viernes, 3 de diciembre de 2010

A SALVO EN LA ROCA

La situación de Israel cuando Isaías fue llamado al oficio profético era tal que Dios mismo advierte a su siervo que sus mensajes serían rechazados. Se presenta el caso del pueblo elegido casi como sin esperanza, y se le encargan al profeta una serie de mensajes de juicio tan terribles que éste queda anonadado; la desolación sería tan completa que parecería no haber más remedio para la condición caída de los judíos. Desoían llamado tras llamado, avanzando  con frenesí en la senda de su propia destrucción, completamente ciegos y sordos a lo espiritual.
La situación se describe con palabras de gran severidad: "Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa". Isaías 6:10-13
A la rebeldía y maldad de su pueblo seguirían inevitablemente la miseria, la destrucción y toda clase de calamidades, provocadas por las sucesivas invasiones de los asirios y babilonios, culminando en el cautiverio y la desaparición de Israel como nación independiente.
Pero los castigos divinos tienen un propósito redentor, durarían solo "hasta que sobre nosotros sea derramado el Espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea estimado por bosque. Y habitará el juicio en el desierto, y en el campo fértil morará la justicia. Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo". Isaías 32:15-18
¿Qué remediaría la triste condición de esa nación tan insensata y pecadora?
En cuanto dependiera de los hombres,  la justicia, la paz y el reposo serían tan solo una buena idea que nunca se concretaría. La dirección que le habían imprimido a sus vidas se alejaba más y más de ellas. Por su propia cuenta no lo lograrían.
El profeta anticipa entonces el reinado de un rey justo que haría volver los corazones hacia el verdadero Dios. Si bien el buen rey Ezequías fue el cumplimiento parcial de estos mensajes, el último y verdadero Rey que pondría fin a este estado de cosas, no sería otro que nuestro buen Señor Jesucristo.
"He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa. No se ofuscarán entonces los ojos de los que ven, y los oídos de los oyentes oirán atentos. Y el corazón de los necios entenderá para saber, y la lengua de los tartamudos hablará rápida y claramente". Isaías 32:1-4
Como habitante de una tierra en donde suele hacer mucho calor (tanto que se dice que en Formosa solo hay dos estaciones: la del verano y la del ferrocarril, que ya no funciona), puedo entender muy bien la hermosa figura bíblica.
La enorme roca que sirve de protección contra el calor con su sombra y ampara de los fuertes vientos, es signo adecuado de la presencia de Cristo en el corazón. Él es nuestro divino Protector. Su amparo es indispensable y refrescante para los agobiados por las luchas de la vida. Sean cuales fueren nuestras dificultades, podemos confiar en que Jesús nos ama y que podemos encontrar asilo en sus brazos cuando los problemas parezcan aplastarnos.
Hay esperanza, incluso cuando el árbol de nuestra vida parezca un tocón seco, pues para Dios ese tronco es su valiosa "simiente santa".
Los sentidos ofuscados, las capacidades muertas, los sentimientos bondadosos, los afectos reprimidos y olvidados, todo revive junto a Cristo. El amante Salvador es nuestro "escondedero", aquel que nos proporciona refugio del asalto de nuestro enemigo mortal, Satanás. En sus manos heridas hay escondite para los que están cercados por el mal.
Esto debiera ser motivo de constante gozo para el cristiano que experimenta aflicciones. Todo cuanto es necesario para nuestra felicidad lo podemos encontrar en su aliviadora presencia.
Nos concede su Espíritu para que podamos caminar en novedad de vida, siendo transformados en nuevas criaturas. La segunda persona de la Divinidad es el agente regenerador por excelencia, que hace eficaz el sacrificio de la cruz y nos ayuda a obedecer por fe.
El Rey nos otorga además su justicia, convirtiéndonos en los "príncipes [que] presidirán en juicio". Los indignos seres humanos objetos de su gracia seremos convertidos en habitantes de pleno derecho en un universo sin pecado ¿No es algo demasiado maravilloso?
Hay amor, salvación, cuidado, protección, justicia, dignidad, compañía; todo esto se encuentra en Cristo y solamente en Cristo. Son sus dones de gracia para quienes los aceptan. Los brinda sin costo, aunque los consiguió a un precio elevadísimo, su propia vida inocente.
Tan grandioso es Jesús, su poder para redimir del pecado es tan asombroso, tan maravillosamente abarcante su obra en nuestro favor, que la eternidad no alcanzará para comprender la profundidad de su amor.
Cuando todo haya terminado y el mal no exista más, entonces "sólo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevara siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ve las únicas huellas de la obra cruel efectuada por el pecado. El profeta, al contemplar a Cristo en su gloria, dice "Su resplandor es como la luz, y salen de su mano rayos de luz; y allí mismo está el escondedero de su poder." En sus manos y su costado heridos, de donde manó la corriente purpurina que reconcilió al hombre con Dios -allí está la gloria del Salvador, "allí mismo está el escondedero de su poder-." "Poderoso para salvar" por el sacrificio de la redención, era por consiguiente fuerte para ejecutar la justicia para aquellos que despreciaron la misericordia de Dios. Y las marcas de su humillación son su mayor honor; a través de las edades eternas, las llagas de Calvario proclamarán su alabanza y declararán su poder." CS 732, 733.
Podemos confiar en nuestro poderoso Escondedero. Él quiere llevarnos a su reino para gozarse con nosotros por las edades sin fin.
No obstante, no necesitamos esperar llegar al cielo para alabarlo. Hagámoslo hoy mismo.