martes, 30 de agosto de 2011

DEJA TU CULPA AL PIE DE LA CRUZ

"Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros". 1º Pedro 5:7.
Las penas, la ansiedad, el descontento, el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad y la desconfianza, menoscaban las fuerzas vitales, y llevan al decaimiento y a la muerte.
Este sentimiento de culpabilidad debe dejarse al pie de la cruz del Calvario. Este sentimiento de pecaminosidad ha envenenado las fuentes de la vida y de la felicidad verdadera. Ahora Jesús dice: “Colóquenlo todo sobre mí; yo llevaré el pecado de ustedes; les daré paz; no sigan destruyendo su respeto propio, porque yo los he comprado al precio de mi propia sangre.” Me pertenecen; yo fortaleceré su voluntad debilitada y eliminaré el remordimiento que sienten por su pecado.
Ahora vuelvan con corazón agradecido, temblando de inseguridad, pero aférrense de la esperanza que les ha sido propuesta. Dios acepta el corazón quebrantado y contrito. Les ofrece un perdón gratuito. Les ofrece adoptarlos en el seno de su familia, y fortalecer su debilidad por medio de su gracia; luego el amado Jesús los guiará paso a paso si tan sólo desean colocar su mano en la suya y permitirle que él los guíe.
Satanás se esfuerza por alejar nuestras mentes del poderoso Ayudador, para inducirnos a cavilar acerca de la degeneración de nuestra alma. Pero aunque Jesús conoce la culpa del pasado, nos habla de perdón; y no podemos deshonrarlo dudando de su amor...
Si usted siente que es el peor de los pecadores, Cristo es exactamente lo que necesita: el más grande Salvador. Levante su cabeza y deje de mirarse a usted mismo, retire la vista de su pecado, y contemple al Salvador levantado; mire más allá de la mordedura venenosa de la serpiente y vea al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El ha llevado la carga de nuestra culpa. El quitará el peso de nuestros hombros cansados. Es él quien nos dará descanso. También llevará nuestra carga de preocupaciones y tristezas. Nos invita a depositar todos nuestros cuidados sobre él, porque nos lleva sobre su corazón.
Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas” Malaquías 4:2...
El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.
 
Extraído del libro "Exaltad a Jesús" sin comentarios de mi parte

martes, 23 de agosto de 2011

COMO TRATAR CON LOS DISIDENTES

Si bien debemos tener en cuanto a asuntos de doctrina una mente abierta y estar dispuestos a ser corregidos, hay pilares de la fe que no deben ser movidos. Quiero sugerir en este estudio como tratar con los que pretenden tener nueva luz o introducir cambios en la iglesia.

