miércoles, 30 de marzo de 2011

SEÑALES IV

“Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?”. (Isaías 42:18-20)
Este texto siempre me inquietó. Porque no reprocha la disminución de los sentidos, no habla de verdaderos ciegos y sordos; sino de aquellos que teniendo la vista y la audición en condiciones no oyen ni ven las advertencias.
Tal como dice el refrán: ”no hay peor sordo que el que no quiere oír ni peor ciego que el que no quiere ver”.
¿A qué se debe este estado de cosas?
En primer lugar, quiero señalar que constituye una señal de los tiempos; quizá la más significativa para quienes esperamos el pronto regreso de Jesús.
Es la terrible condición del miembro de la iglesia profética de Laodicea, quién creyéndose rico y sin ninguna necesidad,  no sabe que es un “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. (Apocalipsis 3:17)
Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús cuando vendría el reino de Dios que tanto él como Juan el Bautista habían anunciado (ver Lucas 17:20-37), no les dio señales referidas a terremotos, pestes, guerras, conmoción social u otras calamidades. Dirigió la atención a la condición de los hombres en los días de Noé; culminando su exposición con las tristes palabras: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8)
¿Cómo fueron los días previos al diluvio?
“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo... hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. (Mateo 24:37-39)
Insisto en que no fue por falta de advertencias, sino por su incapacidad para responder a ellas que fueron destruidos los antediluvianos. No entendieron las señales externas (la predicación de Noé, la construcción del arca, los animales entrando), ni las señales internas -la condición extraordinariamente pecaminosa de su propio corazón-.
La falta de preparación constituyó para ellos un error fatal. No entendieron la solemnidad de la hora y perecieron en la destrucción.
Pero el mismo error está siendo cometido por la generación actual. Cristo advirtió: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”. (Lucas 21:34)
La intemperancia  es peligrosa.
El exceso de trabajo, aturdirse con las cargas comunes de la vida, abusar de comer y beber, fueron los factores que impidieron una clara percepción de la verdad: “Satanás ve que no puede ejercer tanto poder sobre las mentes cuando el apetito se mantiene bajo control como cuando éste es complacido, por esto él trabaja constantemente para inducir a los seres humanos a la complacencia. Bajo la influencia de los alimentos no saludables, la conciencia está dominada por el estupor, la mente está oscurecida, y su susceptibilidad a las impresiones se halla coartada. Pero la culpa del transgresor no disminuye porque la conciencia ha sido violada hasta que se ha hecho insensible”. Consejos sobre el régimen alimenticio pag. 512
Lo que causó la perdición de los antediluvianos nos amenaza hoy, en esas y otras miles de formas, pues vivimos en una época de alienación.
Frente a la pantalla de una computadora, de un videojuego, del televisor o de otro tipo de dispositivo electrónico moderno, miles pierden contacto con la realidad y se sumergen en el inexistente “mundo virtual”.
Los deportes, la desmedida exigencia laboral, la perversión sexual, los juegos de azar, constituyen otras maneras de intemperancia que desgastan nuestras fuerzas, nos hacen perder el tiempo, tapan nuestros oídos y cargan nuestros ojos de sueño.
Todas estas cosas, algunas de las cuales incluso pueden ser buenas en cierta medida, conspiran contra la influencia convincente del Espíritu divino.
El abuso aún de lo bueno, la búsqueda frenética de placer y la complacencia de los sentidos, adormecen nuestra conciencia y nos hacen perder la fe.
Cierro con esta cita solemne que nos llama decididamente al reavivamiento y la reforma.
“La fe en la pronta venida de Cristo se está desvaneciendo. "Mi Señor se tarda en venir" (Mat. 24:48), es no sólo lo que se dice en el corazón, sino que se expresa en palabras y muy definidamente en las obras. En este tiempo de vigilia, el estupor anubla los sentidos del pueblo de Dios con respecto a las señales de los tiempos. La terrible iniquidad que tanto abunda requiere la mayor diligencia y el testimonio vivo para impedir que el pecado penetre en la iglesia. La fe ha estado disminuyendo en grado temible, y únicamente el ejercicio puede hacerla aumentar”. Joyas de los Testimonios Tomo 1 Páginas 330,331
Pide al Señor que te despierte y pon tu fe en acción.