martes, 24 de marzo de 2009

MAÑANA LE ABRIREMOS


¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío!,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¿Cuántas veces el ángel me decía?:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!



Lope de Vega

Razones poderosas

Gabriel nació y murió en el mismo día.
Después de dos niñas sanas y de partos sin problemas, nació Gabriel, mi primer hijo varón.
Todo hacía presagiar felicidad plena, ternura y amor a raudales para ese niño.
A la media hora de haber nacido, sin embargo, se puso tieso y cianótico.
Corrieron los médicos, las enfermeras y nosotros.
Angustia en vez de gozo...
Tenía un derrame cerebral masivo, consecuencia quizás del trabajo de parto (nunca lo sabremos con seguridad en este mundo).
Fue terrible presenciar su sufrimiento sin poder hacer nada.
En menos de 24 horas de dolorosa agonía para él y para todos, falleció.
Durante ese tiempo, clamé a Dios por la vida de mi hijo.
Confiaba plenamente en su poder para sanar, hasta lo que parecía irremediable.
Me así con fuerza del trono de la gracia.
La contestación llegó entonces con suavidad a mi mente, en forma de un texto bíblico; trágico, doloroso... pero paradójicamente consolador en esas circunstancias: "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito." Job 1:21
Me inundó una paz que no creía posible, y no solamente a mí sino también a mi esposa, que desde su cama, no había presenciado mi lucha frente a la incubadora.
No se me concedió mi pedido, pero sÍ la fortaleza para afrontar lo que vendría.
No podía encontrar explicaciones ni consuelo suficiente para todos los demás, pero en cuanto a nosotros, estábamos convencidos de que Su voluntad estaba cumplida.
Veintidós años después, cada aniversario de ese triste día, mi querida Norma se deprime, incluso sin saber que día es. Un hijo nunca se olvida.
¿Por qué nos sucedió esto?
Tal vez, como los israelitas en el desierto, damos por sentadas las bendiciones de Dios. Pensamos que Él está obligado a responder a nuestros pedidos y a darnos todo lo que deseamos.
El único compromiso que Dios tiene con nosotros está basado en su amor, no en nuestros deseos.
Sin advertir que eran bendecidos con la nube de día y la columna de fuego de noche, el maná y el agua de la roca, el pueblo de Jehová se quejó y murmuró, protestó y fue incrédulo hasta la saciedad.
Ante los problemas, ¿cuál es nuestra actitud?
De la misma forma, nosotros a veces no nos damos cuenta de que al quitarnos una bendición, nuestro Padre Celestial tiene en vista un bien mayor.
La muerte de Gabriel me ha dado una poderosa razón para esperar Su venida.
No únicamente el fin del mal y el sufrimiento, así en abstracto.
Ansío el día en que mi familia esté completa.
Quiero el privilegio de ponerlo en brazos de su madre y de abrazarlo yo también.
Ir todos juntos a los pies de Jesús.
Espero ese día de la resurrección con gozo.
¡No tardes Señor!