I- Cuatro principios fundamentales al tratar con personas que difieren de la fe establecida del cuerpo: 
  • Tener la actitud de los bereanos (“Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” Hechos 17:11).
No debemos aceptar ni rechazar ninguna nueva luz, revelación o doctrina sin antes asegurarnos personalmente de que proviene de Dios. Las características del mensaje de un profeta verdadero son: 
  1. Está de acuerdo a la Biblia – Isaías 8:20 “A la ley y al testimonio”.
  2. Evidenciará un carácter cristiano – Mateo 7:20 “Por sus frutos los conoceréis”.
  3. Su predicción debe cumplirse – Deuteronomio 18:20-22 “El profeta... que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor”.
  4. No apartará de la verdad – Deuteronomio 13:1-3 “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta”.
  5. No anulará revelaciones anteriores – Jeremías 28:8,9 “Los profetas que fueron antes de mí y antes de ti en tiempos pasados, profetizaron guerra, aflicción y pestilencia contra muchas tierras y contra grandes reinos. El profeta que profetiza de paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, será conocido como el profeta que Jehová en verdad envió”.
  • Desalentar el espíritu de contención y rebeldía – Tito 3:9-11 “Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho. Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio”
Todo aquél que siembra dudas sobre enseñanzas fundamentales de la iglesia, o sobre el carácter y la obra de los dirigentes, o introduce contiendas sobre asuntos menores debe ser amonestado, luego de haberlo escuchado con atención. Se le debe advertir sobre el efecto de sus palabras y debe ser desautorizado si sus motivos no son correctos.
  • No aceptar sin verificar primero cualquier manifestación sobrenatural “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” 1ª Juan 4:1
Debemos tener cuidado con las "señales", pues Satanás puede imitarlas. La exhibición de pretendidos dones espirituales debe ser recibida con reverencia y temor, pero no serán determinantes de la aceptación. La mejor prueba de toda doctrina es la del tiempo. Si no viene de Dios, generará entusiasmo al principio, pero pasado éste, el poder del mensaje se diluirá paulatinamente.
  • No cambiar los hitos antiguos – Jeremías 6:16 “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” 
Ninguna nueva verdad o mensaje echará por tierra todo aquello que el Espíritu Santo ha revelado anteriormente. Por lo general los mensajes divinos de reprensión tienen como objetivo regresar a la obediencia, la consagración y a la práctica de deberes olvidados en nuestra condición laodicense. No invitan a cambiar la doctrina –ni Jesús hizo eso al reprender a los fariseos-. El reproche del Espíritu no siembra dudas, sino que alienta la fe y guía a la verdad.
II- Tres preguntas sobre nuevas enseñanzas:
a) ¿Me invitan al arrepentimiento y a la conversión?
La nueva luz debería confirmar nuestra fe y llevarnos a un reavivamiento y una reforma. Los mensajes divinos siempre elevan y perfeccionan la experiencia espiritual del pueblo de Dios.
b) ¿A dónde me llevarán estas nuevas enseñanzas?
Necesitamos evaluar a dónde nos conducirían sus indicaciones ¿implican rechazar en todo o en parte lo que ya creemos?
c) ¿Qué recibiré a cambio de las verdades que abandono?
Deberíamos evaluar si ésta constituye una mejora de lo que ya aceptamos como verdad. En caso negativo, ¿a qué aceptar algo que me degradaría espiritualmente?
Si los pretendidos mensajes no pueden responder positivamente a estas preguntas, deberíamos rechazarlos como provenientes del enemigo.
III- 7 Luces de advertencia:
Deberíamos dudar seriamente de las siguientes formas de conducirse de quienes dicen traer nueva luz o quieren introducir cambios en la iglesia:
  1. Manifestar un espíritu de crítica, de discordia, de celos o de revolución.
  2. Descalificar directa o indirectamente a la organización o a los dirigentes.
  3. Desconocer deliberadamente los procedimientos y la autoridad de la iglesia (líderes, junta de iglesia o decisiones de la asamblea administrativa).
  4. Tener pretensiones de santidad (la doctrina conocida como perfeccionismo).
  5. Asumir actitudes autoritarias y dominantes sobre la iglesia y sus miembros.
  6. Énfasis desmedido en asuntos menores (“colar el mosquito y tragar el camello”).
  7. Conductas desordenadas (extremos en cuestiones alimentarias, no trabajar, etc.).
IV- Consideración final:
Es un asunto muy serio rechazar los mensajes divinos, pero es aún más peligroso recibir como verdad cualquier cosa que ande dando vueltas por ahí. Deberíamos recordar el consejo de Juan: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2ª Juan 1:7-11)

