lunes, 18 de abril de 2011

JESÚS Y LA AUTORIDAD III

“Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. (Mateo 22:21)
Jesús era la suprema autoridad del universo, sin embargo, en su humanidad fue siempre respetuoso de toda autoridad.
Pero también enseñó que cada autoridad tiene su esfera de aplicación, su jurisdicción o límite, el cual no debe traspasar.
“Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Mateo 22:15-21
¡Qué sabiduría extraordinaria!
En una sola frase, corta y sencilla, no solamente cortó de raíz la polémica cuestión, sino que además sentó las bases de la libertad de culto, la libertad de conciencia y la separación entre iglesia y estado.
  • Dar al César lo que le pertenece:
Tal concepto obliga a los cristianos a respetar a sus autoridades, cualquiera sea el signo político que tengan (recuerda: los romanos no eran democráticos).
También los impulsa a colaborar con el bien común, sin aislarse de la sociedad, a cumplir con sus obligaciones de pagar impuestos, y a trabajar fielmente -incluso en condiciones injustas-, tal cual lo hizo José.
Es un límite marcado también para la ingerencia religiosa en la vida secular. El Estado debe permanecer separado de la iglesia. No deben los cristianos esperar que la sociedad sea más justa por imposición religiosa, ni confiar en medios de presión terrenales para imponer sus creencias. Podemos predicar, pero no imponer; podemos enseñar, pero no obligar; podemos solicitar y protestar ante la injusticia, pero no tenemos derecho a utilizar la fuerza del César para que los demás crean como nosotros.
  • Dar a Dios lo que es de Dios:
Encontramos en esta indicación un freno para el poder humano ilimitado. En el terreno de la conciencia, ningún ser humano puede interferir, puesto que el Señor mismo no lo hace.
Ningún estado tiene el derecho de indicarles a sus ciudadanos lo que deben creer, ni privilegiar una forma de culto sobre otra. Nadie, individualmente o en conjunto puede obligar a otros a ir en contra de sus convicciones en lo que se refiere al culto.
La iglesia no debería aliarse con el estado para conseguir ningún tipo de ventajas temporales. Eso fue precisamente lo que sucedió durante la Edad Media, y los resultados fueron catastróficos: oscurantismo, miseria, fanatismo, dogmatismo, ignorancia, pérdida de los más elementales derechos humanos, persecución, matanzas y guerras religiosas.
En el ámbito individual, dar al César lo suyo y a Dios lo suyo implica que los creyentes vivamos para Dios en el más pleno de los sentidos. Si amamos a Dios de todo corazón y el ocupa el primer lugar en nuestra vida práctica, amaremos a nuestro prójimo y obraremos para su bien.
Pero, en caso de conflicto entre Dios y el César, las lealtades deben inclinarse hacia nuestro Creador por sobre las imposiciones humanas, a riesgo de acabar en el desastre. Así actuaron los dirigentes religiosos judíos cuando pusieron su lealtad de parte del César, y así fue como crucificaron a Cristo.
Los apóstoles comprendieron bien este principio cuando declararon: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

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