sábado, 9 de abril de 2011

SUMISIÓN

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”. 1º Pedro 5:6
¡Qué cosa difícil puede resultar humillarnos!
No hablo aquí del sentimiento que resulta cuando alguien nos desvaloriza, ni cuando somos menospreciados en público, menos todavía cuando nuestros fracasos son expuestos públicamente.
La humillación se presenta en las Escrituras como una virtud. Es ser sinceros en reconocer lo que verdaderamente somos. Humillarse es reconocer nuestro lugar en el universo, el de seres creados; sin más dominio que el concedido en los sabios planes divinos.
Somos criaturas, no dioses; por lo tanto no podemos ocupar el lugar de Gobernantes del Universo (pues nuestro universo resulta ser ridículamente pequeño).
Sin embargo, desde la más pequeña cuota de autoridad que recibimos, nos convertimos en tiranos y opresores de los demás.
La soberbia, el orgullo y la vanidad suelen jugarnos malas pasadas y hacernos creer que somos o tenemos algo especial, por lo cual los otros deben reconocer nuestra superioridad.
Cuando esto no sucede, el impulso carnal es maltratar a quienes estimamos inferiores a nosotros por carecer de alguna ventaja o cualidad. Y allí comienzan todos los problemas de relación.
En el siguiente relato de las Escrituras vemos un claro ejemplo de ello: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido. Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo. Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia. Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur. Y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Y ella respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora. Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano”. Génesis 16:1-9
Un elemento extraño de la historia, es que en tanto Dios le indica a Agar que se someta a su dueña, nada dice acerca de la abusiva conducta de Sara ni de la falta de intervención de Abraham.
Bien es cierto que Agar obró mal, pero sus amos tampoco estaban libres de culpa.
No obstante, el foco del relato es que la situación se solucionaría -al menos temporalmente- cuando ella se colocara sumisamente en manos de su ama. Tal indicación le llevó a reconocer la bondad, el cuidado y la supremacía divinas en su vida:
“Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve”. Génesis 16:13,14
¿Por qué será que somos tan remisos a reconocer la soberanía de Dios ?
¿Será porque solo nos vemos a nosotros mismos?
La realidad de la presencia divina llevó a Agar a sujetarse a una autoridad que antes había desafiado. Lo mismo hará por nosotros si estamos dispuestos a colocarnos sumisos bajo la mano de Dios, nuestro Amo y Señor.
Humillémonos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com