viernes, 12 de agosto de 2011

HICIERON ENOJAR A DIOS II

“¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel... Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (Salmos 78:40,41 y 59).
¡Cómo puede fallar tanto la memoria!
¿Cuántas veces al verte en dificultades prometiste a Dios que lo seguirías y le serías fiel? ¿Que no volverías a caer en esa conducta, mal hábito o pecado declarado? ¿Y cuántas veces volviste a caer en lo mismo?
No necesito que me contestes, porque esa experiencia no es solamente tuya.
Fue muchas veces la mía (con dolor lo digo), fue la del pueblo de Israel, la de los cristianos de hoy (más todavía) e incluso la de los grandes hombres de Dios.
Como seres humanos pecadores, somos muy inconstantes. Terrible inconstancia que surge de nuestra completa incapacidad de producir justicia separados de Jesús. Por ello, y continuando con el estudio del Salmo 78, vale repasar la historia del pueblo de Dios registrada allí.
El salmista recuerda la incredulidad de la generación que, habiendo visto sus grandes obras, tuvo que morir en el desierto: “Con todo esto, pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas. Por tanto, consumió sus días en vanidad, y sus años en tribulación. Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya, y se acordaban de que Dios era su refugio, y el Dios Altísimo su redentor” (vs 32-35).
Pero su arrepentimiento y búsqueda no eran sinceros: “Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; y apartó muchas veces su ira, y no despertó todo su enojo” (vs. 36-38).
¡Qué bueno es Dios con nosotros!
Así como a ellos, nos perdona incluso cuando nuestro arrepentimiento es de corto vuelo. La mano de su misericordia sigue extendida y pospone sus juicios.
Pero no indefinidamente. Los rebeldes tendrían que sufrir las consecuencias de su rechazo y fueron varias veces exterminados para servir de ejemplo al resto.
Aunque a muchos no les guste esta visión de nuestro Dios, él ejecuta sus juicios sobre los que prefieren al pecado antes que a su gracia. Quita la vida de aquellos que sirven de tropiezo a fin de evitar males mayores. El enojo del Señor hacia los impenitentes en realidad cubre a los pocos fieles de caer en las mismas conductas pecaminosas.    
“Envió sobre ellos el ardor de su ira; enojo, indignación y angustia, un ejército de ángeles destructores. Dispuso camino a su furor; no eximió la vida de ellos de la muerte, sino que entregó su vida a la mortandad” (vs. 49, 50).
Cuando entraron en Canaán su actitud no cambió. Aunque los que entraron con Josué fueron fieles por un tiempo, al morir esa generación, sus hijos volvieron a la misma terca y rebelde disposición. Por más que el Pastor de Israel les bendecía constantemente, por más que gozaban de una protección especial, ninguna de sus bondades fue tenida en cuenta.
¿No somos nosotros como ellos, que en la misma presencia de sus bendiciones nos quejamos, nos desalentamos y nos rebelamos?
“Hizo salir a su pueblo como ovejas, y los llevó por el desierto como un rebaño. Los guió con seguridad, de modo que no tuvieran temor... Los trajo después a las fronteras de su tierra santa... Echó las naciones de delante de ellos; pero ellos tentaron y enojaron al Dios Altísimo, y no guardaron sus testimonios” (vs, 52-56).
De los que entraron a la tierra prometida se dice con tristeza: “Le enojaron con sus lugares altos, y le provocaron a celo con sus imágenes de talla. Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (vs. 58, 59).
Finalmente, los resultados de tanta obstinación tuvieron su fruto. La unidad nacional se perdió, el culto divino fue menospreciado y “cada uno hacía lo que le parecía bien”.
Al caótico período de los jueces seguiría luego un paréntesis de estabilidad con la monarquía. El arca, que había estado abandonada por más de 20 años encontraría un nuevo y más digno lugar. El Señor abandonó a Silo, donde estuvo anteriormente el tabernáculo y mudó su gloria a Jerusalén mediante David. 
Su reinado marcaría el inicio de una nueva oportunidad de fidelidad. Nuestro benevolente Dios -vale recordarlo-, siempre brinda nuevas oportunidades a sus hijos, pero también retira su protección de aquellos que la desprecian.
“Desechó la tienda de José, y no escogió la tribu de Efraín, sino que escogió la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó. Edificó su santuario a manera de eminencia, como la tierra que cimentó para siempre... y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos” (vs. 67-69; 72).
Cuando nos olvidamos del Señor para seguir nuestros propios caminos, deberíamos recordar que nadie escapa a la gran ley de la siembra y la cosecha. Deberíamos tener presente que al rechazar su misericordia lo rechazamos a él.
Israel hizo enojar a Aquel a quien deberían haber alegrado.
¿Y tu y yo?
Busquemos al Señor en oración para que nos libre de la inconstancia.

