jueves, 10 de septiembre de 2009

CONSAGRACIÓN

Ya toda me entregué y dí,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Tirome con una flecha
enarbolada de amor
y mi alma quedó hecha
una con su Creador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Teresa de Jesús

El temor de Dios

¿Paso de moda el temor de Dios?¿Ya no se debe hablar del tema?
Recuerdo a una señora amiga de mi mamá, que decía tener una gran intimidad con Dios, a quien llamaba, cariñosamente según ella, "el flaco" (lo pongo así con minúsculas). Me resultaba particularmente desagradable porque era casi despectivo...
Se enfatiza actualmente en casi todos los círculos religiosos la necesidad de tener una relación íntima y personal con el Señor, lo cual es correcto. Nunca alcanzaremos a resaltar con justicia su carácter de amor, su misericordia, su bondad, su tierna compasión por sus hijos.
Pero en nuestro mundo moderno, donde el hombre está cada vez más celoso de su propia importancia, esta tendencia se ha llevado a un extremo peligroso, de excesiva familiaridad, donde la Deidad se vuelve alguien igual a nosotros, rebajándola al nivel de un compinche o camarada.
De nuevo, para que quede bien establecido, Dios quiere nuestra amistad. La busca, la ruega y presenta sus mejores incentivos a quienes la acepten.
Pero no debemos olvidar que la amistad sin respeto no es verdadera amistad. Y nuestro Señor es definitivamente superior en poder y dignidad a los seres humanos, que somos simples criaturas suyas. En términos comparativos, ante su majestad somos meros gusanos (cf. Job 25).
Él es digno de todo el respeto, el homenaje, el honor y la reverencia que seamos capaces de tributarle. Lo que digo es que debemos recuperar la visión majestuosa de nuestro Dios que presentan las escrituras.
En la recapitulación de la entrega de los Diez Mandamientos que se hace en Deuteronomio, se detalla la reacción del pueblo de Israel a la manifestación de Su gloria: "Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más. Y las escribió en dos tablas de piedra, las cuales me dio a mí. Y aconteció que cuando vosotros oísteis la voz de en medio de las tinieblas, y visteis al monte que ardía en fuego, vinisteis a mí, todos los príncipes de vuestras tribus, y vuestros ancianos, y dijisteis: He aquí Jehová nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz de en medio del fuego; hoy hemos visto que Jehová habla al hombre, y éste aún vive. Ahora, pues, ¿por qué vamos a morir? Porque este gran fuego nos consumirá; si oyéremos otra vez la voz de Jehová nuestro Dios, moriremos. Porque ¿qué es el hombre, para que oiga la voz del Dios viviente que habla de en medio del fuego, como nosotros la oímos, y aún viva? Acércate tú, y oye todas las cosas que dijere Jehová nuestro Dios; y tú nos dirás todo lo que Jehová nuestro Dios te dijere, y nosotros oiremos y haremos". Deuteronomio 5:22-27
Los israelitas se encontraron en medio de un espectáculo de luz y sonido casi volcánico, de la conmoción de los elementos y del poderoso sonido de la voz divina y esto los llenó de espanto. Lamentablemente de puro terror se enfocaron en su debilidad y no en el privilegio que les era concedido.
En su condición pecaminosa e irregenerada, los truenos sonaban más fuertes e imperativos que la voz de Dios. Pidieron que no les hablase más.
El Señor aceptó, no sin lamentar profundamente su decisión, diciendo por medio de Moisés: "Y oyó Jehová la voz de vuestras palabras cuando me hablabais, y me dijo Jehová: He oído la voz de las palabras de este pueblo, que ellos te han hablado; bien está todo lo que han dicho. !Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! Ve y diles: Volveos a vuestras tiendas. Y tú quédate aquí conmigo, y te diré todos los mandamientos y estatutos y decretos que les enseñarás, a fin de que los pongan ahora por obra en la tierra que yo les doy por posesión. Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra. Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer". Deuteronomio 5:28-33
Podría decirse que la majestuosidad de Dios no se revela hoy en estos términos. Su potente voz no resuena a oídos humanos, ¿o sí?
Claro que nosotros no estuvimos al pie del monte Sinaí, pero eso no nos disculpa. Su poder y gloria no han disminuido, sino por el contrario. En Cristo, tenemos una revelación total de la gloria de Dios (ver 2º Cor. 4:6). El nuevo testamento pone en la adecuada perspectiva el temor y la reverencia que deben manifestar los creyentes del nuevo pacto, diciendo: "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos". Hebreos 12:18-25
Nuestro mensaje es todavía más solemne que aquel que recibió el pueblo de Israel, porque contiene una suma mayor de la revelación divina. El monte de Sión escatológico resuena con mayor poder aun que el Sinaí. Además el llamado divino está teñido con la urgencia del tiempo del fin: "Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas". Apocalipsis 14:6,7
Sirvamos hoy a Dios con temor y reverencia.