miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA MUJER II

“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él... Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Génesis 2:18,22-24
La palabra que usa Adán para nombrar a Eva es casi idéntica a la usada para varón en hebreo; lo cual tiene un mensaje muy apropiado para nosotros. Expresa igualdad entre dos seres que son distintos; habla de compañerismo, de afinidad y de parecido. Afirma que el hombre y la mujer fueron creados iguales tanto en dignidad, como en esencia y propósito. Pero también hay muchos aspectos en los que, felizmente, no somos para nada iguales.
Con 30 años de casado con mi querida esposa, puedo decir con propiedad que aprecio como una  enorme bendición que haya disparidades entre nosotros dos. Su sensibilidad contrasta con mi sentido práctico, su cuidado por el detalle me impacienta un poco, pero resulta necesario. Sus consejos y su punto de vista diferente del mío son grandemente valiosos a la hora de tomar decisiones importantes. He encontrado en ella alguien a quien puedo hacer feliz y que me devuelve centuplicada la felicidad. Es  realmente mi “ayuda idónea”.
Biológicamente, en nuestra manera de pensar y de afrontar las situaciones, en cómo nos relacionamos y cómo valoramos las cosas, ambos somos muy diferentes. Estas diferencias pensadas por nuestro Creador tenían el propósito de hacernos complementarios, y no competidores.
Pero por sobre todo, la mayor y verdadera diferencia entre ambos sexos, es que Dios concedió a la mujer el bendito privilegio de la maternidad. Por eso, el nombre de la primera mujer fue Eva (madre de todos los vivientes) y no Adana (o algo así).
Concebir, gestar en su vientre y dar a luz un bebé, es una experiencia vedada al sexo masculino. Las poderosas relaciones que se forman entre la madre y el niño o la niña, están fuera de las vivencias varoniles. El rostro de la madre es el primero que el infante reconoce; la madre es la primera a la que acude en sus dificultades; es también para ellos el refugio en los difíciles años de la adolescencia y la juventud (y lo seguirá siendo el resto de sus vidas).
Sin embargo, el mundo moderno desprecia el rol de esposa y madre. Lo considera un estorbo para el progreso femenino. Dicha actitud desvaloriza cada vez más el papel de la mujer y de la familia.
Por otra parte, el desenfreno sexual y la infidelidad arrastran a miles de mujeres (muchas apenas son niñas), a tener que decidir entre tener hijos no deseados o abortar. La ausencia de la figura paterna en el hogar se ha convertido casi en una constante, algo “normal”. Formar una familia y tener hijos resulta así más una carga que un privilegio.
Los resultados están a la vista. Sus efectos en la sociedad solamente son ignorados por quienes no los quieren ver. Abuso doméstico, hogares destrozados, niños huérfanos de padres vivos, desajustes de todo tipo, indiferencia, violencia, agresividad... y la lista podría seguir...
El Diablo ha tenido éxito en atacar lo que constituye la base de la sociedad, desvirtuando el lugar que el Señor le concedió a la mujer y reemplazándolo por otro más “progresista” y “elevado” -pero ajeno al plan de Dios-.
Elena de White escribió al respecto: “Junto a su esposo, Eva había sido perfectamente feliz en su hogar edénico; pero, a semejanza de las inquietas Evas modernas, se lisonjeaba con ascender a una esfera superior a la que Dios le había designado. En su afán de subir más allá de su posición original, descendió a un nivel más bajo. Resultado similar alcanzarán las mujeres que no están dispuestas a cumplir alegremente los deberes de su vida de acuerdo con el plan de Dios...” El Hogar Adventista, Pág. 100.
Lógicamente, a algunas se le encenderán las luces de alarma al llegar a este punto...
No intento decir que las mujeres deberían quedarse en la cocina. De veras.
Pero... ¿Cuál es ese “plan de Dios“ para la mujer?
Lo cierto de la situación y lo que la cita anterior plasma con toda claridad, es que la situación de las mujeres hoy día no es mejor que en la antigüedad.
Desde que el pecado entró en el mundo, tanto varones como mujeres no hemos estado sino empeorando día con día en todo respecto. Y si antes la mujer era menospreciada, desvalorizada y convertida en un objeto, hoy lo es más todavía.
Ciertamente las damas hoy ocupan lugares que hace no mucho tiempo estaban reservados con exclusividad para los hombres; pero no ganan iguales salarios que ellos. Las hay doctoras, abogadas, ingenieras, ministras, soldados, e incluso presidentes. En muchos casos -vale consignar-,  haciendo mejor labor que los varones; pero... sin nadie a la vista para relevarlas de su lugar en el hogar y la crianza de los hijos. Su recompensa es tener ahora doble trabajo.
Mal que les pese a las defensoras de los derechos de la mujer (legítimos como son), si sus logros no están de acuerdo al plan de Dios, no importa cuanto lugar conquisten en el mundo de los hombres.
Para descubrir cual es la voluntad del Señor para sus femeninas criaturas, les invito a volverse a la segura guía de las Escrituras. Únicamente allí encontraremos un fundamento estable para avanzar.
Como declaración inicial: el varón y la mujer aparecen como inseparables en la Biblia.
El destino de uno está ligado al de la otra. Recuperar su dignidad también es un trabajo conjunto. No era la voluntad divina que fueran antagonistas o competidores, sino compañeros. Prestemos atención a que en el mismo Edén se dijo: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Génesis 2:18,22-24
Pablo afirma que: “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” 1ª Corintios 11:11.
En la siguiente entrada veremos cuál es la esfera que Dios ha diseñado para ellas, cuánto hay de cierto y cuánto hay de mito en aquello de la supuestamente “machista” sociedad patriarcal, la de los tiempos de Cristo y la de los días del apóstol Pablo.