miércoles, 10 de agosto de 2011

HICIERON ENOJAR A DIOS

“¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel... Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (Salmos 78:40,41 y 59).
¿Se enoja Dios?
¿Qué significa esto?
Es un pensamiento que a la mayoría de nosotros nos causa inquietud, por decir poco.
Cuando pecamos ¿podemos hacerle enojar al punto de perder la paciencia?
Como docente me he encontrado en muchas situaciones que me irritaron, llevándome al límite de mi capacidad de respuesta. A veces con algunos alumnos muy difíciles de soportar; en algunas ocasiones, con grupos enteros que asumen el caos como forma de vida. Uno se cuestiona todo en esos duros momentos; sus métodos, sus actitudes, incluso su misma vocación.
¿Debería admitir mi fracaso y renunciar? De ninguna manera.
No hace ningún bien tampoco tomar este tipo de circunstancias de la vida escolar como “normales”, pues no lo son. Hay que hacer algo al respecto.
Al revivir esos incidentes en mi memoria y analizar como los enfrenté, puedo comenzar a entender la actitud de Dios.
El salmo 78 es un salmo didáctico extenso y peculiar que trata este asunto. 
Relata los actos maravillosos de Dios en favor de su pueblo y la respuesta de ellos, cargada de egoísmo, incredulidad, ingratitud y rebeldía. Fue escrito para que Israel recordara su incapacidad de seguir al Señor y para instarlos a la fe y a la obediencia. 
Serviría también de modelo del fiel trato de Dios para con todos los hombres.
“El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos Y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu” (vs. 5-8).
El propósito mismo de la existencia de los israelitas era que sirvieran de testigos del verdadero Dios, lo honraran mediante la obediencia a sus leyes y fueran el brazo ejecutor de sus juicios contra los malvados e idólatras cananeos (sus propósitos para nosotros son idénticos, a excepción del último). Pero ellos en su mayoría rechazaron seguirle y vez tras vez frustraron el propósito divino por causa de su infidelidad.
Al contrario de los que muchos piensan, en el Antiguo Testamento, la salvación tenía las mismas condiciones que en el Nuevo: “que pongan en Dios su confianza”; es decir eran justificados y salvados por medio de la fe.
Los poderosos hechos en su favor ennumerados aquí, deberían hacerles recordar el amor y la misericordia con que los trató el Señor. La increíble paciencia divina, su provisión inagotable y las inmerecidas bendiciones que recibían, deberían haber tenido algún efecto en sus vidas.
Sin embargo, a cambio de tanta bondad, Dios solo recibió... ingratitud.
Esta actitud de reiterada incredulidad se repitió en espiral descendente a lo largo de su historia.
¿Qué más podía hacer en su favor?
“Los hijos de Efraín, arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla. No guardaron el pacto de Dios, ni quisieron andar en su ley; sino que se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado” (vs: 9-12).
Ante tanta rebeldía, el Todopoderoso no se resignó a adoptar una actitud pasiva. No bastaba con dejar que recibieran las consecuencias de sus actos. En la esencia de su amoroso carácter no se encuentra la pasividad o la inacción, Él es un Dios activo.
Pero al abordar el tema de la ira de Dios, debemos hacerlo con cuidado. Sus pensamientos no son nuestros pensamientos ni sus sentimientos son iguales a los nuestros.
No deberíamos caer en un enfoque humanista y visualizarlo como un bonachón que no castiga, ni ir al extremo opuesto y enfatizar su indignación al punto de olvidar que nos ama.
Debemos tener presente al leer este salmo
  • Que su enojo va dirigido contra el pecado, no contra el pecador.
  • Que hagamos lo que hagamos, no podemos agotar su paciencia, que es infinita.
  • Que por malos que seamos no lograremos que deje de amarnos o que renuncie a nosotros.
  • Que el mal debe tener un límite
  • Que su amor no excluye su justicia.
El enojo del Señor -y perdonen mi enfoque escolar-, es sencillamente una respuesta pedagógica a la rebelión de su pueblo .
“Pero aún volvieron a pecar contra él, rebelándose contra el Altísimo en el desierto; pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto. y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto? ¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo? Por tanto, oyó Jehová, y se indignó; se encendió el fuego contra Jacob, y el furor subió también contra Israel, por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación” (vs.17-22).
Aunque él no pierde la paciencia ni se frustra por nuestra ingratitud, aunque no se tienta a tirar todo por la borda ni se deprime por la falta de respuesta, no pierde el control de la situación.
La ira divina es la justa manera en que resuelve los problemas creados por la obstinación de sus criaturas. Manifiesta simplemente las medidas correctivas que debe tomar para evitar que la situación se salga de control y muchos más se pierdan. Su enojo no es represivo sino sino restaurador.
Los juicios enviados sobre los empecinados israelitas muestran que nuestro Dios no es impasible ante el pecado. Que el no se resigna a vernos ir cuesta abajo, pues se deleita en rescatarnos. Que el daño que nuestra propia transgresión nos causa despierta en él una justa indignación, gran enojo y santa ira.
Nuestro Redentor clama: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión” (Oseas 11:8).
¡Bendito sea el Señor!
Seguimos en la próxima entrada.

