lunes, 28 de junio de 2010

PECADO IRREVERSIBLE

“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Hebreos 10:26
-¡No puede Ud. predicar sobre ese texto! la gente se desanima al escucharlo-, me dijo muy enojada una hermana de la iglesia cuando comencé mi predicación usando el pasaje anterior.
Como nunca antes habían objetado mis palabras en medio de un sermón, al principio no supe cómo reaccionar, luego le aseguré a esta ansiosa mujer que creía firmemente en el poder de la gracia de Dios para salvar hasta lo sumo.
Pero es verdad que a muchos este texto les deja perplejos y planteándose si han cometido el pecado imperdonable de rechazar al Espíritu Santo.
A riesgo de que me tilden de efectista por usar versículos controvertidos, por alguna razón están en la Biblia. Y no es para desanimar a nadie que se escribieron. Nuestra tarea no consiste en esquivarlos, sino en tratar de encontrar el mensaje que tienen para nosotros, tal como hacemos con aquellos textos que nos resultan agradables,
Transcríbo a continuación todo el pensamiento que le sigue: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!... No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. Hebreos 10:26-39
En una entrada anterior avancé un poco sobre este texto (ver Caer en manos de Dios). Pero ahora quiero abordarlo desde otra perspectiva.
En estos textos lo negativo antecede a lo positivo. Destaca las consecuencias de persistir en el mal pero muestra también que el blanco de la santidad es accesible para todo aquel que la desea.
Desde los versos 26 al 31 se enfatiza la consecuencia de rechazar la gracia de Dios. Se mencionan tres pasos hacia la perdición:
  • Pisotear al Hijo de Dios
  • Tener por inmunda la sangre de Cristo
  • Afrentar al Espíritu Santo
Resalta aquí una deliberada y voluntaria persistencia en la rebelión contra Dios que lleva a despreciar la obra de la gracia. El pecado no es cosa sencilla de tratar. El hecho de que el perdón divino se otorgue en abundancia no nos da licencia para pecar.
La muerte de Cristo nos debería recordar el inmenso costo de nuestra salvación y constituirse en escudo contra el pecado. Su sangre no se debería derramar en vano por nosotros.
Despreciar su sacrificio lleva a tal familiaridad con el pecado que la suave voz del Espíritu ya no se oye más.
Cuando nuestra voluntad se quebranta en la persistencia de la transgresión, nos aproximamos al punto de no retorno y nos encaminamos a la perdición. Esto no sucede en un día ni en un solo acto.
Pero las expectativas del Señor para nosotros son otras y muy diferentes.
Desde los versos 32 al 39 el apóstol insta a los creyentes a tener fe, afirmando que confía en la obra de la gracia que ya se estaba realizando en sus corazones y finalizando con una nota de triunfo.
Podemos confiar.
Podemos tener esperanza.
Podemos obtener la promesa.
Podemos vencer.
¡Él vendrá!

¡Qué maravillosa seguridad!
Todo el capítulo siguiente de Hebreos se dedica a explorar los testimonios de fe vencedora registrados en la antigüedad (¿quién dijo que en el AT la salvación no era por fe sino por obras?).
Estos magnos ejemplos de confianza vinieron de hombres como nosotros; con dudas y perplejidades, con arranques de valentía y con cobardes retrocesos. Ellos también vacilaron en las pruebas, pero se sobrepusieron mirando más allá de lo evidente. Cayeron, pero luego se aferraron por la fe de su maravilloso Salvador y fueron contados como triunfadores.
Hay un pecado irreversible, pero hay por sobre todo una salvación irreversible, la que Dios pone a nuestro alcance por medio de la fe.
Dios hoy quiere también tu y yo digamos con toda confianza: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. Hebreos 10:26-39

