o dinero de la venta de sus libros.
Ni por asomo soñaba en participar en política, en programas de opinión televisiva, o en movilizaciones para “cambiar la sociedad”. Más bien, era por principio un excluido de ella.
Escribiendo a Timoteo le dice: “no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios” (2ª Timoteo 1:8).
Y también “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2ª Timoteo 2:8-10).
¿Participa hoy la mayoría de nosotros de este espíritu? 
Me temo que para buena parte de los cristianos nos resulta desconocido.
Aunque en algunos lugares nuestros hermanos ya están siendo perseguidos, sea individual o colectivamente, la abrumadora mayoría vive (¿vivimos?) un evangelio que no levanta oposición y le da descanso al diablo.
Pero se acerca el día en que participar volverá a ser una actividad de alto riesgo. 
Ni bien se despierte la iglesia de su sueño, recuperando su fervor misionero y su amor por las almas, se levantarán nuevamente los fuegos de la persecusión y la intolerancia (y en un grado jamás alcanzado).
Pero esta perspectiva no debería inquietarnos, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
En realidad, la oposición resulta necesaria para separar la paja del buen grano, las ovejas de los cabritos, el trigo de la cizaña. Es el medio aprovechado por el Señor para que se haga evidente quiénes son sus verdaderos discípulos. Las dificultades prueban las almas y fortalecen la fe, pues cuando tenemos abundancia resulta fácil declararse cristiano, pero en la escasez muchos aflojan y se apartan. 
Los panes y los peces atraen gente, pero el oprobio y el rechazo atraen a verdaderos discípulos.
No esperemos un tiempo futuro lleno de peligros para reaccionar. Dios espera que participemos ahora mismo. Tenemos las armas para enfrentar tal lucha, cual es el poder  el poder del Espíritu Santo, el amor de Cristo y el dominio propio que surge de una firme y fiel adhesión a su causa.
Participar de los sufrimientos de Cristo es más que un honor para los verdaderos creyentes. “Palabra fiel es esta: si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él;    si le negáremos, él también nos negará. si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2ª Timoteo 1:11-13).
Participemos del espíritu correcto, el espíritu que impera en el cielo. El mismo espíritu de abnegación y renunciamiento propio que caracterizó la vida de Jesús en la tierra, y que por largo tiempo los ángeles han esperado ver manifestarse en nosotros.
Participemos con valor del avance del evangelio, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.“ 2ª Timoteo 1:7
¿Lo tenemos?