viernes, 5 de agosto de 2011

NUEVA LUZ II

“Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” Hechos 17:11
En la entrada anterior reproducí una meditación sobre la actitud que debemos tener en cuanto a las nuevas revelaciones divinas. En ella se nos desafíaba a examinar la nueva luz con honestidad y fervor, evitando ser extraviados por los engaños de Satanás.
Al tratar con personas que dicen  ser profetas o haber recibido un mensaje de parte de Dios, algunos resuelven el asunto con cierto grado de comodidad afirmando que no necesitamos nuevos profetas o nueva luz; que la Biblia es suficiente y que después de ella no hubo ni habrá nuevas revelaciones.
Con toda certeza, las Escrituras son nuestra única regla de fe, pero invalidar el don profético equivale a decir que Dios ya no se comunica con nosotros.
Nos toca a nosotros examinar su Palabra personalmente a fin de comprobar lo que es verdad y lo que no es. Nadie puede reemplazarnos en este asunto, y los que dependen del criterio de otros en cuanto a la aceptación de la verdad serán engañados con toda seguridad.
En cuanto a la nueva luz, Cristo mismo dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar”. Juan 16:12
¿Cómo y cuándo lo diria?
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Juan 14:26
El verdadero Vicario de Cristo -su Santo Espíritu-, actuá poderosamente, dirigiendo su iglesia paso a paso hacia la plena luz de la verdad, hasta el final de los tiempos.
A lo largo de la historia siempre hubo mensajeros inspirados por el Espíritu Santo. Ellos presentaron con osadía las advertencias y los reproches del Señor a fin de corregir deficiencias y errores entre el pueblo de Dios. Al enfrentar situaciones nuevas y desconcertantes, en las cuales la Palabra de Dios no tiene una definición categórica, fueron necesarios los profetas para dirimir la cuestión. Y cada vez que se necesitó instrucción y consejo, la luz de sus revelaciones brilló sobre sus hijos fieles.
Con seguridad, nuestro sabio Dios tiene todavía más que decirnos, pues él es el dueño de toda revelación verdadera. “He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias.” Isaías 42:9
El diario estudio de la Biblia ocupa un sitial privilegiado en este proceso. Obtenemos gran ganancia y plena recompensa cuando buscamos saciarnos del diario pan de su gracia y beber de la fuente de salvación que brota de sus sagradas páginas.
“Cuando quiera que los hijos de Dios crezcan en la gracia, obtendrán cada vez más clara comprensión de su Palabra. Y discernirán nueva luz y belleza en sus verdades sagradas. Esto ha venido sucediendo en la historia de la iglesia en todas las edades, y así seguirá siendo hasta el fin”. OE 312. 304
¿Nueva luz? ¡Seguro que la habrá!
“Siempre se revelará nueva luz de la Palabra de Dios a aquel que mantiene una relación viva con el Sol de Justicia. Nadie llegue a la conclusión de que no hay más verdad para ser revelada. El que busca la verdad con diligencia y oración hallará preciosos rayos de luz que aún han de resplandecer de la Palabra de Dios. Muchas preseas están todavía esparcidas, que han de ser juntadas para venir a ser propiedad del pueblo de Dios. Pero la luz no es dada simplemente para ser una fortaleza para la iglesia, sino para se derramada sobre los que están en tinieblas. El pueblo de Dios ha de anunciar las virtudes de Aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Cristo ha dicho de su pueblo: "Vosotros sois la luz del mundo," y la misión de la luz es resplandecer e iluminar las tinieblas”. ­ TES 59, 60
Busca con pasión recibir nueva luz del Señor y compártela con poder. 
Sé tú un bereano.