viernes, 19 de noviembre de 2010

NUESTRO MENSAJE DISTINTIVO

"Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres." Hechos 5:12-14
¿Cómo era la iglesia del primer siglo? ¿Qué hacía que la gente impía no se atreviera a juntarse con ellos y que hubiera tal espíritu de unidad?
En aquellos tiempos el evangelio progresó rápidamente sin necesidad de los medios masivos de comunicación que tenemos en la actualidad. 
Y fue así porque no los necesitaban. Su misión les resultaba tan clara, su testimonio era tan poderoso, su vida tan singular y su amor tan desbordante que se destacaban en todo aspecto del mundo secularizado que los rodeaba.
Es bueno recordar esto para tener una visión correcta de la iglesia. No es que ellos no tuvieran desavenencias o diferencias doctrinarias, sino que las superaban pues tenían muy en claro su lugar en los planes de Dios. Se sabían "llamados y elegidos y fieles" (Apocalipsis 17:14). Tenían un propósito y ese propósito consumía sus vidas. Ninguna cosa era más importante y vital que su mensaje, el evangelio de salvación.
Vale también esto para los que vivimos en el tiempo del fin. No fuimos llamados a ser "buenas personas", ni "una iglesia con las doctrinas correctas" o "una comunidad solidaria", aunque todas estas cosas tengan su lugar. Los cristianos de estos días no debemos caer en el error de los israelitas en tiempos de Samuel, que deseaban ser como las naciones de alrededor (ver 1º Samuel 8:5). Ni siquiera deberíamos pensar en buscar la aprobación del mundo, utilizando sus métodos o pareciéndonos a él para atraer miembros.
No; fuimos llamados a ser un movimiento que predica un mensaje atado al tiempo del fin. Nuestro propósito como iglesia y como individuos es ser singulares, diferentes.
En un mundo cada vez más masificado, en que los grupos sociales llenan el ciberespacio, la economía se globaliza en corporaciones gigantescas, los trabajadores se agrupan en gremios, los partidos políticos muestran su poder por medio de convocatorias multitudinarias, y en el que se han puesto de moda las "mega iglesias" con congregaciones inmensas, todavía debemos ser la "manada pequeña" que marcha a contramano del mundo.
Es que nuestro mensaje debería apartarnos del mundo, no por propia voluntad, sino porque un estilo de vida que tenga a Cristo como centro debiera inevitablemente diferenciarnos de los demás en motivación, intereses, hábitos, conversación y propósito.
En Jesús tenemos el ejemplo perfecto de estar en el mundo sin ser del mundo. Su amor atraía a los pecadores, pero su pureza mantenía a los mundanos y a los malvados fuera de su círculo. Sus palabras cautivaban a los que estaban dispuestos a arrepentirse, pero eran el hacha puesta a la raíz del árbol para los que conformaban la "generación de víboras" que luego lo crucificaría.
¿Cuál es pues nuestro mensaje distintivo?
Uno que tenga las características mencionadas. Y no hay otro mensaje tan vital, tan relevante ni tan oportuno para esta hora como el último mensaje registrado en las Escrituras, para ser dado al mundo:
"Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira;y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús." Apocalipsis 14:6-12
Este mensaje revestido de solemnidad, urgencia y poder constituye la esencia de nuestra existencia como pueblo de Dios.
¿Se imaginan acaso a Noé predicando acerca de temas sociales, políticos, ecológicos, o cualquiera de los que hoy abundan en la predicación?
¿Fue el mensaje de Elías equilibrado, tranquilizador o prudente?
¿Acaso la gente seguía a Juan el Bautista por lo agradable de sus sermones?
Ahora mismo, sin necesidad de ser fanáticos, condenadores ni alarmistas, debemos volver a proclamar la palabra de Dios.
El evangelio eterno (pues no ha cambiado desde Adán), incluirá:
  • Un carácter universal, "a todo el mundo".
  • Un llamado a glorificar a Dios con nuestras vidas.
  • Un mensaje de juicio, aunque sea impopular.
  • La adoración al Creador en el día y en los términos que él desea.
  • El rechazo de las doctrinas de la Babilonia escatológica y la exaltación de la justificación por la fe
  • La negativa a aceptar otra marca que no sea el sello divino en nuestro carácter.
  • Un compromiso de obediencia a los mandamientos de Dios.
Un mensaje de tal calibre requiere de vidas que lo respalden.
Vidas transformadas por la gracia del Señor, que demuestren como los cristianos de los tiempos apostólicos de que lado están. Por esto, encarnaban un contraste tan grande con el mundo, que nadie que fuera falto de consagración se atrevía a juntarse con ellos.
Necesitamos ahora mismo esa completa consagración, que haga de nosotros vasos aptos para llevar el agua de vida a los que están muriendo en sus pecados. Nos hace falta buscar de todo corazón al Salvador para tener "la paciencia de los santos, [y ser de] los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús." Apocalipsis 14:12