“No
mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las
cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2ª Corintios 4:18
El personaje de Saint Exupery declaraba en su libro El Principito que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Esta
es una gran verdad, ya se trate de cosas del mundo físico o del ámbito
espiritual. Gran parte de lo relevante que ocurre en el universo se
halla oculto a nuestra vista Lo que acontece dentro de nuestro
organismo, el viento, la fotosíntesis o las fuerzas gravitatorias por
ejemplo, están fuera de nuestro campo de visión, aunque podemos sentir
sus efectos. La mayor parte de las ondas -luminosas, sonoras y
electromagnéticas- y los procesos físicos y bioquímicos más
espectaculares, también permanecen invisibles para nuestros menguados
ojos. Más importante aún; los sentimientos de amor, ternura, abnegación,
heroísmo o valentía, no son cosas tangibles o comprobables por los
sentidos.
Al parecer, con nuestros ojos físicos... ¡no podemos ver casi nada!
No
podemos “ver” el amor de Dios; que -aunque nos hallemos rodeados por
él-, no se percibe por la razón o los sentidos; solo podemos
experimentarlo y sentirlo mediante la fe. Tampoco vemos la operación del
Espíritu o el cuidado de los ángeles, o las huestes de maldad que nos
rodean...y la lista podría seguir.
A diferencia de Saint Exupery que decía que “no se ve bien sino con el corazón”, creo que aquella visión trascendente no depende de los sentimientos, sino de la fe; “porque por fe andamos, no por vista”. 2ª Corintios 5:7
Para poder ver con los ojos de la fe, necesitamos tener la actitud de Moisés, que eligió mirar algo diferente. “Por
la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de
Faraón... teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los
tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.
Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo
como viendo al Invisible”. Hebreos 11: 24-27
Cuando
ponemos nuestros ojos en lo invisible y eterno, sus realidades se hacen
patentes para nuestros sentidos. El mundo espiritual llega a ser tan
real como lo que captan nuestros ojos y podemos sostenernos viendo al
Invisible y Todopoderoso Señor de nuestras vidas.
Tener
esta visión no depende del esfuerzo humano, sino del poder de Dios
obrando en nosotros. Cuando elegimos mirar lo que no se ve, somos
beneficiados con un discernimiento especial y los milagros están al
alcance de la mano.
El
registro de la vida del profeta Eliseo es una prueba de ello. El
sucesor de Elías era un hombre profundamente espiritual, habituado a
tener comunión con lo intangible. Se registra que en cierta oportunidad,
cuando estaban rodeados por el ejército de Siria, su siervo manifestó
temor por estar rodeados. “Y
oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que
vea... Y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y
dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente... Y cuando llegaron a
Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y
Jehová abrió sus ojos, y miraron”. 2ª Reyes 6:17-20
Al
sonido de una simple oración su siervo pudo ver a los ángeles que los
guardaban; al pedido de Eliseo, los sirios fueron cegados y recuperaron
la vista ¡Qué maravilloso!
El
mismo poder se halla disponible para nosotros hoy día. Basta desearlo, pedirlo, y colocarse en las manos de Dios, para que las cosas
invisibles y eternas se hagan claramente visibles.
Por
otra parte, si dejamos de lado la voluntad del Señor, nos volveremos
ciegos a las realidades eternas. Cuando los fariseos rechazaron al ciego
que recobró la vista, rechazaron también al Salvador. “Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados”. Juan 9:39
¿Ves claramente? ¿Puedes ya percibir los sonidos y la luz inefable que bajan por las puertas de la Nueva Jerusalén?
Pronto
ambos mundos se comunicarán para siempre; pero por ahora, las cosas
invisibles y eternas solo se pueden ver por medio de la fe. Y esa fe
victoriosa es la que abre los ojos a las realidades celestiales.
“Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”. 1 Timoteo 1:17
Busca hoy esa visión para gloria de Dios.