sábado, 25 de junio de 2011

GENERACIÓN VENCEDORA I

“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. Apocalipsis 3:21
Hace algún tiempo escribí en este blog una serie de diez temas sobre la fidelidad, titulada "Fidelidad Extrema". Lo hice convencido de que nos hallamos ante el imperativo de vencer.
Nadie duda que una fe grandiosa anidó en personas tan notables como la virgen María, Moisés, Daniel o Elías. Lo que cuesta creer es que la iglesia hoy, en su conjunto, pueda alcanzar tal grado de fidelidad y mantenerse así. Una cosa es la lealtad individual al Señor y otra la de todo un pueblo.
La iglesia de Dios hoy -vapuleada a veces por sus propios miembros-, se compone de trigo y cizaña, de ovejas y cabritos, de fieles y no fieles. Mucho del testimonio que damos como cuerpo  avergüenza a nuestro Señor en lugar de honrarlo.
Sin embargo, en diferentes períodos de la historia sagrada, aparecen tres grupos que son considerados fieles por Dios mismo, en los cuales no ve nada incorrecto ni pecaminoso. El primero en el Antiguo Testamento, el siguiente en el Nuevo Testamento, y el tercer grupo en un futuro inmediato a nosotros (¿Tal vez ahora mismo?).
  • Los israelitas que entraron en Canaán.
  • La iglesia apostólica.
  • Los 144.000 sellados del Apocalipsis.
El primero de ellos, que vamos a considerar aquí, fue la generación que inició la conquista de Canaán bajo el mando de Moisés y luego de Josué.
Ante el victorioso avance de las huestes hebreas, el rey Balac de Moab soborna a Balaam para que los maldiga; pero sus maldiciones se convirtieron en bendiciones. El corrupto profeta se vio forzado a decir bajo inspiración: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? He aquí, he recibido orden de bendecir; El dio bendición, y no podré revocarla. No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. Números 23:19-21
¿Cómo fue que esta generación llegó a merecer el elogio del Señor?
Se suele decir generalmente: “de tal palo tal astilla”. Pero es asombroso considerar sus antecedentes Todos ellos eran hijos de los que habían salido de Egipto, y que por causa de su terrible incredulidad y rebeldía, habían muerto en el desierto.
Es posible que de padres buenos pueden salir hijos malos; pero... ¿de padres incrédulos pueden salir hijos llenos de fe?
Ellos son un fuerte reproche para los que disculpan el pecado amparándose en las circunstancias, en el entorno o cualquier otra cosa. Trascendieron todos esos “obstáculos” y resultaron victoriosos.
Durante cuarenta años, desde la salida del cautiverio, habían visto tanto las maravillas de Dios como la respuesta negativa de sus padres. Fueron testigos del cruce del Mar Rojo y también de la idolatría en el Sinaí; vieron caer el maná, las codornices y el agua de la roca, pero escucharon también a sus progenitores despreciar tales bendiciones (Cualquier relación que hagamos con la iglesia actual ¡no es casualidad!).
En la rebelión final en Cades, los apóstatas dijeron que preferían morir en el desierto y cuestionaron que sus hijos llegaran hasta allí para ser  “presas” de los cananeos. Pero el Señor les aseguró que esos mismos niños entrarían en la Tierra Prometida.
La promesa divina se cumplió en detalle. Ellos pudieron entrar y poseer la tierra; sus padres perecieron en el desierto. Tampoco fue por casualidad.
La victoria en la vida cristiana se obtiene por medio de la gracia y el poder de Cristo; pero está determinada finalmente por las decisiones que tomamos.
Habiendo visto los amargos frutos de la rebelión en sus propias familias, decidieron ponerse del lado del Líder de Israel en lugar de luchar contra él. Y aunque actuaron de causa a efecto, no fue una determinación meramente racional, sino una actitud de fe.
Jugaron su suerte con la verdad y se mantuvieron fieles hasta el punto en que pudo decirse de ellos “No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel”. Números 23:19-21
Con seguridad en el futuro pecarían y cometerían errores -como en Baal-Peor o en el caso de los gabaonitas-, pues no hay tal cosa como santidad inherente. Pero en ese momento estaban sin mancha delante de Dios y el los veía con agrado.
Habían alcanzado el blanco y ante ellos se extendía un horizonte de resonantes victorias, en tanto pusieran siempre su confianza en el Todopoderoso Dios de Israel.
¡Qué maravilloso cuadro presentaban esos hijos fieles!
De la iglesia del desierto bien podía decirse “¿Quién es ésta que se muestra como el alba, Hermosa como la luna, Esclarecida como el sol, Imponente como ejércitos en orden?” Cantares 6:10
¿Y nosotros...?