CAYERON TODOS A UNA

Hay pasajes del Antiguo Testamento que son sumamente trágicos e inexplicables, claros ejemplos de la insensatez de la naturaleza humana. Son relatos que solemos pasar por alto pues aparentan no tener ninguna enseñanza positiva. El que sigue es uno de ellos:
“Entonces se levantaron, y pasaron en número igual, doce de Benjamín por parte de Is-boset hijo de Saúl, y doce de los siervos de David. Y cada uno echó mano de la cabeza de su adversario, y metió su espada en el costado de su adversario, y cayeron a una; por lo que fue llamado aquel lugar, Helcat-hazurim, (campo de filos de espadas) el cual está en Gabaón”. 2º Samuel 2:15,16
En este singular relato, ocurrido a la muerte de Saúl, Abner comandaba el ejército que se mantenía de parte de la casa del fallecido rey, en tanto que Joab iba al frente del ejército de David, que había sido proclamado rey en Hebrón.
Habiendo dos pretendientes al trono, el asunto iba a resolverse por la fuerza de las armas. Las dos facciones ignoraban (¿voluntariamente?) las indicaciones que Dios había dado al respecto y procedían como el resto de las naciones de su época.
Para evitar una confrontación directa, cada bando eligió a sus campeones, doce en total, todos jóvenes. El resultado: “¡cayeron [todos] a una!”. No se salvó nadie.
Esta batalla entre hermanos es muy parecida a las luchas que suelen levantarse dentro de la iglesia y tiene una lección positiva para enseñarnos.
Cuando hay contiendas en la iglesia, generalmente se debe a luchas por el poder; encarnadas en pequeños egoísmos, malas sospechas, chismes acogidos con agrado, ofensas reales o imaginarias, etcétera, destinadas a exaltar nuestro yo desmereciendo al otro.
La Biblia nos advierte sobre este tipo de cosas, resultado de la mundanalidad que el pecado utiliza como cabeza de playa para penetrar en la iglesia.
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. Santiago 3:14-16
En los conflictos entre hermanos notamos algunos elementos que son comunes a la historia inicial.
  • No buscaron el consejo de Dios o de sus profetas
  • Utilizaron los métodos del mundo
  • No se expusieron a la lucha directa (que otros luchen por nosotros)
  • Los jóvenes en edad o en la fe suelen ser las primeras bajas
  • El predecible resultado: no hubo ganador, no se salvó nadie
  • Esto no evitó que la lucha continuara
Las peleas no provienen de lo alto. Cuando Dios corrige a su iglesia lo hace con métodos diferentes, en los que el orgullo humano no tiene cabida. En cambio cuando son los hombres los que intentan reformarla o extirpar la herejía, los resultados son terroríficos por lo malsanos. Baste recordar en la historia por ejemplo la aparición de la Inquisición.
En las instrucciones dadas por Pablo a Timoteo encontramos este consejo que todos los que deseamos ser siervos de Dios debíeramos seguir, especialmente los que se hallan en posición de liderazgo: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. 2 Timoteo 2:23-25
Volviendo a la historia del principio, la absurda muerte de estos jóvenes fue seguida de una matanza que solamente se detuvo cuando alguien reflexionó:
“Entonces los soldados benjaminitas se reunieron para apoyar a Abner, y formando un grupo cerrado tomaron posiciones en lo alto de una colina. Abner le gritó a Joab: —¿Vamos a dejar que siga esta matanza? ¿No te das cuenta de que, al fin de cuentas, la victoria es amarga? ¿Qué esperas para ordenarles a tus soldados que dejen de perseguir a sus hermanos?
Joab respondió:
—Tan cierto como que Dios vive, que si no hubieras hablado, mis soldados habrían perseguido a sus hermanos hasta el amanecer. En seguida Joab hizo tocar la trompeta, y todos los soldados, dejando de perseguir a los israelitas, se detuvieron y ya no pelearon más”.
(vers. 25-28 NVI)
Si pudieramos mirar el futuro y ver el resultado de nuestras luchas, quejas y discordias, comprenderíamos al igual que Abner, que las contiendas no tienen razón de ser. La victoria lograda a este precio resulta siempre amarga, desalentando y dividiendo, agotando las fuerzas y provocando heridas que quizá nunca sanen. Pelear contra nuestros hermanos es pelear la batalla equivocada.
Tomemos posiciones. Cerremos filas alrededor de la verdad.
Permitamos cada día que la sensata voz del Espíritu de Dios nos haga entrar en razón. Que el sonido de la trompeta no sea para llamar a la guerra fratricida y sin sentido que Satanás desea imponer en la iglesia. Más bien ella suena para congregarnos alrededor de la divisa gloriosa de nuestro Señor, para pelear la buena batalla de la fe.